Entender la rabia y condenar la violencia

Cargas policiales en el aeropuerto de El Prat este lunes
El martes a la noche me encontraba en el centro de Barcelona y me acerqué a la Via Laietana para ver las protestas delante de la jefatura de la Policía Nacional. Había cientos de personas jóvenes concentradas en la parte alta de la avenida, con los antidisturbios posicionados en una fila bloqueando el acceso a la comisaría. En el aire se notaba la tensión del odio mútuo entre los dos grupos. De los dos lados parecían esperar el estallido de esta bomba de tiempo que desencadenaría unos nuevos disturbios. Cualquier objeto lanzado contra la policía o una carga no provocada habría causado escenas de violencia que ya habíamos visto la noche anterior.

Un día más tarde fui con una amiga al cruce de Passeig de Sant Joan con la calle Mallorca donde se encontraba otra manifestación masiva. En el camino pasé delante de al menos ocho furgones de la Policía Nacional y varios policías armados de pies a cabeza. Me miraron con desprecio viendo la estelada que llevaba colgada en mi cintura. En el lugar de la movilización había quizás más de mil personas, la gran mayoría muy jóvenes y adolescentes. Poco después de llegar, vimos como los furgones de la policía venían a gran velocidad por la calle Mallorca y giraban bruscamente en el Passeig de Sant Joan poniendo en peligro la salud y quizás incluso la vida de los manifestantes. Los jóvenes reaccionaron lanzando objetos contra los furgones. La noche acabó en nuevas barricadas y disturbios.

Hoy leí un gran reportaje de Pol Pareja y otro de Carles Planas Bou que nos describen el perfil de los participantes de los disturbios. Son los jóvenes que vieron como fracasan todas las movilizaciones pacíficas, menospreciadas en Madrid donde ningún gobierno ha tenido suficiente inteligencia y valor para tratar el tema catalán como un problema político. Hace dos años vieron como el gobierno español mandaba a miles de policías a apalear a los catalanes que ejercían su derecho al voto en un referendum simbólico. Entre ellos hay también muchas personas que simplemente buscan adrenalina, lo cual me parece tremendamente infantil e irresponsable.

Estos sucesos han derivado en todo tipo de discusiones en las redes sociales que pusieron de manifiesto las diferencias que me separan de un grupo de amigos. Quiero aclarar nuevamente que no estoy a favor de la violencia y me entristecen profundamente los disturbios. Sin embargo, considero importante que nos hagamos un par de preguntas: ¿La sentencia desproporcionada a los Jordis y los políticos independentistas no es una forma de violencia contra los catalanes que piden su derecho a voto? ¿No les parece que la sentencia sienta un peligroso precedente que puede limitar de una manera significante nuestro derecho a manifestarnos?

Debo decirles que entiendo la rabia de los jóvenes contra el estado español y la policía, tanto la española como la catalana. Es más, no sólo la entiendo sino la comparto, lo cual no significa que me gusten los métodos como la quema de contenedores de basura o el arrancado de adoquines. Ojalá pudiéramos manifestarnos siempre pacificamente, pero en el momento actual esto ya no es posible. Las pintadas en los muros hechas por los manifestantes lo dejan claro: "Se han acabado las sonrisas" (En referencia a uno de los lemas independentistas, "La revolució dels somriures") y "Nos habéis enseñado que ser pacíficos no sirve de nada". Y es triste, porque la resistencia pacífica debería servir para algo.

Justamente otro gran artículo titulado "El elogio del tumulto" explica muy bien por qué el tumulto a veces puede ser una vía para lograr objetivos políticos en un estado que se deja afectar por el conflicto social. Aquí les comparto una cita importante de este texto, que deberían leer completo para entender la idea:
La democracia no es una sociedad armónica o armonizada (tampoco bajo los modelos utópicos de la autogestión o la democracia digital), sino la sociedad que abre paso al conflicto, una sociedad efervescente y abierta al cambio que subordina lo instituido a lo instituyente, esa sociedad que experimentando la inestabilidad consigue obtener la mayor estabilidad, en la que cualquiera (y no sólo los que monopolizan la cosa pública) puede hablar, actuar y ser tenido en cuenta, la sociedad donde la pregunta por la vida buena y la justicia se mantiene abierta, donde la ley es puesta en juego por el conflicto sin ser exactamente su producto. Democracia es sostener la división social, la posibilidad infinita de la división.
Por desgracia, este no es el caso del estado español, que, en vez de abrirse a escuchar a sus ciudadanos descontentos, reacciona con represiones y venganza contra los líderes que osaron cuestionar la sagrada unidad de España. El gran problema del país es que los medios de comunicación han dejado de ser críticos y su influencia refuerza el nacionalismo español y la catalanofobia existentes. Justamente de esto habla otro importante artículo de Hibai Arbide Aza que denuncia la tremenda desinformación que siembran muchos medios que tienen un gran efecto sobre lo que opina la población española.

La violencia que vivimos en Catalunya no es nada buena y desgraciadamente ha conseguido manchar la imagen del movimiento independentista. Como enfatiza Ignacio Escolar en eldiario.es, los violentos forman un pequeño porcentaje de los manifestantes, en su inmensa mayoría pacíficos. Sin embargo, hay una clara voluntad por parte de muchos medios españoles de mostrar el independentismo como violento. Los disturbios son una fantástica oportunidad para dañar la imagen del movimiento, y justo por eso no nos conviene caer en esta trampa. Por mucho que comparta la rabia que sienten muchos jóvenes desengañados, considero que no es el camino. Si las protestas pacíficas no han cambiado nada, los disturbios parecen ser hasta contraproducentes.

Por otro lado, rechazo los insultantes comentarios sobre los alborotadores que he leído en las redes sociales: "Idiotas violentos", "estupidez", "que los detengan a todos" y otras expresiones parecidas. En los últimos meses hemos seguido los disturbios en Hong Kong por la nueva ley de extradición impuesta por China, y hemos visto como en Ecuador y el Líbano la población frustrada y cansada ha salido a la calle a protestar contra las medidas de austeridad de sus respectivos gobiernos. ¿Y qué diremos sobre los alborotos en Venezuela contra el gobierno de Maduro? En todos los casos la policía reprimió duramente a los participantes que han respondido con violencia. En la historia encontraremos muchísimos casos más de levantamientos y manifestaciones tumultuosas contra leyes y sentencias injustas, como la que fue dictada por el Tribunal Supremo contra los presos políticos catalanes. Podemos tachar a los manifestantes de Hong Kong, Beirut y Quito de "idiotas violentos" y desearles que sean detenidos porque han causado destrozos? Tal vez hay un poco de hipocresía en el hecho de que los medios de comunicación y tanta gente que conozco vea con buenos ojos y hasta alentara a los indígenas ecuatorianos o disidentes de Hong Kong mientras condenan y desprecian a los rebeldes en Catalunya.

También rechazo la pasividad de personas que critican a los manifestantes por tomar la justicia en sus manos ante la injusticia del estado. Muchas de las críticas vienen de personas que nunca participan en manifestaciones y no se interesan por la situación política del país en el que viven. Si aquellas personas creen que no hacer nada o protestar desde casa en redes sociales es la única manera legítima de protesta, están muy equivocadas. Si les da más pena un contenedor quemado que un joven que perdió un ojo por el impacto de una bala de goma, no hay comunicación posible entre nosotros. Les animo a acercarse a las protestas a ver con sus propios ojos cómo actúa la policía, o que vean los videos de la brutalidad totalmente injustificada contra manifestantes, periodistas y hasta personas que tratan de apagar los fuegos en las calles. Si esto no les genera rabia y no les hace entender lo que sienten muchos de los alborotadores, ya no tengo más esperanza de que nos podamos entender.

Ignacio Escolar tiene razón: la violencia nunca está justificada. Ni la del estado, ni la de la policía, ni la de los manifestantes. Pero no sé hasta qué punto es una cuestión de si está justificada o no. Condenar la violencia sin entender la rabia y la frustración no nos traerá nada bueno. Como hemos visto en tantos casos, la población se cansa si no se siente escuchada y si los líderes políticos no hacen su trabajo que es representar al pueblo. La violencia es el último recurso cuando se percibe que ninguna otra medida ha funcionado. Es muy triste que desde Madrid no se ha tenido en cuenta el mensaje de todas las Diadas, huelgas y otras manifestaciones multitudinarias en las que la actitud de los participantes siempre ha sido ejemplar. El estado no ha querido reconocer esas reivindicaciones como legítimas y los medios han mostrado el conflicto de una manera muy partidista, lo cual nos ha llevado a una situación que parece no tener solución. No quiero ver más violencia, más heridos y detenidos, pero si los políticos no empiezan a poner de lado su orgullo y sus juegos de precampaña electoral y no empiezan a buscar una solución política, la rabia y la frustración de un sector de la población catalana posiblemente no encontrarán otra salida que no sea violenta.

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