Mi noche más negra como culé

Como cualquier hincha de un club de fútbol, he sufrido muchas decepciones y frustraciones con los resultados deportivos de mi equipo. Llevo muchas temporadas siguiendo a mi querido Barça y tengo claro que el apego a unos colores inevitablemente lleva a sufrir desilusiones en momentos difíciles. Varias veces he escuchado que siendo de un equipo grande no experimento tantas decepciones como los hinchas de equipos algo más modestos, por ejemplo, el legendario Deportivo A Coruña, recién descendido a Segunda División B. Discrepo con esa opinión, ya que las hinchadas de los grandes campeones europeos son extremadamente exigentes y, por lo tanto, cada año el orgullo y la ilusión inflan un gran globo de expectativas que explota con mucho estrépito si esas expectativas no se cumplen.

En teoría mis veinte temporadas de experiencia como hincha de fútbol me permiten vivir esas decepciones con más calma y seguir con mi vida, cuando hace años no era así. En el año 2002 estuve de capa caída durante una semana después de que la Juventus eliminara al Barça en la Champions. Tres años más tarde me dolió la injusta (en mi opinión) eliminación a manos del Chelsea de Mourinho. Tanto el Barcelona de Rijkaard como el de Guardiola acababan pinchando y el globo se desinflaba recordándonos a los culés que no se puede ganar siempre. Hubo desastres sonados como la debacle del Barça del ausente Tito Vilanova contra el Bayern o el desastre en Turín del equipo de Luís Enrique. Para mí eso ya formaba parte de la vida de un hincha y tras un bajón inicial rápidamente recuperaba el buen ánimo.

De todas maneras, últimamente algo ha cambiado y me siento cada vez más desmotivado. El globo ya ni siquiera se infla de expectativas pero las caídas duelen más que antes. Puedo entender un mal día, la mala suerte o que un rival sea superior. Al final los jugadores y entrenadores son humanos y es imposible rendir siempre al máximo nivel. Lo que no puedo aceptar es la combinación de incompetencia, falta de personalidad y maldad que llevo varios años viendo al cargo de mi club favorito. La política de fichajes es simplemente horrorosa: hace años que el equipo pierde a sus referentes y no muestra la capacidad para reemplazarlos gastándo auténticas millonadas a diestra y siniestra sin tener un proyecto coherente. Los entrenadores que llegan son de perfil bajo y ya con eso el club muestra una chocante falta de ambición. Para el colmo, hemos sido testigos de un escándalo bochornoso protagonizado por unos directivos que lanzaron campañas virtuales contra los jugadores de su propio club como Messi o Piqué. Todo esto combinado con las humillaciones en el césped me hacen cuestionar si debería seguir frustrándome y viendo como unos inútiles hunden a lo que no hace tanto era un grandísimo equipo de fútbol.

Este proceso de hartazgo empezó hace tiempo. Hace tres años volvía a casa tras una cita que no me había ido demasiado bien. Paré en un bar en el barrio de la Sagrada Família para calmar mi tristeza con una cerveza fría y un esperado pase a semifinales del Barça contra la Roma. El resultado ya era muy desfavorable para los blaugrana y no llegué a tomar ni la mitad de mi caña cuando los romanos marcaron su tercer gol que podía ser el clavo en el ataúd de Messi y compañía. Los jugadores de Ernesto Valverde y el propio entrenador estaban aturdidos. Sus caras y su fútbol preocupaban, se veía que no tenían ninguna capacidad de reacción. Salí del bar tras el último pitido del árbitro estupefacto. Eso no le podía pasar al Barça, no con Messi, no contra la Roma, no no no...

Un año más tarde estaba de viaje en la ciudad de Pokhara en Nepal y decidí despertarme a las dos de la noche para ver la vuelta de los semifinales contra el Liverpool. En mi hostal nos habían preparado una pantalla al aire libre y nos habilitaron el bar para que podamos verla y disfrutar de unas cervezas. De todo el grupo de unas quince personas yo era el único hincha del Barcelona, los demás o eran del Liverpool o simplemente estaba en contra del Barça. Esa noche viví otro espectáculo bochornoso contra un rival que jugó sin varias de sus máximas estrellas. Una vez más vi caras largas y una absoluta depresión de un equipo superado en todas las facetas del juego. El primer gol de Origi fue un aviso y en ningún momento se vio al Barça seguro y sólido. Con el segundo gol sentí que eso podía acabar muy mal y el tercero fue la confirmación de esa sensación. El equipo de Valverde estaba con miedo: impreciso, estresado, falto de personalidad y estilo. Tras el cuarto gol dije "basta" y volví a mi habitación furioso. Aguanté noventa minutos de burlas de los demás espectadores y una burla de mi propio equipo pero ese gol ya era demasiado cruel. Faltaban unos minutos para el final y con 4:1 pasaba el Barça pero yo ya sabía que el equipo no iba a marcar un gol ni siquiera si le dieran una hora más de juego...

Dos años seguidos de humillaciones en la Champions no eran ninguna coincidencia pero la junta directiva del club seguía con la suya: fichando a cualquiera, dando oportunidades a entrenadores de segundo nivel nacional y debilitando la plantilla con la temporada en curso. Lo de anoche (el 2:8 contra el Bayern) fue el colmo, fue sin duda mi noche más negra como hincha del Barça. Un equipo grande no cae de esa manera sino que lucha hasta el final por los colores, la historia y el escudo que representa. Pero ese equipo ya no es grande, fue desmantelado sistemáticamente por el propio club a lo largo de los últimos años. Ha sido quizás el acto de autosabotaje más incomprensible de la historia reciente del fútbol. Me siento muy triste porque esto no tenía por qué acabar así y además tiene bastante mala pinta de cara al futuro. Esto se veía venir hace mucho tiempo y era evitable. Amigos y amigas, por primera vez en mi vida como culé siento que necesito un descanso de tantas decepciones, porque no es sólo un equipo perdiendo un partido sino un club hundiéndose en la mediocridad voluntariamente y arrastrando consigo al mejor jugador del mundo y eso es algo que yo simplemente no quiero presenciar.

Ojalá la revolución que todos los culés esperamos en el club consiga cambiar su rumbo, pero mientras tanto yo me tomo mi merecido y largo descanso del fútbol.

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