"Drach": La dolorosa historia de Alta Silesia y el recuerdo de una Europa diferente

En tiempos normales ya leo bastante en los ratos libres, pero durante esta pandemia la lectura se ha convertido en una importante fuente de desconexión de la crisis que estamos viviendo. Habiendo devorado todos los títulos que tenía pendientes empecé a buscar la siguiente 'víctima' en mi estantería y opté por Drach, del escritor silesiano Szczepan Twardoch. Hacía años que me lo había prestado mi buen amigo Michał pero desde entonces había estado acumulando polvo hasta que finalmente le di una oportunidad y ha sido un acierto rotundo que me ha inspirado a escribir este breve comentario sobre la historia reciente de mi región y, por extensión, de toda la Europa Central.

No les haré muchos 'spoilers' de la novela, aunque esto carece de importancia, ya que, de momento, no ha sido traducida ni al castellano ni al catalán. La narración de Drach es en polaco y los diálogos son mayoritariamente en silesiano y alemán. La trama transcurre entre los años 1906 y 2017 en los alrededores de Rybnik y Gliwice y está centrada en las vidas de dos familias silesianas: Los Magnor y los Gemander, cuyo destino converge gracias a un matrimonio. La historia de Josef Magnor se desenvuelve sobre todo en la primera mitad del siglo veinte, mientras que la de su bisnieto Nikodem Gemander al final del mismo siglo y al principio del actual. ¿Qué hay de especial en esas dos vidas y por qué decidí escribir este comentario? Pues todo es especial en la historia de la Alta Silesia de la primera mitad del siglo veinte, retratada por Twardoch con detalles interesantes.

Las vidas de Josef y Nikodem están separadas por unos treinta y cinco años pero la Alta Silesia de Josef no se parece en nada a la de su bisnieto. Josef vivía en un lugar multicultural y multilingüe, en el que la identidad nacional era una cuestión muy compleja. Étnicamente era una región polaca pero siglos de germanización obligaron a los silesianos a adaptar el alemán como su lengua oficial. Los alemanes y los silesianos convivían sobre todo en las ciudades, mientras que el campo era más silesiano. ¿Pero realmente se puede trazar esta división según los criterios de hoy? Hoy en día los silesianos son oficialmente polacos (o checos en el sur), pero hace cuatro o cinco generaciones esto no estaba nada claro. Hay que recordar que hasta el año 1918 el estado polaco no existía. Los silesianos eran ciudadanos alemanes o austríacos y muchos eran reclutados al ejercito alemán y lucharon en defensa del Kaiser en la guerra franco-prusiana del 1870 y luego en la primera guerra mundial. En Drach encontraremos múltiples ejemplos de la confusión identitaria y división social que existía en Alta Silesia entonces. Uno de ellos son los hermanos Erich y Adalbert, de apellido polaco Czoik. Erich se muda a Berlín y germaniza su apellido que pasa a escribirse "Tschoick", mientras que su hermano se considera polaco y cambia su nombre a Wojciech (El equivalente polaco de 'Adalbert', creanme...). Mientras que Erich Tschoick reniega de su origen y adopta la identidad alemana, Wojciech Czoik se ofrece para la policía fronteriza del nuevo estado polaco. Otros personajes en la novela hablan silesiano en casa y alemán en situaciones formales, mientras que los alemanes apenas entienden el silesiano.

Yo me crié en la ciudad de Rybnik y conozco muy bien la realidad que vemos a través de los ojos de Nikodem pero hasta leer el libro desconocía casi por completo la Alta Silesia de Josef. Actualmente en la región se concentra la mayor parte de la industria pesada polaca: abundan las minas de carbón, las fundidoras y un sinfin de diferentes fábricas. Las ciudades están construidas según el padrón de la época comunista: Los edificios son grises, cuadrados y feos, con notables excepciones de tiempos anteriores. Las zonas verdes y los amplios espacios públicos compensan esa deprimente arquitectura y absorben una parte de la espantosa contaminación del aire. Además, algunas ciudades como Rybnik están rodeadas de hermosos y densos bosques. La sociedad silesiana actual retratada por Twardoch también se parece a la que conocía yo en mi infancia y adolescencia. Hoy en día los silesianos hablamos sobre todo polaco. El silesiano, considerado un dialecto por algunos lingüistas e idioma independiente por otros, ha sido relegado al ámbito familiar y predomina en las zonas rurales y los barrios de clase obrera en las ciudades. Las élites sociales de Alta Silesia apenas utilizan el silesiano, ya que carece del prestigio y utilidad que sí tiene el polaco. Tristemente, en la actualidad la lengua propia de Silesia se asocia con personas de bajo nivel cultural. Este desafortunado prejuicio, combinado con la centralidad del estado polaco, que sólo contempla una identidad y un idioma de enseñanza en las escuelas, han hecho mucho daño al idioma y la identidad local.

La novela de Twardoch me ha abierto los ojos a una Europa muy compleja y fascinante en cuanto a identidad. Esa Europa fue mortalmente herida en la primera guerra mundial y sepultada en la segunda. El odio se impuso a siglos de convivencia entre culturas, idiomas y etnias diferentes, y acabó destruyendo un inmenso legado cultural de Europa Central. Primero las ambiciones desmesuradas de las élites continentales y luego la locura de Hitler y los nazis aplastaron brutalmente la mezcla entre alemanes, polacos, silesianos y judíos en la que las identidades se entrecruzaban con fluidez y naturalidad. Con la derrota de la Alemania Nazi se abrió el período de los estados-nación. Casi todos los alemanes y silesianos germanizados fueron deportados de Silesia, Pomerania y Prusia Oriental a  Alemania, mientras que los polacos de los territorios orientales, incorporados a la Unión Soviética, fueron reubicados en su lugar. El gran puzzle de Stalin y Roosevelt sentenció a la antigua Europa que nunca volvería a ser igual.

Por supuesto "igual" no significa "ideal", ya que el mismo Twardoch describe las tensiones entre la adinerada burguesía alemana, propietaria de las minas y fábricas, y las masas silesianas mayoritariamente campesinas y obreras. Aún así, encuentro fascinante el hecho de que probablemente mis bisabuelos sabían hablar alemán perfectamente, mientras que la mezcla cultural a la que estaban acostumbrados se extinguió de una manera tan brusca, tan absurda y tan cruel. Al mismo tiempo que el yiddish desaparecía por completo en el resto de Polonia, que perdió a sus más de tres millones de judíos, el alemán era expulsado para siempre de Silesia, Pomerania y Prusia Oriental.

Hoy en día Polonia es un país mucho más homogéneo. Yo pasé toda mi infancia en Rybnik oyendo sólo polaco y silesiano, sin saber que mis antepasados silesianos también hablaban alemán. Entendí mucho más tarde que muchas de las palabras que utilizábamos en conversaciones informales eran de origen alemán. Por ejemplo, si alguien marcaba un gol suertudo en el fútbol o aprobaba un examen sin haber estudiado, decíamos que era un "cufal" (Del alemán "Zufall" - casualidad). Solíamos llamar las gafas "bryle" ("Brille") a pesar de que en polaco se dice "okulary". Un producto de baja calidad era un "szmelc" ("Schmeltz") o simplemente "szajs" ("Scheisse", por supuesto). Mucha gente llamaba a los cigarrillos "szlugi" ("Schluck" - "trago" en alemán) y a las gasolineras "tanksztela" ("Tankstelle").

Mi conocimiento del pasado multicultural de Alta Silesia era muy escaso hasta que decidí leer Drach. Gracias a Twardoch empecé a investigar más sobre la historia de mi región y buscar algunas huellas de ese pasado en mi memoria. Recuerdo que mi abuela veía televisión alemana en los años noventa y entendía todo sin problemas, además de tener una pronunciación impecable del idioma. Otra cosa que recordé gracias a la novela eran mis visitas anuales a la tumba de mi abuelo en el cementerio municipal de Rybnik. Algunas veces me desviaba del camino habitual en búsqueda de las tumbas más antiguas del cementerio. Ahora ya no me sorprende lo que veía entonces con asombro: muchos de los nombres y apellidos en las lápidas anteriores a la segunda guerra mundial eran alemanes. De todas maneras, no me vienen a la cabeza más recuerdos, ya que hoy en día casi no quedan rastros de ese pasado multicultural.

Espero que Drach sea traducido al castellano y catalán pronto para que mis amigos y amigas de Catalunya y Latinoamérica puedan leerla y descubrir esa fascinante realidad y su increíble desaparición.

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