Las lecciones pandémicas: Reflexiones tras casi dos años de pandemia

La época más extraña de mi vida se está alargando en el tiempo y aún no veo la luz al final de este túnel largo. Recuerdo como si fuera ayer el 14 de marzo del año pasado, cuando las autoridades españolas anunciaron el estado de alarma, que entraba en vigor al día siguiente. Ese día salí a tomar una cerveza con dos amigos en mi barrio, que ya un día antes del confinamiento estaba totalmente desierto. Aparte de nosotros sólo un grupo de turistas extranjeros estaba sentado en la plaza del Sol, normalmente rebosante de gente, con un ambiente festivo a cualquier hora. Todo lo que ocurría era demasiado extraordinario para creer que realmente estaba ocurriendo. Tal vez por eso al inicio de la pandemia en vez de estar deprimido o preocupado sentía adrenalina y curiosidad. Teniendo una situación laboral privilegiada estaba emocionado por la experiencia que me tocaba vivir. Al mismo tiempo, nunca se me ocurrió que era el principio de una larga serie de duras limitaciones que desencadenaría unos cambios bastante profundos en la sociedad. En mi subconsciente debía confiar en que los científicos pronto encontrarían una vacuna o un tratamiento eficaz para la Covid-19 y la pandemia se acabaría en breve. Dicho de otro modo, no era consciente de la gravedad de la situación.

Durante el primer confinamiento, que duró más de tres meses en el estado español, lejos de sufrir un bajón anímico, me sentí liberado de mi ansiedad social de la vida pre-pandémica. Aprovechaba los días para leer, escribir, dibujar o tocar la guitarra (de todas esas actividades, hoy sólo me queda la lectura...). El teletrabajo me permitía pasar más tiempo con los gatos, estudiar hindi o ver videos y leer durante los ratos libres. Seguramente también llevaba una dieta más saludable, ya que cocinaba en casa y casi no tomaba alcohol. Por supuesto extrañaba las juntadas con mis amigos, pero al mismo tiempo agradecía la posibilidad de conocer mejor a mis vecinos y vecinas, las únicas personas que veía a diario desde el balcón o en la terraza comunitaria. A pesar de las dificultades económicas de muchas personas que perdieron sus ingresos, parecía que el confinamiento nos venía bien para reducir el frenético ritmo de nuestras vidas y permitirnos una reflexión sobre nuestras vidas, nuestro entorno y el mundo en general. Según lo que leía en los medios de comunicación y las redes sociales, la creencia en que aprenderíamos algo importante de esta experiencia era bastante extendida. La popularidad de los cursos y clases online alcanzó su cenit en esa época. Hubo gente que se atrevió con el arte haciendo clases de dibujo y pintura, otros aprendieron a cocinar o hacer pasteles y pan. En mi casa nos dedicamos a plantar hierbas aromáticas y hasta aguacates. Parecía que ese parón obligado nos mejoraría individualmente y colectivamente, que seríamos más solidarios, empáticos y unidos habiendo superado la crisis. 

Pero, ¿opinamos lo mismo casi dos años más tarde? Yo no tengo dudas de que esas expectativas no se han cumplido. Tal vez fuimos demasiado ingenuos. La interrupción que parecía temporal se volvió permanente y hace tiempo que nos hartamos de la amenaza pandémica y las restricciones. El entusiasmo con las oportunidades brindadas por la reclusión se diluyó muy rápido. La solidaridad con los vecinos y los aplausos a los sanitarios se esfumaron cuando el confinamiento llegó a su fin en junio del 2020. Actualmente lo que queda es el saludo en la calle con la gente conocida durante ese periodo. Del agradecimiento al trabajo de los médicos probablemente no hay ni rastro. Si antes pensábamos que la pandemia nos haría menos materialistas y más concientes de los derechos laborales y los problemas medioambientales, ahora veo furgonetas de Amazon en todas partes cada día y una invasión de repartidores de comida a domicilio, con contratos precarios y con las mochilas llenas de comida en envases y bolsas de plástico. La costumbre de pedir las compras y la comida por internet se ha vuelto la nueva norma. No manejo los datos exactos pero diría que seguimos comprando cosas innecesarias y produciendo muchísimos deshechos evitables.

En cuanto a las relaciones humanas, mi impresión es que el aislamiento nos ha afectado profundamente. La distancia social y la limitación del número de personas en reuniones ha tenido un efecto sorprendentemente profundo en la sociedad. Creo que nos hemos acostumbrado tanto a limitar nuestros círculos de amistad al mínimo, que dificilmente volverá la vida social prepandémica. En mi caso he perdido varias amistades importantes con personas que han ido alejándose o han dejado de mantener el contacto. Sin duda uno de los factores más significativos que han contribuído al alejamiento ha sido la postura que hemos tomado todos en los temas de vital importancia en este periodo: las medidas de seguridad tomadas por las autoridades y la vacunación. Mi posición a favor de muchas medidas básicas y a favor de la vacunación me alejó de muchas personas, cosa que lamento, aunque un cierto malestar era inevitable. Nuestras reacciones tan extremas demuestran que la pandemia ha agudizado fuertemente la polarización y frustración ya existentes en nuestras sociedades.

Siento que ha habido una ruptura importante con la manera de relacionarse prepandémica y es una reflexión en la que coinciden varias personas con las que la compartí últimamente. No siento ningún rencor contra nadie, ya que las circunstancias son extraordinarias y nos habrán perturbado y afectado anímicamente. La pandemia ha obstaculizado la naturalidad con la que nos relacionábamos antes y debe haber mucha gente que ya no intenta volver a la socialización anterior, tal vez porque se habrá adaptado bien a la "nueva normalidad". A pesar de esta sensación de pérdida que a menudo siento, agradezco y valoro mucho el hecho de haber mantenido intactas las amistades de siempre. Al menos en este sentido puedo decir que he aprendido algo positivo.

¿Y cuáles son las otras lecciones y conclusiones a las que he llegado durante esta pandemia? Creo que todas las relaciones son frágiles y se rompen o disuelven gradualmente si no las cuidamos, y a veces a pesar de que intentemos cuidarlas. En tiempos de crisis los vínculos se definen por criterios pragmáticos y los sentimentalismos valen más bien poco. Todos somos prescindibles y olvidables en la vida de los demás, y si un día nos marchamos desapercibidos, poca gente se dará cuenta de nuestra ausencia. Para alguien tan absurdamente sentimental como yo han sido lecciones bastante amargas, aunque también necesarias. Al final el estado natural del ser humano es la soledad y en algún momento de la vida hay que asumirlo. Tal vez eso es lo que llaman "madurez"...

*La imagen utilizada es de Nathalie Lees de The Guardian.

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