Tinderness y el amor y cariño en los tiempos del coronavirus
Mi experiencia en la aplicación empezó hace cuatro años después de una mala racha de desengaños amorosos. Recuerdo que un par de meses antes aún me reía de dos amigos que no paraban de usar el Tinder en un viaje a Gran Canaria. Les decía que ese mercado de objetos de deseo no era para mí. Entendía que era mucho más fácil conocer personas interesantes en la vida real que esperar un emparejamiento con alguien desconocido que sólo podemos juzgar por sus fotografías y a veces por una corta descripción.
Con el tiempo me di cuenta que esa facilidad es relativa. Hay momentos en los que nos volvemos más tímidos, introvertidos o carecemos de la confianza para acercarnos a las personas que nos interesan. Encuentro que la confianza en uno mismo y la necesidad y capacidad de sociabilización son variables y cuando justamente están en un punto bajo, alternativas como las aplicaciones y redes sociales de citas no son una mala idea.
Me hice una cuenta bastante improvisada y con una descripción que, con suerte, me retrataba como una persona divertida, activa y simpática (cosa que intenta todo el mundo que se describe de alguna manera). Conocía el tópico sobre el Tinder: que era una aplicación para buscar sexo y relaciones superficiales. Yo no necesariamente buscaba eso, como tampoco busco exclusivamente sexo en el mundo no virtual. Me apetecía conocer a alguien interesante y volver a sentir esa placentera ilusión de un mar de posibilidades.
Con el tiempo entendí que las apps de citas como Tinder no deberían ser la única apuesta, sino un atajo que a veces nos permite acortar el camino habitual. Dejar de conocer personas en la vida real para enfocarse en las apps es un error que puede generar mucha frustración, pero el atajo virtual puede ser útil en algunas circunstancias. Personalmente le debo un par de buenos recuerdos y buenas amistades a ese método que encontré beneficioso sobre todo en un viaje.
Pero hablemos un poco de las frustraciones ya que las buenas experiencias han sido una excepción. Primero de todo, debe haber mil hombres por cada mujer en esas aplicaciones y con perfiles ‘trucados’ o minuciosamente preparados para conseguir un objetivo muy concreto. En una ciudad como Barcelona si tu perfil no destaca a nivel visual, se pierde entre decenas de miles de otros. Además, no nos engañemos: la descripción es secundaria, aunque yo sí las leía y algunos ‘likes’ se debían a una descripción interesante. De todas maneras, creo que no estoy dispuesto a presentarme como alguien que no soy en las imágenes y tampoco soy un gran fotomodelo.
Teniendo esto en cuenta, para mí entrar en Tinder es como buscar “chicas” o “mujeres” en Google Imágenes, o sea: sirve sólo para ver fotos de desconocidas. Por mucho que me guste algún perfil, no habrá ni un ‘match’ en cientos de perfiles vistos, y aunque haya alguno, la otra persona no suele contestar. Siento que en vez de estar ejerciendo mis habilidades digitales, debería estar conociendo personas fuera del ámbito virtual.
Con el tiempo me di cuenta que esa facilidad es relativa. Hay momentos en los que nos volvemos más tímidos, introvertidos o carecemos de la confianza para acercarnos a las personas que nos interesan. Encuentro que la confianza en uno mismo y la necesidad y capacidad de sociabilización son variables y cuando justamente están en un punto bajo, alternativas como las aplicaciones y redes sociales de citas no son una mala idea.
Me hice una cuenta bastante improvisada y con una descripción que, con suerte, me retrataba como una persona divertida, activa y simpática (cosa que intenta todo el mundo que se describe de alguna manera). Conocía el tópico sobre el Tinder: que era una aplicación para buscar sexo y relaciones superficiales. Yo no necesariamente buscaba eso, como tampoco busco exclusivamente sexo en el mundo no virtual. Me apetecía conocer a alguien interesante y volver a sentir esa placentera ilusión de un mar de posibilidades.
Con el tiempo entendí que las apps de citas como Tinder no deberían ser la única apuesta, sino un atajo que a veces nos permite acortar el camino habitual. Dejar de conocer personas en la vida real para enfocarse en las apps es un error que puede generar mucha frustración, pero el atajo virtual puede ser útil en algunas circunstancias. Personalmente le debo un par de buenos recuerdos y buenas amistades a ese método que encontré beneficioso sobre todo en un viaje.
Pero hablemos un poco de las frustraciones ya que las buenas experiencias han sido una excepción. Primero de todo, debe haber mil hombres por cada mujer en esas aplicaciones y con perfiles ‘trucados’ o minuciosamente preparados para conseguir un objetivo muy concreto. En una ciudad como Barcelona si tu perfil no destaca a nivel visual, se pierde entre decenas de miles de otros. Además, no nos engañemos: la descripción es secundaria, aunque yo sí las leía y algunos ‘likes’ se debían a una descripción interesante. De todas maneras, creo que no estoy dispuesto a presentarme como alguien que no soy en las imágenes y tampoco soy un gran fotomodelo.
Teniendo esto en cuenta, para mí entrar en Tinder es como buscar “chicas” o “mujeres” en Google Imágenes, o sea: sirve sólo para ver fotos de desconocidas. Por mucho que me guste algún perfil, no habrá ni un ‘match’ en cientos de perfiles vistos, y aunque haya alguno, la otra persona no suele contestar. Siento que en vez de estar ejerciendo mis habilidades digitales, debería estar conociendo personas fuera del ámbito virtual.
El amor y el cariño en los tiempos del coronavirus
Dos meses de confinamiento son suficientes para que perdamos la paciencia y empecemos a extrañar el contacto con otros seres humanos. Para algunos ese momento llegó ya en los primeros días y para otros está llegando ahora o aún no lo han alcanzado. En mi edificio ya hemos celebrado el cumpleaños de una vecina (lo cual fue denunciado en Twitter por alguien del barrio que nos sacó una foto desde lejos) y nos vemos habitualmente en la terraza comunitaria. He leído historias de parejas que se encuentran en la cola para un supermercado para poder verse y estoy viendo como cada día aparecen más brotes de amor y amistad en los espacios públicos. Sé que estos encuentros aumentan el riesgo de contagios, pero no puedo culpar o juzgar a nadie por desear un poco de contacto con otras personas
Yo personalmente extraño el abrazo: un tipo de contacto que, más que un beso, "borra la tristeza" y "calma la amargura". He calmado tormentas y aliviado dolores existenciales gracias a este gesto tan sencillo. Nada más en el mundo tiene la misma capacidad de devolverme la tranquilidad. Hace unos días he salido a pasear por mi barrio con una amiga y no hemos podido evitar abrazarnos cuando nos vimos después de casi tres meses de aislamiento. Sentí que con ese gesto tan sencillo se acabó mi confinamiento interior.
Si el abrazo puede ser considerado un pequeño gesto de amor y tal vez uno de los más importantes, los demás parecen del todo inalcanzables en este período tan confuso. A veces por aburrimiento abro Tinder, que suelo utilizar durante los viajes . Me hace gracia leer las descripciones de las personas, que hace poco aún tenían sentido: "Me encanta viajar", "Wanderlust", "Salgamos a bailar bachata"... ¿Cómo deben estar ahora todas esas personas adictas a la adrenalina de viajes, fiestas y eventos?
He decidido pasar de largo del Tinder. Creo que al final será verdad que no es lo mío y seguramente no es el momento adecuado.
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