Mi experiencia con Covid-19 en un piso compartido
A finales de abril me pasó lo que quizás tenía que pasar en algún momento: el virus SARS COV-2 que siembra tanto caos en el mundo logró infectarme también a mí. Al final y al cabo, en una pandemia es algo que hasta parece inevitable. Durante más de un año estuve a salvo pero un fin de semana con más vida social y la mala suerte hicieron que contrajera la Covid-19.
Fueron dos semanas difíciles, sobre todo psicológicamente. Pensar que tenía la enfermedad que desde hacía un año era la gran preocupación mundial ya era una carga mental. Aunque es cierto que en una persona joven como yo hay poco riesgo de complicaciones serias o muerte, también es verdad que la Covid-19 puede ser bastante desagradable y algunos síntomas pueden amargar los pocos placeres que quedan en un confinamiento, o tal vez mejor dicho: neutralizarlos, porque entre los sabores ni siquiera el amargo se salva del olvido temporal.
El confinamiento debe ser muy difícil para alguien que vive solo, pero compartir piso en estas circunstancias presenta un problema adicional: la responsabilidad por las demás personas convivientes. La higiene de las manos y todas las superficies que tocan se convierte en obsesión cada vez que uno sale de la habitación. La gestión de la compra de alimentos es otra complicación que encuentra una solución en la buena voluntad y empatía por parte de los no contagiados.
Aquí comparto el diario en el que intenté apuntar mi experiencia de estos días extraordinarios.
Lunes, 19 de abril 2021:
Me desperté a varias horas de la madrugada y ya no pude conciliar el sueño. Durante la mañana la yerba mate me ayudó a combatir el cansancio y de esa manera pude trabajar con normalidad desde mi habitación, convertida en oficina desde el inicio de la pandemia. En la tarde empecé a sentirme cansado y tenía ganas de echarme en la cama pero faltaban unas horas para que acabara mi turno. Cuando llegaron las seis, apagué el portátil y me acosté en la cama. Pasé el resto del día descansando, sin sospechar que el malestar que sentía podría ser más que cansancio por el sueño incompleto de la noche pasada.
Martes, 20 de abril 2021:
La sensación de debilidad perduró a pesar de que esta vez dormí mis siete horas habituales. Avisé en mi empresa que estaba enfermo y me quedé en la cama toda la mañana durmiendo. Informé de mi malestar a mis compañeros y compañeras de piso y decidimos guardar algo de distancia hasta que no se pudiera descartar lo que yo ya temía: Covid-19. Por la tarde llamé al número de emergencias médicas para pedir una prueba PCR pero como aún no presentaba síntomas compatibles con la enfermedad, me aconsejaron quedarme aislado y observar las reacciones del cuerpo, que de momento seguían siendo únicamente la debilidad y una sensación de pesadez en la cabeza.
Por la noche empecé a tener escalofríos. Volví a medirme la temperatura y salió 38,25 grados. Hablé con un amigo médico que me aconsejó llamar a emergencias al día siguiente y hacerme la prueba de Covid cuanto antes.
Miércoles, 21 de abril 2021:
Me desperté sintiéndome bastante peor: aparte de los síntomas de ayer, sentía dolor en diferentes partes del cuerpo y la fiebre se mantenía en 38,25 grados. Llamé a emergencias médicas, apuntaron mis datos para enviarlos a mi Centro de Atención Primaria (CAP) para que me citaran para una prueba de Covid-19. Por suerte no tardaron ni media hora en mandarme un SMS con la hora de mi cita médica ¡Faltaba sólo media hora! Me vestí de prisa y salí al CAP, donde no había casi nadie en la planta de las pruebas PCR. Llevaba un libro por si la espera era demasiado larga, pero me llamaron enseguida. El doctor era un alemán simpático que llevaba muchos años viviendo en Barcelona y hablaba un castellano impecable. Él y la enfermera me hicieron todo tipo de pruebas preliminares: la escucha de los pulmones, el pulso, etc.
Después de ese primer estudio esperé unos minutos para la prueba PCR que realizó una enfermera en otro despacho. La inserción de lo que llaman hisopo nasal largo en los orificios de la nariz fue desagradable pero duró poco. Si el resultado hubiera salido negativo, me habrían hecho la prueba de antígeno pero finalmente no hacía falta… Salí positivo y otra doctora se encargó de explicarme las medidas a aplicar en casa para prevenir los contagios de mis compañeros y compañeras de piso. La escuchaba todavía sin creer que esto estaba pasando de verdad. No es que enfermarme de Covid fuera la peor desgracia imaginable, pero todo ese tiempo algo en mí me hacía pensar que al final sería una gripe o cualquier otra afección menor. Volví a casa cabizbajo, pensando ya en los diez días de confinamiento en mi habitación que me esperaban.
Al llegar a casa avisé a las cuatro personas que viven conmigo. Uno se encontraba de prácticas en un hospital y tras informar del contacto conmigo fue aislado y posteriormente enviado a casa. El chico se hizo la prueba que salió negativa y se marchó al piso de su novia para pasar el aislamiento con ella. Jessica recibió la baja laboral de diez días sin haberse hecho la prueba aún, ya que trabaja con niños presencialmente, mientras que Daggiana tenía miedo de perder el trabajo que acababa de empezar si avisaba del contacto con un positivo. Le habían dicho durante su primera semana que si tuviera una baja durante su período de formación, probablemente tendría que esperar hasta varios meses sin trabajo para poder completar su formación. Según la empresa, no se podía perder ni un día de la formación, ya que sólo se podía repetir si la empresa decidiera contratar a un grupo de empleados nuevos. Si alguien pensaba que al menos en tiempos de una crisis tan grave como esta pandemia las empresas han aprendido a respetar y valorar a sus trabajadoras, que pierda la esperanza. El capitalismo no ha sacado su cara humana porque simplemente no la tiene.
En cuanto a mí, pasé varias horas enganchado al teléfono informando a todos mis contactos del fin de semana: la profesora de la clase de hindi y las chicas de la clase de dibujo del sábado, los chicos del fútbol del domingo y la gente de la juntada de cumpleaños de un amigo. Salvo la salida al bar para celebrar con mi amigo, fue un fin de semana normal, con actividades habituales. Una de las personas que avisé me dijo que “deberíamos ser más responsables” y la cuestión de responsabilidad en el contagio me pareció digna de una reflexión. Al principio sentí incluso culpa por haber salido a un bar una única vez desde hacía varios meses, pero era consciente de que hechos tan aleatorios como el contagio con un virus sólo dependen de nosotros en una pequeña parte. Al final tampoco he ido a una manifestación negacionista sin mascarilla o una fiesta ilegal sin medidas de seguridad. Por supuesto que las reuniones en espacios cerrados conllevan un riesgo pero al final son permitidas. Sin duda no iría a un bar cada semana pero era una ocasión especial y decidí participar. Al final y al cabo, tampoco sé si me contagié en esa reunión o en otro lugar.
Aún así, me sentía un poco culpable y preocupado por las demás en el piso. Tomé distancia hasta con los gatos, pensando que podría transmitir el virus a otras personas si tocaba su pelaje. Tenía muchas ganas de acariciarlos y jugar con ellos, pero decidí no hacerlo de momento. Me confiné en mi habitación y a partir de ese momento sólo salía al baño y a la cocina a calentar mi comida, siempre con la mascarilla puesta. Antes de salir al pasillo me desinfectaba las manos con gel hidroalcohólico y luego limpiaba y desinfectaba todo lo que había tocado en la cocina.
Durante la tarde me llamaron del centro de atención primaria para apuntar los contactos estrechos en riesgo, o sea las personas con las que estuve en contacto durante más de quince minutos sin mascarilla durante las cuarenta y ocho horas previas a los primeros síntomas. Finalmente varias personas se hicieron las pruebas que salieron negativas con la excepción de un compañero del fútbol, que además ya presentaba síntomas de Covid. Lo más extraño del caso es que no tuve casi contacto con él durante el partido, ya que estaba en mi equipo, y solamente conversamos un rato antes de jugar.
Después de avisar a todas las personas con riesgo de contagio, finalmente pude descansar. Mi estado de ánimo no podía estar peor. El día era frío y oscuro y la casa de repente se sentía vacía e inhóspita. Cada persona estaba encerrada en su habitación y los gatos parecían confundidos al encontrarse todas las puertas cerradas. Yo sentía mucho frío y dolor en la zona cervical y lumbar de la columna, al igual que en el hombro izquierdo. Para el colmo, me enteré de que mi querido tío Rajiv también estaba con Covid en la India, pero en estado bastante más grave. Mi padre, muy preocupado por su hermano menor, me dijo que no lo admitían en ningún hospital, ya que estaban todos llenos. Mi tío tenía problems con la respiración pero en toda Delhi no conseguían oxígeno. Saber que mi querido chachaji estaba en peligro me hizo sufrir más. A las diez de la noche me sentía físicamente y emocionalmente muy agotado y sólo un sueño largo y profundo podía consolarme.
Jueves, 22 de abril 2021:
Me levanté temprano para visitar el CAP, ya que me había ofrecido como voluntario para un estudio de un fármaco nuevo que supuestamente tenía buenos resultados en la reducción de la carga vírica en el tratamiento de Covid-19. Tenía algunas dudas, pero tras estudiar la propuesta junto con mi amigo médico, decidí participar con la esperanza de contribuir a un posible avance en la búsqueda de un tratamiento eficaz para la enfermedad. El mismo médico alemán, Michael, me atendió hoy. Me tomó sangre para una analítica, me midió el pulso y apuntó algunos datos relevantes para el estudio. Gracias a la participación en el estudio, mi médico de cabecera me llamaría cada día y tendría pruebas y visitas presenciales cada cuatro días. De hecho, el doctor no sólo me llamó sino que además pasó por casa presencialmente en la tarde aprovechando que estaba visitando a pacientes en mi zona.
Si la gran atención y empatía de los médicos era la nota positiva, la negativa era seguramente la sorprendente e irritante descoordinación entre los diferentes departamentos de la salud pública. Cuando me senté en la sala de espera del CAP el día de mi prueba de Covid, me llamó el médico al que iba a ver presencialmente. Le dije que saliera de su despacho a saludarme y apareció en la puerta con el teléfono a la oreja. El médico no había sido avisado de que mi visita iba a ser presencial. La atención que recibí a continuación fue, por supuesto, maravillosa y muy bien organizada.
También encontré bastantes contradicciones entre la información que recibían mis compañeros de piso por teléfono desde emergencias médicas y lo que me decían a mí personalmente los médicos en el CAP. A Amir le denegaron la prueba en el CAP porque no estaba empadronado en Gràcia. Cuando se lo conté a una doctora, se sorprendió y dijo un poco indignada que es una cuestión de salud pública y no se puede denegar una prueba en un posible brote de Covid-19. Finalmente Amir pudo hacerse la prueba el mismo día pero alguien le informó mal cuando era un posible contagiado. Además, a Daggiana le dieron el alta médica con la fecha incorrecta. Varias personas más de la lista de “contactos estrechos” del desafortunado fin de semana pasado estaban confundidas por la información que les fue proporcionada.
Por otro lado, la toma de contactos estrechos tampoco parece muy coordinada entre el CAP y la Agència de Salut Pública de Catalunya, ya que cada una me llamó por separado para pedirme los mismos datos. Varias otras personas entre mis contactos estrechos, o sea los que habían tenido contacto conmigo en las 48 horas previas al inicio de los síntomas, han dicho que incluso después de hacerse la prueba aún recibían llamadas para citarles a hacerse una PCR. No logré entender si los sistemas informáticos del sistema sanitario catalán no estaban integrados o si nadie miraba la información antes de llamar, pero algo estaba fallando. Mientras que los médicos que me atendieron eran muy competentes, empáticos y eficaces, la información quizás no fluía muy bien entre los diferentes departamentos.
Tras pasar por el CAP, volví a casa hambriento y agotado. Me pasé la mañana durmiendo, ya que me sentía muy débil y seguía con fiebre y dolor del cuerpo. En casa tratábamos de aplicar todas las medidas posibles para evitar contagios. Mis compañeros de piso me prepararon utensilios y cubiertos separados y tratábamos de desinfectar la cocina regularmente. Por suerte en casa tenemos dos baños, así que seguí utilizando el mío, mientras que los demás usaban el otro. Jessica y Amir se sentían bien y sus pruebas PCR salieron negativas, pero no eran concluyentes, ya que los síntomas aún podían manifestarse más tarde. Daggiana estaba claramente enferma y anímicamente hundida. En el trabajo la mandaron a casa por diez días sin explicarle si la readmitirían después de ese tiempo o si tendría que esperar meses hasta que contraten a otro grupo para repetir la formación.
El día era todavía más gris y melancólico que ayer, pero yo no sentía tristeza. Tanto estrés y rabia por la situación laboral de Daggiana me han vaciado emocionalmente y me acosté otra vez a las diez de la noche.
Viernes, 23 de abril 2021:
Me desperté sin fiebre o quizás con fiebre muy baja. Pensé que ya estaba empezando a ganar la batalla contra el virus, pero entonces me di cuenta de que el virus me tenía preparados otros síntomas por si bajaba la temperatura del cuerpo. Aparecieron náuseas y mareos leves pero desagradables y una sensación de malestar estomacal muy confusa que me hacía pensar que sentía hambre cuando en realidad estaba satisfecho y viceversa.
El peor de todos los síntomas fue la pérdida parcial del gusto y el olfato. Llevaba ya varios días sin disfrutar la comida, pero este viernes sentía un sabor extrañamente neutral en mi boca. Pude comprobar que hasta los platos indios más sabrosos y aromáticos eran muy sosos. También es cierto que a esas alturas de la enfermedad estaba tan enfocado en su superación que casi no me importaba lo que comía, pero perder el gusto suprimió la única fuente de placer que esperaba tener esos días. Hubo un sabor especialmente importante que dejó de gustarme con esta saliva neutral extraña: el de la yerba mate que decidí abandonar hasta superar la Covid.
Como ya no tenía fiebre, no necesitaba tomar más el parecetamol pero mi mesita de noche se había convertido en una farmacia de suplementos: las vitaminas B, E, C y D3, selenio, zinc y magnesio. Además ahora cada mañana tenía que tragar la pastilla con el medicamento para el estudio.
En la noche mis compañeros de piso propusieron sincronizar una película y verla juntos con una llamada de grupo abierta para poder reírnos juntos. De esa manera, en medio del confinamiento y el bajón anímico, recuperamos algo de alegría.
Fin de semana, 24-25 de abril 2021:
Pasé ambos días sin tanto dolor o fiebre pero con unos mareos bastante desagradables y una sensación de debilidad. Las vistas detrás de la ventana no animaban a salir de la cama. El cielo seguía tan gris como casi toda la semana pasada. Cuando salía al baño o la cocina, la casa parecía abandonada. En el pasillo largo y oscuro no se escuchaba ni un ruido. Amir y Jessica no salían casi de su habitación y Daggiana estaba confinada en la suya, con evidentes síntomas de Covid.
Sin poder disfrutar las comidas, al menos pude gozar de unas partidas de un videojuego con un amigo y la lectura de El mundo de ayer de Stefan Zweig.
Lunes, martes, 26-27 de abril 2021:
Lo peor en un proceso de convalecencia es cuando uno no tiene la sensación de estar recuperándose de su afección. Estos días no notaba ninguna diferencia con respecto a los días anteriores. Volvió la fiebre, esta vez de 37 grados. Sentía que mi cuerpo no me pertenecía, que había sido secuestrado por unos hackers diminutos y muy maliciosos. Era un cuerpo deprimido, sin energía y vivacidad. La perspectiva de pasar otra semana en mi habitación con la debilidad general y la falta de gusto y olfato me desanimó bastante y pasaba horas enteras acostado sin hacer nada.
Mientras tanto, cada visita al CAP enriquecía mi listado de confusiones y equivocaciones en el sistema sanitario catalán. El lunes por la mañana me llamó Michael, el médico alemán, para hacerme más pruebas. Cuando llegué, los enfermeros no eran conscientes de qué tipo de pruebas tenían que realizar, ya que no me tenían apuntado para ningún tipo de exploración médica, así que tras hacerme una PCR rápida me dejaron ir. Al cabo de unos diez minutos me llamó Michael, pidiéndome disculpas y diciendo que tenía que volver porque faltaban varios chequeos por realizar.
Volví al CAP y esta vez Daggiana vino conmigo y se hizo otra prueba PCR, ya que llevaba varios días con dolor y fiebre. Finalmente le salió positivo, aunque ella llevaba ya cuatro días aislada de Jessica y Amir, los únicos en el piso que no presentaban síntomas y no habían dado positivo.
El resto de la semana: 28-30 de abril 2021:
Estos últimos días del confinamiento el bajón anímico se volvió más claro. A la debilidad del cuerpo se le sumó el cansancio del alma. Llevaba más de una semana encerrado y, mientras al principio esto parecía una disrupción interesante de mi rutina, ahora este encierro era mi nueva rutina, bastante más aburrida y frustrante que la anterior.
Físicamente me sentía algo mejor mientras estaba acostado pero cuando me levantaba de la cama las sensaciones no eran demasiado buenas. La cabeza se sentía aún bastante pesada y el cuerpo lento y entumecido. En ese estado no tenía muchas ganas de conversar con Amir, al que veía cada día sentado en el salón. También dejé varios mensajes de amigos y amigas preocupadas por mi salud sin responder. Me refugié en mi cama y tenía ganas de hibernar hasta el día en el que el virus desaparezca de mi cuerpo y me permita disfrutar de los placeres de la vida cotidiana, como la comida o los paseos por el barrio.
Fin de semana: 1-2 de mayo 2021:
Por fin llegó el día en el que podía salir de casa y aproveché esta oportunidad para dar un paseo por Gràcia y comprar algo de comida. Era el 1 de mayo, el día internacional de los trabajadores. Estoy a favor de que no se trabaje en ese día de reivindicaciones importantes, pero no tenía absolutamente nada en la nevera y tuve que salir a buscar algunos alimentos. Bajé caminando hasta la plaza del Diamant y después caminé un poco más en búsqueda de tiendas abiertas. Me sentía todavía un poco débil y aturdido pero confié en mi cuerpo y caminé tan rápido como de costumbre. Para evitar aglomeraciones, fui a un sitio de comida para llevar y pedí dos raciones de arroz con verduras. De repente, mientras esperaba para pagar, sentí que me faltaba oxígeno en la cabeza y que en cualquier momento me desmayaría. Pagué rápido y salí a sentarme en un banquillo afuera. Era un susto muy desagradable y una señal de que la recuperación tardaría mucho más de lo que pensaba.
Volví a casa y pasé el resto del día en la cama desanimado. Lo más desagradable de este tipo de infecciones es no poder confiar al cien por cien en el cuerpo al que le ocurren cosas extrañas. Cuando pasé la fiebre tifoidea hacía dos años los síntomas de la enfermedad volvían de la nada tras varios días de recuperación. Luego durante dos meses la bacteria causante de la enfermedad aún se detectaba en los análisis que me hacían. En el caso de la Covid me preocupaba sobre todo por la recuperación del olfato y el gusto, ya que la comida ocupa un lugar importante en mi vida. Además, cada vez que me enfermo noto una pérdida de peso de varios kilos que luego tardan meses en volver incluso en tiempos normales, cuando hago deporte.
A pesar del disgusto del día anterior, el domingo salí a pasear con Daggiana. Subimos hasta la loma de la calle Verdi y de allá hasta el parque Güell y luego bajamos a Gràcia a comer unas tapitas y tomar un café sentados en una mesa. El tiempo no había mejorado pero era un alivio poder participar en el ajetreo habitual de las plazas y las calles del barrio. Me preocupaba un poco la tos, el único rastro de la Covid perceptible desde fuera. Trataba de ponerme la mascarilla cuando tosía, aunque era una tarea incompatible con la ingesta de alimentos y bebidas.
En la tarde por fin salió el solcito y me quedé un instante sentado en el sofá disfrutando de su calor con los ojos cerrados. Hacía mucho que no me sentaba en el sofá del salón y hacía bastantes días que no gozaba de los inestimables efectos de la luz solar. Sentí que ya era tiempo de volver a vivir con normalidad, de utilizar los espacios comunes de la casa sin miedo. Daggiana y yo, siendo los únicos infectados en casa, decidimos seguir utilizando la mascarilla durante una semana más, aunque según los médicos ya no nos hacía falta.
3-16 de mayo 2021:
Fueron dos semanas de recuperación lenta y gradual. Algunos días sentía que ya estaba al cien por cien para comprobar al día siguiente que aún me sentía débil y cansado. Dormía más de lo normal, también durante el día, pero la batería no se recargaba del todo.
Para facilitar la recuperación repasé los consejos sobre nutrición sana que me había preparado una nutricionista hacía unos años y empecé a seguirlos a rajatabla. La cantidad de fruta y verdura en cada comida llegó a los niveles recomendados. Empecé a hacer ensaladas con frutos secos y semillas que llevaba mucho tiempo sin comer. Para acompañarlas hacía tortillas de harina de garbanzo, una fuente de proteína muy importante en mi dieta desde entonces. Probablemente después de recuperarme de la Covid empecé a comer mejor que nunca antes en mi vida.
A pesar de la debilidad física, estaba mejor anímicamente que antes de pasar la Covid. Como me pasó anteriormente con la fiebre tifoidea, la enfermedad supuso una motivación extra para cuidar de mi salud, mientras que la recuperación hizo que quisiera aprovechar aún más las posibilidades que ofrecía la “vida normal”. Salía cada día a pasear por el barrio y disfrutaba mucho simplemente viendo y escuchando el ajetreo en las plazas: los jóvenes charlando, los niños corriendo y pateando una pelota. Por fin podía ver algo de vida y además con un tiempo espléndido que mejoró mucho desde que pude salir de casa.
Como pude comprobar en otras ocasiones, caer enfermo es un duro recordatorio de la importancia de la salud. En este caso, tras recuperarme empecé a mejorar mi dieta y volví a hacer deporte después de una larga inactividad causada por la pandemia. El otro aspecto positivo de haber pasado por esa situación es que disfrutaré de la inmunidad gracias a los anticuerpos que se desarrollaron en mí. Cuando un mes y medio tuvimos un pequeño brote de Covid en mi grupo más cercano de amigos, agradecí haber pasado la enfermedad, ya que me ahorré otro confinamiento.
Esa ha sido mi experiencia. Espero que a ninguno de ustedes les pase y si tienen la mala suerte de contagiarse, ojalá su confinamiento y los síntomas sean lo más leves posible.
Fueron dos semanas difíciles, sobre todo psicológicamente. Pensar que tenía la enfermedad que desde hacía un año era la gran preocupación mundial ya era una carga mental. Aunque es cierto que en una persona joven como yo hay poco riesgo de complicaciones serias o muerte, también es verdad que la Covid-19 puede ser bastante desagradable y algunos síntomas pueden amargar los pocos placeres que quedan en un confinamiento, o tal vez mejor dicho: neutralizarlos, porque entre los sabores ni siquiera el amargo se salva del olvido temporal.
El confinamiento debe ser muy difícil para alguien que vive solo, pero compartir piso en estas circunstancias presenta un problema adicional: la responsabilidad por las demás personas convivientes. La higiene de las manos y todas las superficies que tocan se convierte en obsesión cada vez que uno sale de la habitación. La gestión de la compra de alimentos es otra complicación que encuentra una solución en la buena voluntad y empatía por parte de los no contagiados.
Aquí comparto el diario en el que intenté apuntar mi experiencia de estos días extraordinarios.
Lunes, 19 de abril 2021:
Me desperté a varias horas de la madrugada y ya no pude conciliar el sueño. Durante la mañana la yerba mate me ayudó a combatir el cansancio y de esa manera pude trabajar con normalidad desde mi habitación, convertida en oficina desde el inicio de la pandemia. En la tarde empecé a sentirme cansado y tenía ganas de echarme en la cama pero faltaban unas horas para que acabara mi turno. Cuando llegaron las seis, apagué el portátil y me acosté en la cama. Pasé el resto del día descansando, sin sospechar que el malestar que sentía podría ser más que cansancio por el sueño incompleto de la noche pasada.
Martes, 20 de abril 2021:
La sensación de debilidad perduró a pesar de que esta vez dormí mis siete horas habituales. Avisé en mi empresa que estaba enfermo y me quedé en la cama toda la mañana durmiendo. Informé de mi malestar a mis compañeros y compañeras de piso y decidimos guardar algo de distancia hasta que no se pudiera descartar lo que yo ya temía: Covid-19. Por la tarde llamé al número de emergencias médicas para pedir una prueba PCR pero como aún no presentaba síntomas compatibles con la enfermedad, me aconsejaron quedarme aislado y observar las reacciones del cuerpo, que de momento seguían siendo únicamente la debilidad y una sensación de pesadez en la cabeza.
Por la noche empecé a tener escalofríos. Volví a medirme la temperatura y salió 38,25 grados. Hablé con un amigo médico que me aconsejó llamar a emergencias al día siguiente y hacerme la prueba de Covid cuanto antes.
Miércoles, 21 de abril 2021:
Me desperté sintiéndome bastante peor: aparte de los síntomas de ayer, sentía dolor en diferentes partes del cuerpo y la fiebre se mantenía en 38,25 grados. Llamé a emergencias médicas, apuntaron mis datos para enviarlos a mi Centro de Atención Primaria (CAP) para que me citaran para una prueba de Covid-19. Por suerte no tardaron ni media hora en mandarme un SMS con la hora de mi cita médica ¡Faltaba sólo media hora! Me vestí de prisa y salí al CAP, donde no había casi nadie en la planta de las pruebas PCR. Llevaba un libro por si la espera era demasiado larga, pero me llamaron enseguida. El doctor era un alemán simpático que llevaba muchos años viviendo en Barcelona y hablaba un castellano impecable. Él y la enfermera me hicieron todo tipo de pruebas preliminares: la escucha de los pulmones, el pulso, etc.
Después de ese primer estudio esperé unos minutos para la prueba PCR que realizó una enfermera en otro despacho. La inserción de lo que llaman hisopo nasal largo en los orificios de la nariz fue desagradable pero duró poco. Si el resultado hubiera salido negativo, me habrían hecho la prueba de antígeno pero finalmente no hacía falta… Salí positivo y otra doctora se encargó de explicarme las medidas a aplicar en casa para prevenir los contagios de mis compañeros y compañeras de piso. La escuchaba todavía sin creer que esto estaba pasando de verdad. No es que enfermarme de Covid fuera la peor desgracia imaginable, pero todo ese tiempo algo en mí me hacía pensar que al final sería una gripe o cualquier otra afección menor. Volví a casa cabizbajo, pensando ya en los diez días de confinamiento en mi habitación que me esperaban.
Al llegar a casa avisé a las cuatro personas que viven conmigo. Uno se encontraba de prácticas en un hospital y tras informar del contacto conmigo fue aislado y posteriormente enviado a casa. El chico se hizo la prueba que salió negativa y se marchó al piso de su novia para pasar el aislamiento con ella. Jessica recibió la baja laboral de diez días sin haberse hecho la prueba aún, ya que trabaja con niños presencialmente, mientras que Daggiana tenía miedo de perder el trabajo que acababa de empezar si avisaba del contacto con un positivo. Le habían dicho durante su primera semana que si tuviera una baja durante su período de formación, probablemente tendría que esperar hasta varios meses sin trabajo para poder completar su formación. Según la empresa, no se podía perder ni un día de la formación, ya que sólo se podía repetir si la empresa decidiera contratar a un grupo de empleados nuevos. Si alguien pensaba que al menos en tiempos de una crisis tan grave como esta pandemia las empresas han aprendido a respetar y valorar a sus trabajadoras, que pierda la esperanza. El capitalismo no ha sacado su cara humana porque simplemente no la tiene.
En cuanto a mí, pasé varias horas enganchado al teléfono informando a todos mis contactos del fin de semana: la profesora de la clase de hindi y las chicas de la clase de dibujo del sábado, los chicos del fútbol del domingo y la gente de la juntada de cumpleaños de un amigo. Salvo la salida al bar para celebrar con mi amigo, fue un fin de semana normal, con actividades habituales. Una de las personas que avisé me dijo que “deberíamos ser más responsables” y la cuestión de responsabilidad en el contagio me pareció digna de una reflexión. Al principio sentí incluso culpa por haber salido a un bar una única vez desde hacía varios meses, pero era consciente de que hechos tan aleatorios como el contagio con un virus sólo dependen de nosotros en una pequeña parte. Al final tampoco he ido a una manifestación negacionista sin mascarilla o una fiesta ilegal sin medidas de seguridad. Por supuesto que las reuniones en espacios cerrados conllevan un riesgo pero al final son permitidas. Sin duda no iría a un bar cada semana pero era una ocasión especial y decidí participar. Al final y al cabo, tampoco sé si me contagié en esa reunión o en otro lugar.
Aún así, me sentía un poco culpable y preocupado por las demás en el piso. Tomé distancia hasta con los gatos, pensando que podría transmitir el virus a otras personas si tocaba su pelaje. Tenía muchas ganas de acariciarlos y jugar con ellos, pero decidí no hacerlo de momento. Me confiné en mi habitación y a partir de ese momento sólo salía al baño y a la cocina a calentar mi comida, siempre con la mascarilla puesta. Antes de salir al pasillo me desinfectaba las manos con gel hidroalcohólico y luego limpiaba y desinfectaba todo lo que había tocado en la cocina.
Durante la tarde me llamaron del centro de atención primaria para apuntar los contactos estrechos en riesgo, o sea las personas con las que estuve en contacto durante más de quince minutos sin mascarilla durante las cuarenta y ocho horas previas a los primeros síntomas. Finalmente varias personas se hicieron las pruebas que salieron negativas con la excepción de un compañero del fútbol, que además ya presentaba síntomas de Covid. Lo más extraño del caso es que no tuve casi contacto con él durante el partido, ya que estaba en mi equipo, y solamente conversamos un rato antes de jugar.
Después de avisar a todas las personas con riesgo de contagio, finalmente pude descansar. Mi estado de ánimo no podía estar peor. El día era frío y oscuro y la casa de repente se sentía vacía e inhóspita. Cada persona estaba encerrada en su habitación y los gatos parecían confundidos al encontrarse todas las puertas cerradas. Yo sentía mucho frío y dolor en la zona cervical y lumbar de la columna, al igual que en el hombro izquierdo. Para el colmo, me enteré de que mi querido tío Rajiv también estaba con Covid en la India, pero en estado bastante más grave. Mi padre, muy preocupado por su hermano menor, me dijo que no lo admitían en ningún hospital, ya que estaban todos llenos. Mi tío tenía problems con la respiración pero en toda Delhi no conseguían oxígeno. Saber que mi querido chachaji estaba en peligro me hizo sufrir más. A las diez de la noche me sentía físicamente y emocionalmente muy agotado y sólo un sueño largo y profundo podía consolarme.
Jueves, 22 de abril 2021:
Me levanté temprano para visitar el CAP, ya que me había ofrecido como voluntario para un estudio de un fármaco nuevo que supuestamente tenía buenos resultados en la reducción de la carga vírica en el tratamiento de Covid-19. Tenía algunas dudas, pero tras estudiar la propuesta junto con mi amigo médico, decidí participar con la esperanza de contribuir a un posible avance en la búsqueda de un tratamiento eficaz para la enfermedad. El mismo médico alemán, Michael, me atendió hoy. Me tomó sangre para una analítica, me midió el pulso y apuntó algunos datos relevantes para el estudio. Gracias a la participación en el estudio, mi médico de cabecera me llamaría cada día y tendría pruebas y visitas presenciales cada cuatro días. De hecho, el doctor no sólo me llamó sino que además pasó por casa presencialmente en la tarde aprovechando que estaba visitando a pacientes en mi zona.
Si la gran atención y empatía de los médicos era la nota positiva, la negativa era seguramente la sorprendente e irritante descoordinación entre los diferentes departamentos de la salud pública. Cuando me senté en la sala de espera del CAP el día de mi prueba de Covid, me llamó el médico al que iba a ver presencialmente. Le dije que saliera de su despacho a saludarme y apareció en la puerta con el teléfono a la oreja. El médico no había sido avisado de que mi visita iba a ser presencial. La atención que recibí a continuación fue, por supuesto, maravillosa y muy bien organizada.
También encontré bastantes contradicciones entre la información que recibían mis compañeros de piso por teléfono desde emergencias médicas y lo que me decían a mí personalmente los médicos en el CAP. A Amir le denegaron la prueba en el CAP porque no estaba empadronado en Gràcia. Cuando se lo conté a una doctora, se sorprendió y dijo un poco indignada que es una cuestión de salud pública y no se puede denegar una prueba en un posible brote de Covid-19. Finalmente Amir pudo hacerse la prueba el mismo día pero alguien le informó mal cuando era un posible contagiado. Además, a Daggiana le dieron el alta médica con la fecha incorrecta. Varias personas más de la lista de “contactos estrechos” del desafortunado fin de semana pasado estaban confundidas por la información que les fue proporcionada.
Por otro lado, la toma de contactos estrechos tampoco parece muy coordinada entre el CAP y la Agència de Salut Pública de Catalunya, ya que cada una me llamó por separado para pedirme los mismos datos. Varias otras personas entre mis contactos estrechos, o sea los que habían tenido contacto conmigo en las 48 horas previas al inicio de los síntomas, han dicho que incluso después de hacerse la prueba aún recibían llamadas para citarles a hacerse una PCR. No logré entender si los sistemas informáticos del sistema sanitario catalán no estaban integrados o si nadie miraba la información antes de llamar, pero algo estaba fallando. Mientras que los médicos que me atendieron eran muy competentes, empáticos y eficaces, la información quizás no fluía muy bien entre los diferentes departamentos.
Tras pasar por el CAP, volví a casa hambriento y agotado. Me pasé la mañana durmiendo, ya que me sentía muy débil y seguía con fiebre y dolor del cuerpo. En casa tratábamos de aplicar todas las medidas posibles para evitar contagios. Mis compañeros de piso me prepararon utensilios y cubiertos separados y tratábamos de desinfectar la cocina regularmente. Por suerte en casa tenemos dos baños, así que seguí utilizando el mío, mientras que los demás usaban el otro. Jessica y Amir se sentían bien y sus pruebas PCR salieron negativas, pero no eran concluyentes, ya que los síntomas aún podían manifestarse más tarde. Daggiana estaba claramente enferma y anímicamente hundida. En el trabajo la mandaron a casa por diez días sin explicarle si la readmitirían después de ese tiempo o si tendría que esperar meses hasta que contraten a otro grupo para repetir la formación.
El día era todavía más gris y melancólico que ayer, pero yo no sentía tristeza. Tanto estrés y rabia por la situación laboral de Daggiana me han vaciado emocionalmente y me acosté otra vez a las diez de la noche.
Viernes, 23 de abril 2021:
Me desperté sin fiebre o quizás con fiebre muy baja. Pensé que ya estaba empezando a ganar la batalla contra el virus, pero entonces me di cuenta de que el virus me tenía preparados otros síntomas por si bajaba la temperatura del cuerpo. Aparecieron náuseas y mareos leves pero desagradables y una sensación de malestar estomacal muy confusa que me hacía pensar que sentía hambre cuando en realidad estaba satisfecho y viceversa.
El peor de todos los síntomas fue la pérdida parcial del gusto y el olfato. Llevaba ya varios días sin disfrutar la comida, pero este viernes sentía un sabor extrañamente neutral en mi boca. Pude comprobar que hasta los platos indios más sabrosos y aromáticos eran muy sosos. También es cierto que a esas alturas de la enfermedad estaba tan enfocado en su superación que casi no me importaba lo que comía, pero perder el gusto suprimió la única fuente de placer que esperaba tener esos días. Hubo un sabor especialmente importante que dejó de gustarme con esta saliva neutral extraña: el de la yerba mate que decidí abandonar hasta superar la Covid.
Como ya no tenía fiebre, no necesitaba tomar más el parecetamol pero mi mesita de noche se había convertido en una farmacia de suplementos: las vitaminas B, E, C y D3, selenio, zinc y magnesio. Además ahora cada mañana tenía que tragar la pastilla con el medicamento para el estudio.
En la noche mis compañeros de piso propusieron sincronizar una película y verla juntos con una llamada de grupo abierta para poder reírnos juntos. De esa manera, en medio del confinamiento y el bajón anímico, recuperamos algo de alegría.
Fin de semana, 24-25 de abril 2021:
Pasé ambos días sin tanto dolor o fiebre pero con unos mareos bastante desagradables y una sensación de debilidad. Las vistas detrás de la ventana no animaban a salir de la cama. El cielo seguía tan gris como casi toda la semana pasada. Cuando salía al baño o la cocina, la casa parecía abandonada. En el pasillo largo y oscuro no se escuchaba ni un ruido. Amir y Jessica no salían casi de su habitación y Daggiana estaba confinada en la suya, con evidentes síntomas de Covid.
Sin poder disfrutar las comidas, al menos pude gozar de unas partidas de un videojuego con un amigo y la lectura de El mundo de ayer de Stefan Zweig.
Lunes, martes, 26-27 de abril 2021:
Lo peor en un proceso de convalecencia es cuando uno no tiene la sensación de estar recuperándose de su afección. Estos días no notaba ninguna diferencia con respecto a los días anteriores. Volvió la fiebre, esta vez de 37 grados. Sentía que mi cuerpo no me pertenecía, que había sido secuestrado por unos hackers diminutos y muy maliciosos. Era un cuerpo deprimido, sin energía y vivacidad. La perspectiva de pasar otra semana en mi habitación con la debilidad general y la falta de gusto y olfato me desanimó bastante y pasaba horas enteras acostado sin hacer nada.
Mientras tanto, cada visita al CAP enriquecía mi listado de confusiones y equivocaciones en el sistema sanitario catalán. El lunes por la mañana me llamó Michael, el médico alemán, para hacerme más pruebas. Cuando llegué, los enfermeros no eran conscientes de qué tipo de pruebas tenían que realizar, ya que no me tenían apuntado para ningún tipo de exploración médica, así que tras hacerme una PCR rápida me dejaron ir. Al cabo de unos diez minutos me llamó Michael, pidiéndome disculpas y diciendo que tenía que volver porque faltaban varios chequeos por realizar.
Volví al CAP y esta vez Daggiana vino conmigo y se hizo otra prueba PCR, ya que llevaba varios días con dolor y fiebre. Finalmente le salió positivo, aunque ella llevaba ya cuatro días aislada de Jessica y Amir, los únicos en el piso que no presentaban síntomas y no habían dado positivo.
El resto de la semana: 28-30 de abril 2021:
Estos últimos días del confinamiento el bajón anímico se volvió más claro. A la debilidad del cuerpo se le sumó el cansancio del alma. Llevaba más de una semana encerrado y, mientras al principio esto parecía una disrupción interesante de mi rutina, ahora este encierro era mi nueva rutina, bastante más aburrida y frustrante que la anterior.
Físicamente me sentía algo mejor mientras estaba acostado pero cuando me levantaba de la cama las sensaciones no eran demasiado buenas. La cabeza se sentía aún bastante pesada y el cuerpo lento y entumecido. En ese estado no tenía muchas ganas de conversar con Amir, al que veía cada día sentado en el salón. También dejé varios mensajes de amigos y amigas preocupadas por mi salud sin responder. Me refugié en mi cama y tenía ganas de hibernar hasta el día en el que el virus desaparezca de mi cuerpo y me permita disfrutar de los placeres de la vida cotidiana, como la comida o los paseos por el barrio.
Fin de semana: 1-2 de mayo 2021:
Por fin llegó el día en el que podía salir de casa y aproveché esta oportunidad para dar un paseo por Gràcia y comprar algo de comida. Era el 1 de mayo, el día internacional de los trabajadores. Estoy a favor de que no se trabaje en ese día de reivindicaciones importantes, pero no tenía absolutamente nada en la nevera y tuve que salir a buscar algunos alimentos. Bajé caminando hasta la plaza del Diamant y después caminé un poco más en búsqueda de tiendas abiertas. Me sentía todavía un poco débil y aturdido pero confié en mi cuerpo y caminé tan rápido como de costumbre. Para evitar aglomeraciones, fui a un sitio de comida para llevar y pedí dos raciones de arroz con verduras. De repente, mientras esperaba para pagar, sentí que me faltaba oxígeno en la cabeza y que en cualquier momento me desmayaría. Pagué rápido y salí a sentarme en un banquillo afuera. Era un susto muy desagradable y una señal de que la recuperación tardaría mucho más de lo que pensaba.
Volví a casa y pasé el resto del día en la cama desanimado. Lo más desagradable de este tipo de infecciones es no poder confiar al cien por cien en el cuerpo al que le ocurren cosas extrañas. Cuando pasé la fiebre tifoidea hacía dos años los síntomas de la enfermedad volvían de la nada tras varios días de recuperación. Luego durante dos meses la bacteria causante de la enfermedad aún se detectaba en los análisis que me hacían. En el caso de la Covid me preocupaba sobre todo por la recuperación del olfato y el gusto, ya que la comida ocupa un lugar importante en mi vida. Además, cada vez que me enfermo noto una pérdida de peso de varios kilos que luego tardan meses en volver incluso en tiempos normales, cuando hago deporte.
A pesar del disgusto del día anterior, el domingo salí a pasear con Daggiana. Subimos hasta la loma de la calle Verdi y de allá hasta el parque Güell y luego bajamos a Gràcia a comer unas tapitas y tomar un café sentados en una mesa. El tiempo no había mejorado pero era un alivio poder participar en el ajetreo habitual de las plazas y las calles del barrio. Me preocupaba un poco la tos, el único rastro de la Covid perceptible desde fuera. Trataba de ponerme la mascarilla cuando tosía, aunque era una tarea incompatible con la ingesta de alimentos y bebidas.
En la tarde por fin salió el solcito y me quedé un instante sentado en el sofá disfrutando de su calor con los ojos cerrados. Hacía mucho que no me sentaba en el sofá del salón y hacía bastantes días que no gozaba de los inestimables efectos de la luz solar. Sentí que ya era tiempo de volver a vivir con normalidad, de utilizar los espacios comunes de la casa sin miedo. Daggiana y yo, siendo los únicos infectados en casa, decidimos seguir utilizando la mascarilla durante una semana más, aunque según los médicos ya no nos hacía falta.
3-16 de mayo 2021:
Fueron dos semanas de recuperación lenta y gradual. Algunos días sentía que ya estaba al cien por cien para comprobar al día siguiente que aún me sentía débil y cansado. Dormía más de lo normal, también durante el día, pero la batería no se recargaba del todo.
Para facilitar la recuperación repasé los consejos sobre nutrición sana que me había preparado una nutricionista hacía unos años y empecé a seguirlos a rajatabla. La cantidad de fruta y verdura en cada comida llegó a los niveles recomendados. Empecé a hacer ensaladas con frutos secos y semillas que llevaba mucho tiempo sin comer. Para acompañarlas hacía tortillas de harina de garbanzo, una fuente de proteína muy importante en mi dieta desde entonces. Probablemente después de recuperarme de la Covid empecé a comer mejor que nunca antes en mi vida.
A pesar de la debilidad física, estaba mejor anímicamente que antes de pasar la Covid. Como me pasó anteriormente con la fiebre tifoidea, la enfermedad supuso una motivación extra para cuidar de mi salud, mientras que la recuperación hizo que quisiera aprovechar aún más las posibilidades que ofrecía la “vida normal”. Salía cada día a pasear por el barrio y disfrutaba mucho simplemente viendo y escuchando el ajetreo en las plazas: los jóvenes charlando, los niños corriendo y pateando una pelota. Por fin podía ver algo de vida y además con un tiempo espléndido que mejoró mucho desde que pude salir de casa.
Como pude comprobar en otras ocasiones, caer enfermo es un duro recordatorio de la importancia de la salud. En este caso, tras recuperarme empecé a mejorar mi dieta y volví a hacer deporte después de una larga inactividad causada por la pandemia. El otro aspecto positivo de haber pasado por esa situación es que disfrutaré de la inmunidad gracias a los anticuerpos que se desarrollaron en mí. Cuando un mes y medio tuvimos un pequeño brote de Covid en mi grupo más cercano de amigos, agradecí haber pasado la enfermedad, ya que me ahorré otro confinamiento.
Esa ha sido mi experiencia. Espero que a ninguno de ustedes les pase y si tienen la mala suerte de contagiarse, ojalá su confinamiento y los síntomas sean lo más leves posible.
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