La irresponsabilidad de la extrema izquierda con Ucrania

La semana pasada el presidente ucraniano Volodímir Zelenski pronunció un discurso dirigido al Congreso de los diputados de España. Su mensaje se enfocó en la imposición de sanciones más duras y el cese de relaciones comerciales con Rusia. Zelenski habló de valores democráticos que comparte Ucrania con otros países europeos y que Putin está amenazando. Tal vez queriendo suscitar más empatía en su audiencia recordó al bombardeo franquista de Gernika. El discurso pareció unir a un público normalmente muy dividido: todos los presentes en la sala se levantaron para ovacionar a Zelenski, incluso los diputados de VOX. Todos menos unos pocos, entre ellos los diputados de la CUP en el Congreso. No me sorprende esa reacción, coherente con las ideas del partido independentista y su militancia, rebelde y crítica ante la unanimidad. Algunos argumentos que ha utilizado el diputado Albert Botran para justificar su decisión me han parecido comprensibles, pero otros se basan en falacias o carecen de lo mismo que Botran reclama: matices.

Una parte de la izquierda en el estado español claramente entendió el peligro que supone Putin para la paz y el bienestar en Europa y más allá de ella. Un ejemplo claro es Ignacio Escolar, el director de uno de los periódicos de izquierdas más leídos en España eldiario.es, que resume la postura de su redacción y probablemente de la mayoría de sus lectores a favor de la defensa de la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. Sin embargo, un vistazo a los comentarios en facebook debajo del texto evidenció que también existe un grupo de lectores bastante numeroso que discrepa de esa perspectiva, que entiende como sesgada.

Entre las críticas hubo de todo: desde expresiones de decepción más moderadas hasta insultos y descalificaciones. Como sostiene Ignacio Escolar, probablemente se trata de una actitud de sospecha de la unanimidad que ha generado en Europa la invasión de Ucrania. No debe sorprender esa reacción entre un público tan inconformista y crítico como son las personas con ideas izquierdistas, aunque hay circunstancias como las actuales que requieren una condena unánime, de lo contrario la ambigüedad y las dudas sólo refuerzan al agresor.

El conflicto en Ucrania, cuyo origen se remonta al menos a la revolución naranja de 20004, no es una pugna entre el fascismo y el antifascismo, como a veces ha sido presentado por algunos sectores de la extrema izquierda europea. Para esa izquierda la existencia de un pequeño batallón de extrema derecha en el ejército ucraniano es un motivo suficiente para no posicionarse a favor de Ucrania. Al mismo tiempo ignoran la presencia de militantes de la extrema derecha en el lado prorruso en el Donbass y el historial de Putin como un dictador neofascista de un estado imperialista y ultraconservador.

Por desgracia, al menos un sector de la extrema izquierda en Catalunya ya eligió su bando en el 2014, cuando organizó una asamblea de apoyo a las llamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk, idealizando la lucha separatista de esas regiones y el componente “popular” de esas luchas. En aquella asamblea fueron expulsados y agredidos unos ciudadanos de Ucrania que acudieron a presentar su versión de lo que ocurría en su país. Mientras apoyar el derecho a la autodeterminación de los pueblos desde posiciones independentistas es coherente, no se entiende cómo partiendo de las mismas ideas no se llegue al apoyo a la soberanía de un país amenazado por una invasión imperialista.

Si Albert Botran quería “entender las causas de la guerra”, podría escuchar o leer las palabras de Putin y otros altos cargos del Kremlin, que, impulsados por el nacionalismo y el imperialismo, son incapaces de aceptar que el pueblo ucraniano quiera elegir libremente su futuro, a menos que ese esté ligado a Rusia. El mandatario ruso promueve teorías nacionalistas que reducen la Ucrania moderna a un estado creado por los bolcheviques tras la revolución del 1917.

Las declaraciones de Putin, Medvedev y otros altos cargos del Kremlin demuestran un profundo desprecio hacia la identidad y la soberanía del pueblo ucraniano, al que ni siquiera consideran una nación distinta. Este discurso revisionista de la historia de Ucrania pretende legitimizar la invasión y mantener al país vecino como un vasallo contra la voluntad de los ucranianos. Me sorprende que esta arrogancia nacionalista que plantea someter a otro pueblo y negarle su soberanía e identidad cultural no le genere un profundo rechazo a los diputados de la CUP y su militancia. La asociación con lo más rancio del nacionalismo español me parece bastante obvia.

Lo más grave es que la ambigüedad y las dudas de la izquierda la alinean con la extrema derecha europea, a menudo vinculada directa o indirectamente con el régimen ruso. VOX en España, Orban en Hungría y Konfederacja en Polonia son tres ejemplos de partidos “ultras” que perpetúan el discurso del Kremlin, por ejemplo a través de la propaganda contra los refugiados ucranianos. Como bien apuntó Ignacio Escolar, “lo que más se parece a Putin en Europa es Le Pen, es Abascal y es Salvini”.

Es a través de esa extrema derecha que el Kremlin está librando una guerra cultural contra el liberalismo de las democracias occidentales. El conservadurismo de Putin en la materia de los derechos del colectivo LGTBI es un modelo a seguir para muchas formaciones derechistas en nuestro continente. Las palabras del patriarca ortodoxo Kiril, un aliado de Putin cuyo apoyo a la invasión de Ucrania ha sido incondicional, revelan un trasfondo cultural importante de la invasión: el acercamiento de Ucrania a los países occidentales es visto como una amenaza a los valores tradicionales de Rusia. También el reportaje de la antigua colaboradora de la BBC Natalia Antelava desde el Donbass evidencia el choque cultural.

Al igual que el Donbass y Rusia no representan los valores de izquierdas en este conflicto, tampoco Ucrania encarna los de la extrema derecha. Albert Botran habla de “tolerancia con el neofascismo” en Ucrania, sin embargo la extrema derecha política es una fuerza marginal en las elecciones y grupos como el Batallón Azov con apenas unos mil efectivos son poco representativos de la sociedad ucraniana. Tampoco olvidemos a los numerosos anarquistas y antifascistas ucranianos y bielorrusos que se alzaron en armas contra la invasión, por ejemplo los ultras del Arsenal de Kiev.

En la propia Rusia diferentes colectivos antifascistas y anarquistas, que se encuentran en un conflicto permanente con el régimen de Putin, han mostrado su absoluto rechazo de la agresión. El equivalente ideológico de un votante de la CUP en Rusia es profundamente antiputinista y solidario con Ucrania. Grupúsculos de extrema derecha, cuya importancia se magnifica y exagera tanto en el bando ucraniano, combaten en ambos lados pero difícilmente veremos a la izquierda rusa apoyar la invasión.

Involucrar a la OTAN en el debate es otra manera de desviar la atención que coincide con las excusas de Rusia para atacar a su vecino. Albert Botran también menciona la OTAN y Estados Unidos en su discurso, pero la alianza militar y el país americano simplemente no forman parte del conflicto, independientemente de los intereses que pudieran tener. Si queremos criticar las acciones de la OTAN y el imperialismo de Estados Unidos, hablemos de Afganistán, de Irak o de Libia, pero no lo mezclemos con el debate en torno a Ucrania.

En las últimas dos décadas el pueblo ucraniano se ha expresado varias veces contra las imposiciones del imperialismo ruso, lo cual siempre suscitó sospechas de maquinaciones occidentales en el lado izquierdo de la política europea que sigue desdeñando la voluntad propia de Ucrania como estado. Las negociaciones del gobierno ucraniano con la OTAN y la Unión Europea tenían como objetivo blindar Ucrania ante una amenaza que se materializó hace un mes y medio con el ataque ruso. Al igual que ocurrió con Polonia y los países bálticos, no fue la OTAN la que se “expandió” al este sino que los países de la zona solicitaron entrar en la alianza para su protección.

No hace falta idealizar a Zelenski y el estado ucraniano para reconocer que necesitan apoyo en la legítima defensa de su país. Respaldar a Ucrania no equivale a secundar una “adhesión acrítica a la OTAN” y “el aumento del gasto militar”. Tampoco significa que se idealice al “bloque occidental”. La agresión rusa debería producirle un profundo rechazo a cualquier antiimperialista, igual que las invasiones estadounidenses de Irak o Afganistán. La abstención de los países no europeos enumerados por Botran en la votación de la condena de la agresión de Rusia no se debe únicamente a un resentimiento postcolonial contra Europa y Estados Unidos sino también a las relaciones comerciales de esos países con Rusia y sus aliados como China, una potencia neocolonial en África, Asia y Latinoamérica. Apoyar a Ucrania no tiene por qué dar vía libre al unilateralismo de ninguna potencia, de hecho acabar con el imperialismo ruso puede ser el precedente en la lucha contra otros imperialismos.

La suspensión de partidos políticos en Ucrania que critica Botran es seguramente una medida controvertida y no me extraña la postura de la CUP teniendo en cuenta que no hace mucho tiempo ciertos partidos del “bloque del 155” sugerían ilegalizar a los partidos independentistas catalanes. Aunque algunos de los partidos ilegalizados en Ucrania tengan un historial de vínculos con el régimen de Putin, también han condenado la invasión y en un caso expulsado a su miembro prorruso Medvedchuk. Sin duda es absolutamente necesario que la población rusófona tenga su representación y que la invasión no sirva como excusa para liquidar la oposición política en Ucrania. Sin embargo, por mucho que haya diferencias ideológicas y aspectos criticables de la gestión del estado ucraniano, no se entiende que la CUP y otros partidos de izquierdas catalanes y españoles se empeñen en reducirlo al nivel del bando invasor.

El apoyo a la soberanía de Ucrania no puede estar condicionado a un historial impoluto de sus autoridades. Utilizaré el ejemplo de mi país natal, Polonia en el momento de ser invadida por el Tercer Reich de Hitler, siempre manteniendo las distancias entre la Alemania nazi y la Rusia de Putin: Polonia tenía entonces un gobierno autocrático con un historial largo de represiones a sus minorías como la judía o la ucraniana. Aún así, hoy en día nadie dudaría en posicionarse entre los dos bandos, al final Polonia defendía su integridad territorial y su independencia ante una agresión injustificable. De la misma manera, por muy imperfecto que sea el estado ucraniano y su historial, hoy es el bando agredido. Me imagino que algunos tampoco apoyarán a Taiwan si un día China decide invadirlo, ya que es un aliado de Estados Unidos. Si un día el estado español fuese atacado por una potencia imperialista, ¿también utilizaremos episodios oscuros como la traición al pueblo saharauí o la importancia de VOX en la escena política actual para no defenderla?

Albert Botran podría consultar a las fuerzas políticas de izquierdas de Europa Central y Oriental para entender las causas de esta guerra. La causa es una y es el imperialismo ruso, herido porque se le está desmoronando el imperio. Hace poco se aseguró la obediencia de Kazajistán a base de una intervención militar, actuando en nombre del gobierno kazajo y ahora decidió imponer su voluntad en Ucrania. “Apostar por la desescalada” pasa por defender la soberanía de Ucrania porque sólo Rusia puede acabar con esta guerra retirando a sus tropas y pactando una solución pacífica. Ceder territorios ante el chantaje del imperialismo ruso sería un error gravísimo que sólo envalentonaría al régimen de Putin. Esto no significa “comprar el relato atlantista” sino no comprar las justificaciones de lo injustificable que nos llegan desde Rusia.

Los aplausos a Zelenski no fueron un unísono acrítico que no permitiera matices. Entiendo por qué la CUP decidió no homenajear a un político que seguramente no representa sus valores y también entiendo la tradicional hostilidad de la extrema izquierda hacia la OTAN y el imperialismo occidental, aunque espero que al menos no perpetúe la falsa simetría entre Ucrania y Rusia. La izquierda que no apoya a las víctimas de una agresión imperialista arriesga la pérdida de su credibilidad y relevancia en el panorama político. Por mucho que no nos guste la militarización y el discurso belicista que siempre acompañan la guerra, no podemos abandonar a Ucrania ante la terrible invasión que sufre. Al final son momentos como este cuando podemos demostrar la solidaridad que siempre ha caracterizado a la izquierda.

 [La foto que ilustra el texto proviene de eldiario.es]

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