La historia moderna del Tíbet: Parte 1
Un día entré en
una librería de Pokhara (Nepal) en búsqueda de un libro sobre la historia
moderna del Tíbet, un país que casi podía vislumbrar en mi imaginación detrás
de los picos nevados del Himalaya. Hacía mucho tiempo que me interesaba el
Tíbet y que empatizaba con su causa política contra la opresión de su cultura e
identidad. Me di cuenta de que, para defender mi postura a favor de la libertad
del pueblo tibetano, necesito estudiar los hechos que llevaron a la invasión
china en 1950 con todos sus matices y detalles poco conocidos. Quería entender sobre
todo cómo China justificó la invasión y en qué consistía la opresión que sufrió
posteriormente la sociedad tibetana. El libro que más llamó mi atención era The Dragon in the Land of Snows: A History
of Modern Tibet Since 1947 (Publicado en 1999) de Tsering Shakya que huyó del Tíbet
ocupado con su familia en 1959. Sesenta años más tarde Shakya es uno de los
académicos más reconocidos por sus estudios sobre su país natal. Durante años
era profesor de la Universidad de Londres y hoy está en la Universidad de
British Columbia en Canadá siendo especialista en religiones y sociedad
contemporánea en Asia.
The Dragon in the Land of Snows es considerado uno de los mejores estudios
sobre la historia moderna del Tíbet. El libro toma como el punto de partida
para contar la historia de la tierra de las nieves el año 1947, cuando el
imperio británico finalmente reconoce la independencia de sus colonias en el
sur de Asia y deja de utilizar al Tíbet como su colchón o zona neutral entre sus dominios y China y la Unión Soviética.
Además, en el 1947 la comunidad internacional ya anticipaba la victoria de los
comunistas de Mao Zedong en la guerra civil china que finalmente acabó en 1950.
En aquel momento el Tíbet gozaba de libertades de un estado soberano desde el año 1913
coincidiendo con la caída de la dinastía Qing en China. Entre aquel año y la
invasión del 1951 los tibetanos controlaban su política interna y externa y no
hubo ninguna presencia militar extranjera en su territorio, lo cual explica la
reclamación tibetana de su independencia.
Otro libro que
conseguí para entender mejor el momento de la invasión fue el magnífico relato
de viaje del alpinista austríaco Heinrich Harrer, Siete años en el Tíbet. Conocía la historia de una adaptación
cinematográfica estadounidense con Brad Pitt en el rol del protagonista.
Teniendo en cuenta el carácter comercial del filme, no esperaba mucho del
relato, sin embargo la calidad de la narración y la fantástica descripción de
las costumbres y la mentalidad de los tibetanos. Harrer y su compañero Peter Aufschnaiter
estaban entre los primeros “occidentales” que tuvieron la oportunidad de ver
Lhasa y su legendario palacio de Potala. Es más, Harrer llegó a construir una
estrecha amistad con muchos nobles tibetanos y hasta con el mismísimo Dalái
Lama.
Tíbet y su orden
social
La imagen de
Tibet que emerge de las páginas del relato de Harrer es de una sociedad altamente
cerrada y conservadora. Para proteger su distinta cultura y orden social de las ambiciones imperialistas de las grandes potencias mundiales, los
tibetanos habían prohibido durante varios siglos la entrada de cualquier persona occidental a su
país. En sus casi cuatro décadas de independencia aceptaron la presencia de
algunos británicos y, por ejemplo, de los antes mencionados austríacos Harrer i
Aufshnaiter que luego se convirtieron en consejeros del gobierno local ante la
amenaza de la inminente invasión china. Hasta ser aceptados, los dos se
enfrentaban a una constante amenaza de deportación a la India o Nepal.
También Shakya nos dibuja la imagen de una sociedad feudal que habría cambiado muy poco desde la edad media. Los
campesinos labraban la tierra que pertenecía a los ricos y tenían la obligación
de otorgar una cantidad fija de productos al señor feudal antes de poder
aprovecharlos. La sociedad tibetana era altamente estratificada, con los nobles
divididos en hasta siete categorías diferentes. Los nobles compartían el poder
con un grupo de los más importantes monjes budistas. Los monjes constituían un
porcentaje elevado de la sociedad tibetana. Debajo de esa élite, que disponía
de mucha riqueza, se encontraban los mercaderes y campesinos que llevaban una
vida sencilla de esfuerzo diario para mantener una vida digna.
Además, el Tíbet
estaba lleno de anacronismos que obstaculizaban la organización de una sólida y
coherente defensa contra la invasión china. Para tomar decisiones importantes
el Kashag (consejo de gobierno tibetano) a menudo recurría a un oráculo o una lotería con dos bolas de tsampo que contenían dos papeles
enrollados, por ejemplo a favor y en contra de la vuelta del Dalai Lama a Lhasa
y un acuerdo con el gobierno chino durante la invasión del 1950. Así fue como
el líder espiritual del budismo tibetano renunció al exilio para permanecer en
su país al menos unos años más. En el campo de la salud, los monjes más
conservadores se oponían ferozmente a los tratamientos occidentales, y
aplicaban métodos de dudosa efectividad, lo cual describe Harrer. Por culpa de
esa oposición a la reformas, la mortalidad por causas evitables era bastante
alta. Pero resulta aún más chocante descubrir que los tibetanos ni siquiera
usaban la rueda, inventada en China miles de años antes. Como nota el austríaco,
probablemente la rueda había sido utilizada siglos atrás, pero en los
prolegómenos de la invasión china en el Tíbet no se usaba.
Entre progreso y tradición
Harrer mantiene
que una parte de la sociedad en Lhasa era bastante progresista, sin embargo las
autoridades laicas y religiosas constituían un freno para las reformas. A
menudo prohibían juegos como el mah-jong o
el fútbol que logró bastante popularidad en la Lhasa de los años cuarenta. Los
jóvenes tibetanos mostraban tanto entusiasmo por el deporte que un año se
organizó un torneo con once equipos. Incluso hubo monjes de varios monasterios
en las gradas durante los partidos, lo cual causó la indignación de las autoridades
religiosas. Finalmente, cuando un partido fue interrumpido por una violenta
tormenta con granizo que destrozó el campo, el fútbol también fue prohibido. La
tormenta fue tomada como una señal de los dioses que mostraban su rechazo de la
nueva moda. Estas y numerosas otras supersticiones sorprendieron a Harrer que
retrató una sociedad con ganas de reformas pero pasivamente resignada a las
estrictas leyes impuestas por el gobierno.
Aparte de
aquellos anacronismos, no faltan ejemplos de mala gestión por parte del
gobierno en Lhasa de la crisis histórica que llevó a la pérdida de la
independencia. En uno de los casos descritos por Shakya los líderes del Kashag se fueron de picnic cuando el Ejército Popular
de Liberación (PLA) chino estaba a punto de invadir la región tibetana de Chamdo. Todo aquello hace
pensar que aquel Tíbet anticuado e ingenuo no tenía ninguna posibilidad de
sobrevivir en el contexto postcolonial de la guerra fría entre el bloque
comunista y los países occidentales. Aquel Tíbet parece un niño pequeño e
inocente perdido en un mundo de adultos cínicos y egoístas. Esto, por
supuesto, no justifica la invasión y la opresión a la que fue sometido.
De todas maneras,
no todo era explotación, desigualdad e incompetencia en el Tíbet de los años
cincuenta. El relato de Harrer abunda en ejemplos de la extraordinaria
generosidad, hospitalidad y otras virtudes de los tibetanos. Harrer y
Aufschnaiter fueron acogidos por campesinos y funcionarios en los pueblos que
visitaron en su camino hacia Lhasa, pero también por nómadas que les ofrecían
sus tiendas de campaña y su comida. En la capital ambos disfrutaron de la
hospitalidad y la amistad de los nobles.
Como observa
Harrer, incluso los tibetanos más humildes parecían contentos con la vida en el
campo o la vida nómada, siendo ciegamente fieles al budismo y devotos del Dalái
Lama. Posiblemente esa felicidad viene de la ignorancia y el desconocimiento de
los avances tecnológicos y sociales en el mundo exterior, pero del relato de
Harrer y el estudio de Shakya podemos concluir que los tibetanos no eran
infelices bajo el sistema feudal y las estrictas leyes de su país. El progreso
y la igualdad que supuestamente trajeron los chinos no eran un cambio deseado y
tuvieron un coste excesivamente alto para la sociedad y cultura del Tíbet.
[Pronto subiré la segunda parte: Orden
postcolonial e invasión china]
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