El viajero cambiado: El potencial transformador de los viajes, la cuestión del ego, la humildad y la apertura mental
Postureo en Ladakh, cerca del lago Pangong Tso ;) |
El viernes pasado fui
invitado a participar en una charla sobre viajes llamada “¿Cuál es el viaje de
mi vida?”, organizada por mi amiga Alicja y la escuela de idiomas World Class
BCN en Barcelona. El enfoque principal del evento era el potencial
transformador de los viajes. Esto me animó a escribir sobre las lecciones más
importantes que aprendí en mi viaje largo por la India, Nepal y Sri Lanka. Otra gran inspiración para mi texto fue un fantástico artículo que leí varios meses antes de emprender mi viaje con el que
concuerdo totalmente. El autor critica lo que él llama “la dictadura de viajar”
en cinco puntos bien elaborados. Viajar está de moda y parece que nos hace
felices, además de convertirnos en mejores personas. Viendo las fotos de nuestros
amigos y amigas en las redes sociales podríamos concluir que es una bonita experiencia
capaz de cambiar profundamente a la persona viajante. He escuchado de muchos viajeros que todos
deberíamos "salir de la zona de confort" para conocer el mundo alguna vez en la vida. ¿Pero realmente es así de fácil y transformadora la experiencia de cada viajero? Yo, al igual que el autor de la crítica, discrepo de esta visión idealizada de los viajes.
Empezaré por algunos
puntos ya desarrollados en el artículo. Creo que ya mucho antes de plantearme
mi viaje a Asia del Sur sabía perfectamente que yo era un privilegiado por
poderme permitir esa aventura. Hoy soy aún más consciente de que los viajeros
somos un pequeñito porcentaje de personas de países ricos o familias adineradas
que además disponen del tiempo libre para dejar su residencia por un par de semanas, meses
o hasta años. En cambio, para la inmensa mayoría de la población mundial, sobre
todo proveniente del “sur global”, un viaje largo es algo completamente
inconcebible. Basta con decir que muchísima gente, incluso en nuestra privilegiada realidad europea, quizás ni siquiera sale de su pueblo o su provincia.
El fuerte Merangarh en Jodhpur (Rajasthan, India) |
Me imagino a algunos
diciendo que todo es posible si uno trabaja duro y ahorra. Pues no, ni siquiera
así es fácil. Cada vez que invitaba a mis amigos y amigas de la India a Barcelona, veía una
sonrisa triste de una persona que sabe cuál sería el sacrificio. Incluso la gente
de clase media que trabaja en corporaciones internacionales en los grandes
centros económicos como Mumbai, Bangalore o Gurgaon, calculaba que necesitaría
ahorrar durante dos o tres años para comprar los vuelos de ida y vuelta y tener
suficiente dinero para pasar dos o tres semanas en Europa. Además, está el tema de las
vacaciones. Durante mi viaje conocí a dos chicas indonesias que me contaron que
sólo disfrutaban de doce días de vacaciones al año. En la India muchos jóvenes
trabajadores de oficina hacen horas extras no pagadas y hasta van a trabajar
los fines de semana, pero ni así su sueldo se acerca a los más bajos en Europa.
Esas injustas diferencias hacen que unos podamos pasar años en la India
viviendo de ahorros o trabajando como autónomos, mientras que los jóvenes
indios con la misma educación y capacidades se matan trabajando para poder salir
de viaje a Manali o Goa de vez en cuando.
Por otro lado, y a pesar
de ser un privilegio, viajar no es sólo el placer y la diversión que veremos en
los “selfies” de nuestras amistades en las redes sociales. Somos muchos los que
renunciamos a las comodidades por la adrenalina y la aventura. ¿Vale la pena?
Depende de si están dispuestos a aceptar el sacrificio que conlleva eso. Por
ejemplo, muchas veces les tocará dormir, comer o satisfacer las necesidades en lugares
muy incómodos, como también nota el autor del texto recomendado arriba. Viajando
en autobuses y trenes nocturnos pasarán días y noches sin poder ducharse:
malolientes, sucios y cansados. Hay miles de situaciones frustrantes: autobuses
que no llegan, malentendidos, personas que no respetan el espacio personal, etc.
Con menos suerte se pueden enfermar a miles de kilómetros de casa y tendrán que
confiar en desconocidos, a veces dependiendo de ellos completamente. Yo lo pasé
francamente mal en algunos momentos, pero lo recordaré todo con mucha
satisfacción y agradecimiento. De todas maneras, soy consciente de que este
tipo de experiencias no es para todos.
La tumba de Humayún (Delhi) |
Otra cuestión que el
autor del texto pone en duda es si los viajes nos hacen mejores personas. Yo me
pregunto sobre todo si los viajes realmente abren nuestras mentes. Tantas
veces había leído esa famosa frase que dice que el racismo se cura viajando y
nunca me acababa de convencer. Después de cruzarme con cientos, si no miles, de
viajeros, la respuesta que les daré es “no necesariamente”. Conocí a personas
que, a menudo sin darse cuenta, arrastraban ciertos prejuicios de sus países o su clase social y no se movían de esa posición a pesar de tener exposición a culturas y perspectivas diferentes a la suya. Escuché comentarios racistas, sexistas,
homófobos y clasistas de bastantes viajeros. Lo más común era la incapacidad de
salir del pensamiento eurocentrista o tal vez la falta de voluntad de hacerlo.
Soluciones tan sencillas como acercarse y hablar con la gente local para tratar
de entenderla ni siquiera se le ocurrían a tantas personas que conocí viajando… Por lo tanto, viajar no nos hace
mejores personas, pero sí que puede hinchar nuestro ego. Para tratar de mejorar
como persona, primero hay que viajar con la mente abierta y con humildad. Sobre todo hay que recordar que no es necesario viajar para tratar de ser una persona más empática, solidaria y atenta.
Otra crítica importante es
la masificación del viaje y su impacto en el medio ambiente. Nos preocupa el
rápido deterioro de las capas de hielo polares causado por el calentamiento
global, pero tomamos un vuelo cada vez que queremos viajar, y así contribuimos
al temido cambio climático. Mientras muchas pequeñas “contribuciones” al
desastre ecológico que se nos avecina parecen inevitables, el turismo es una
actividad que transforma el paisaje profundamente y casi siempre a peor.
¿Quiere decir eso que deberíamos dejar de viajar? Pues yo, de momento, no estoy
dispuesto a renunciar a este privilegio y oportunidad para aprender, pero trato
de minimizar mi impacto en el medio ambiente. Intento tomar vuelos solamente
cuando son viajes largos: por ejemplo, de Barcelona a Delhi. En cambio, dentro
de la India trato de viajar siempre en tren o autobús, aunque el desplazamiento
dure más de veinte horas. De igual manera siempre podemos hacer algo más para respetar
el medio ambiente o la cultura local: no comprar cosas hechas con plástico, no
malgastar agua, no imponer nuestras normas culturales, etc.
Unos templos en Khajuraho (Madhya Pradesh, India) |
Por otro lado, los viajes
seguramente tienen un potencial transformador. Yo sin duda aprendí lecciones
importantes sobre la vida gracias a los nueve meses fuera de casa viajando. En
algunos casos entendí la lección sólo después de volver a casa y descubrí cómo
ha cambiado mi percepción. Creo que durante un viaje uno puede aprender a
valorar la simplicidad que después choca con las complejidades de la vida
cotidiana. Por ejemplo, pasé los nueve meses de mi aventura con sólo lo
realmente necesario: un mínimo de ropa, algo de medicamentos, sandalias, botas
de montaña, dos libros y… poco más. En cambio, cuando posteriormente volví a mi
piso en Barcelona y empecé a sacar las cajas y mochilas con mi ropa, papeles y
otras cosas, me llevé las manos a la cabeza y pensé: “¿Para qué necesito tanto?”.
Lo cierto es que por algo lo dejé en casa y quizás en realidad no necesito la
gran mayoría de mis pertenencias. La simplicidad de la vida viajera nos puede
llevar a cuestionar el materialismo de la vida cotidiana y querer una vida más
sencilla.
Pero hubo otra cosa que
ha cambiado durante el viaje: mi perspectiva eurocéntrica ha quedado muy
alterada, aunque quizás no del todo superada. Mis primeras semanas en Europa me parecen algo surrealistas: a veces
me siento como si estuviera en una burbuja que nos protege a todos de las cosas desagradables e
incómodas. Todo lo feo y doloroso ocurre fuera de la burbuja, dentro hay casi un
Disneyland construido de imágenes bonitas que no hieren sensibilidades. Las
calles limpias y la separación de la basura, de la cual una parte acaba milagrosamente en Asia, me parecían una mentira teniendo en cuenta la enorme
cantidad de residuos que producen las sociedades europeas. Comparado con esa
burbuja, la India es la cruda realidad en la que veremos la muerte, la pobreza
y la suciedad sin filtros, delante de nosotros. Para ilustrarlo, quería dar el
ejemplo de los animales. En la Antigua Delhi vi a unos jóvenes carniceros
cortar las gargantas de unos pollos que gritaban y aleteaban desesperadamente.
Esas escenas sangrientas ocurrieron delante de cientos de viandantes durante el
día. A escasos metros vi unas cabezas de cabra cortadas. En Calcuta me chocó
ver una cabeza de vaca despellejada delante de una carnicería. Sí, ha sido muy
duro ver toda esa crueldad, pero ¿de verdad creen que esto no ocurre en Europa? Está claro que ocurre, pero detrás de los muros de los mataderos instalados fuera de las ciudades para ocultarnos esa realidad. Seguramente hay
más cosas feas y desagradables que nos ocultan en nuestra burbuja.
El campamento base del Annapurna en Nepal |
Por otro lado, viajar, y sobre todo en
solitario, puede ser muy beneficioso para personas tímidas o las que no siempre
saben defender sus intereses en situaciones incómodas. En la India, por
ejemplo, nos tocará luchar por mantener nuestro lugar en la cola del metro o por
descender de un tren local en Mumbai. Muchas veces tendremos que llamar la
atención de todos los pasajeros de un autobús haciendo preguntas en inglés al
ayudante del conductor. En ocasiones puede que nos moleste la música fuerte que
un joven comparte con todos en un tren a través de un parlante, y tendremos que
llamarle la atención delante de todos. Yo no soy especialmente tímido y no
diría que tuviera la autoestima baja, pero generalmente no me gusta llamar
demasiado la atención y verme juzgado por personas desconocidas. Sin embargo,
después del viaje siento que ya no me preocupa tanto lo que pensarán los demás.
Para acabar, quería volver
a la importancia del diálogo intercultural y el aprendizaje que puede aportar a
ambas partes del intercambio. Para eso, deberíamos rechazar el sentimiento de
superioridad que muchas veces arrastramos a otras partes del mundo,
sobre todo siendo personas blancas de países privilegiados. En la India entendí lo mucho que
podríamos aprender los occidentales de mis paisanos y paisanas indias, y
viceversa, si tuviéramos la apertura mental necesaria. En la sociología muchas
veces nuestras sociedades europeas son descritas como individualistas, mientras
que la gran mayoría de sociedades asiáticas son consideradas colectivistas (por
ejemplo, lean el estudio de Milton J. Bennett del 1998). Es una diferencia que
para mí quedó patente en mis conversaciones sobre la familia o el amor con mis
amigos y amigas en la India
Los puentes de raíces vivientes en Meghalaya, India |
Un día mi tío me contó la
historia de un señor mayor que le alquilaba una habitación en su casa en Estados Unidos en los años
80. Cuando mi tío acabó sus estudios y volvió a la India, la hija del
señor envió a su padre a una residencia para mayores, donde murió poco
después. “Aquí esto no pasaría, nosotros cuidamos de nuestros mayores”, me dijo
mi tío bastante indignado. Sé que no siempre es verdad y pienso sobre todo en
las viudas de Vrindavan y Varanasi, pero en líneas generales es cierto que en
el sur de Asia el apego familiar es mucho más fuerte que en Europa para lo
bueno y lo malo.
El valor de las
relaciones sentimentales y el amor también diferencia las dos sociedades y creo
que nos podríamos beneficiar mutuamente buscando algo más de equilibrio entre
dos posiciones casi opuestas. Mientras en las grandes ciudades europeas reina
el individualismo, el desapego y el miedo al compromiso, en la India la gente
se enamora como en las películas de Bollywood y persiste como los y las
protagonistas de esos filmes. Hablando con amigos, familiares y gente
desconocida aprendí que se entregan completamente al sentimiento y no les
asusta la responsabilidad y el compromiso.
En la India el amor representa lo más alto en la
jerarquía de valores. El sufrimiento parece formar parte de él y es asumido con
naturalidad. Los amores no correspondidos son habituales, pero la gente no se
rinde. Personalmente me pareció una visión demasiado idealizada y muy
impráctica, pero hasta un cierto punto también bonita. Tal vez a nosotros en el
“norte global” nos haría bien algo más de romanticismo indio, mientras que allá
se beneficiarían de nuestro pragmatismo e individualismo para evitar un
sufrimiento innecesario. En fin, quiero decir que el aprendizaje puede
funcionar en las dos direcciones y ser beneficioso para ambas partes. Sin
embargo, también para eso es necesario viajar con la mente abierta. Y con
humildad.
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