La historia moderna del Tíbet: Parte 2


Después del primer texto sobre la historia moderna del Tíbet, comparto el segundo, que describe el orden postcolonial en Asia, la invasión china del Tíbet y las rebeliones que llevaron al Dalái Lama al exilio en el año 1959. El relato de Tsering Shakya proporciona un gran número de detalles poco conocidos que añaden muchos matices a la historia.

Orden postcolonial

El final de la segunda guerra mundial produjo una profunda reestructuración del orden mundial. Los británicos se vieron forzados a renunciar a su colonia más prestigiosa en la India, mientras en el otro gigante asiático, China, los comunistas de Mao Zedong ganaron la guerra civil y el nuevo estado comunista emergió como una nueva potencia mundial. Tras más de dos siglos de guerras civiles que debilitaron el imperio hasta el punto de caer en manos imperialistas occidentales, finalmente China recuperó su dignidad y ambición. 

La Asia postcolonial se organizó a la manera occidental. En la China de Mao dos ideologías dominantes hacían temer lo peor a los tibetanos: el comunismo que ponía en peligro los numerosos privilegios de las clases dominantes de la sociedad tibetana, y el nacionalismo chino que, invocando su teoría de la “unidad de las cinco razas” chinas consideró imprescindible “liberar” el Tíbet. La invasión según los líderes comunistas chinos era una “liberación” de influencias imperialistas y el retorno del Tíbet a la “madre patria”. Además, el comunismo provocó un conflicto ideológico con las autoridades religiosas del país. De todas maneras, el motivo ideológico detrás de la invasión no era tanto el comunismo sino el nacionalismo y el imperialismo chino. El plan de incorporar el Tíbet no era un invento de los comunistas de Mao, sino de los nacionalistas de Chang Khai-Shek que habían gobernado China anteriormente. Los comunistas tal vez tenían más determinación para llevarlo a cabo, ya que tardaron apenas un par de años a realizar su plan desde que se hicieron con el control de China. Además, los comunistas chinos tampoco eran libres de creencias nacionalistas e imperialistas, profundamente arraigadas en la sociedad china.

Invasión y el acuerdo de los 17 puntos

Después de la exitosa invasión del Tíbet Oriental, los comunistas forzaron a la delegación tibetana enviada a Beijing a aceptar un acuerdo de diecisiete puntos que garantizaba la protección de la religión budista y las instituciones tibetanas, pero, por otro lado, trasladaba al gobierno central competencias como la defensa de las fronteras y la política exterior. La presencia de los soldados chinos en el Tíbet causó mucha indignación, ya que la producción y distribución de los alimentos no daba abasto para los miles de militares que estacionaban ahora en el país. Por otro lado, el gobierno comunista de Mao trató de establecer buenas relaciones con los nobles e hizo propaganda en los pueblos y ciudades para ganarse a las masas.

Los chinos mostraron buenas intenciones a través de la organización de festivales, ayuda médica e inversiones en infraestructura. Al mismo tiempo incorporaron a varios tibetanos en el mando militar, la comisión de la nueva región autonómica del Tíbet (PCART) y el nuevo ministerio de educación. Mao advertía a los suyos que las reformas y la toma de control del Tíbet tienen que ser graduales, o China perderá la oportunidad de incorporar el país sin violencia. De todas maneras, como escribe Shakya, desde el principio una buena parte de la sociedad tibetana se mantuvo sospechosa de los motivos reales de los invasores.

La estrategia del partido comunista en el Tíbet no se diferenciaba mucho del “dividir y gobernar” de las potencias coloniales europeas. Los chinos encontraron aliados entre los seguidores del Panchen Rinpoche, otro Lama o gurú importante en la dominante escuela budista Gelugpa. Mientras el Dalai Lama (que significa “Océano de Sabiduría” en mongol) es considerado la reincarnación de la deidad-símbolo del Tíbet,  Avalokiteshvara, el Panchen Rinpoche ("El gran sabio" en tibetano) lo es de otra deidad tibetana, Amitabha, el buda de la luz infinita. Los chinos aprovecharon los conflictos internos entre las diferentes facciones, y cuidaron los intereses de las élites para “ganarse a los muchos y aislar a los pocos”, en referencia a la posible oposición.

No obstante, la política del partido comunista en los primeros años tras la invasión tuvo poco de comunismo. Mao se centró sobre todo en ganarse la confianza de las élites, mientras que la vida de los campesinos trascurría sin grandes cambios. Una parte de los funcionarios empezó a preocuparse por la disminución del rol del Dalái Lama, líder tradicional del pueblo tibetano. Por otro lado, en muchos monasterios crecía el miedo a la posible represión contra la religión budista, esencial para la identidad tibetana. Ya en el 1954 empezaron a llegar a Lhasa las noticias del calvario de los tibetanos del este: la destrucción de varios monasterios y la colectivización forzada. El este del Tíbet - las provincias de Kham y Amdo, se encontraba bajo administración directa del gobierno central.

Rebeliones en Kham, Amdo y Lhasa

Pronto las reformas forzadas en esa región y los ataques a los monasterios convirtieron el Tíbet oriental en un campo de batalla. Los khampas, o habitantes de Kham, organizaron una resistencia y llegaron a obtener la ayuda militar de la CIA y el gobierno de Guomindang desde su exilio en Taiwán. El gobierno de Estados Unidos adaptó una política más hostil con los comunistas y decidió participar en el conflicto para intentar desestabilizar al gobierno de Mao. Al principio el gobierno de Lhasa y el Kashag se distanciaron de los khampas, que no estaban bajo su jurisdicción y tenían una reputación de rebeldes e incontrolables. El Dalái Lama y sus funcionarios no querían arriesgar una intervención militar china en el Tíbet Central. Por otro lado, el gobierno de Lhasa recibió mucha presión por parte de los chinos para que pidieran el desarme y la rendición de los khampas, que muchas veces operaban desde el Tíbet Central.

En marzo del 1959 estallaron protestas en Lhasa por una invitación del Dalái Lama a un espectáculo de danza organizado en una base militar china. Muchos tibetanos inmediatamente sospecharon lo peor: que el gobierno de Beijing se planteaba secuestrar a su querido líder y utilizarlo para sofocar el levantamiento de los khampas. Las protestas espontáneas se volvieron violentas y pronto incendiaron las calles de Lhasa. El Dalái Lama y los funcionarios del Kashag se encontraban en una posición extremadamente difícil. El joven dios-rey del Tíbet, como líder espiritual budista no podía incitar a una rebelión. El Kashag temía que un levantamiento acabaría con la semi-libertad de la que disfrutaban los tibetanos con los comunistas. El pueblo tibetano, en cambio, perdió la confianza en sus élites, a las que acusaba de haber dejado al Dalái Lama solo y haber permitido que su rol perdiera importancia.

La rebelión y la posterior fuga del Dalái Lama a la India el 30 de marzo de 1959 conllevaron la rotura del acuerdo de los 17 puntos del año 1951 y la pérdida de muchas libertades para los tibetanos.  El primer ministro indio, Jawaharlal Nehru, fue rápido a otorgarle asilo político al líder tibetano y miles de exiliados. Por otro lado, Nehru limitó al asilo su ayuda a los tibetanos, en un intento de evitar que la India entrase contra su voluntad en la guerra fría entre el bloque comunista y el capitalista. Su intento de cuidar las relaciones indo-chinas y evitar la confrontación con el otro gigante asiático no le ganó precisamente mucha popularidad. La sociedad india parecía simpatizar con el pueblo tibetano, mientras que casi todos los partidos, el Congress de Nehru incluido, también expresaron su apoyo. Tampoco los comunistas chinos estaban convencidos de las buenas intenciones de Nehru y rápidamente metieron a la India en el mismo saco con los países “imperialistas” y sus aliados. Shakya entiende los motivos de Nehru pero tacha su política de “ingenua” y poco “visionaria”. Debido a esa aparente neutralidad, la India no apoyó la causa tibetana y al mismo tiempo perdía su credibilidad en Beijing. Las que hemos estudiado la historia de la región sabemos que tres años más tarde estalló una guerra entre los dos países…

El Dalái Lama en el exilio

El Dalái Lama y los exiliados tenían la intención de establecer un gobierno tibetano en el exilio, pero Nehru se negó a aceptarlo para no empeorar las ya tensas relaciones con China. Otro objetivo de los tibetanos era plantear la cuestión de la violenta intervención china en la ONU. La India, vista como el estado clave para empezar el debate, no quiso ser visto como el instigador del conflicto, mientras que varios países del bloque capitalista también tenían sus dudas. Aparte de temer un conflicto con China y el bloque soviético, varios países europeos rechazaron apoyar la inclusión de la cuestión tibetana en el agenda porque simplemente no tenían la consciencia limpia. A Francia, por ejemplo, el asunto le recordaba demasiado su violenta represión en Argelia. Varios estados colonialistas temían establecer un precedente peligroso para sus intereses. Estados Unidos era el país “occidental” más interesado en debatir el asunto en la ONU pero tampoco quiso patrocinarlo. Por lo tanto, era importante buscar un aliado asiático y finalmente se encontraron dos: Filipinas y Malaya (Ahora Malasia), aparte de un socio europeo – Irlanda.

El debate en la ONU no ayudó mucho a los intereses tibetanos salvo llamar la atención de la opinión pública. Políticamente el Dalái Lama y los suyos no ganaron ni un centímetro de terreno. En su país, la sociedad quedó huérfana: sin el Kashag y varios de los lamas más importantes, los tibetanos carecían de liderazgo social y religioso. Los comunistas chinos, envueltos en una crisis internacional de relaciones con la India y la Unión Soviética, no pasaban precisamente por su mejor momento, pero aprovecharon el vacío para prescindir del acuerdo de los 17 puntos e imponer sus reformas. El Tíbet perdió sus instituciones más importantes y quedó efectivamente bajo el control chino. En la ONU la cuestión tibetana tampoco tuvo mucho éxito y finalmente desapareció del debate.

Lo que resulta especialmente interesante en el relato de Shakya es el involucramiento de la CIA, la agencia de espionaje de Estados Unidos, en la rebelión tibetana de los khampas. Mientras la CIA no mantenía ningún vínculo con el Kashag y el Dalái Lama, sí proporcionó armas y formación militar a guerrilleros khampas, junto al Guomindang chino que perdió la guerra civil en China y gobernaba desde Taiwán. Conociendo el historial de la política exterior estadounidense, podemos asumir que la ayuda del país norteamericano no venía en absoluto desde el altruismo, sino que respondía a las circunstancias de la guerra fría a nivel mundial entre dos bloques enemigos. Simplemente Estados Unidos vio una oportunidad en el Tíbet para desestabilizar a los comunistas en China. Los tibetanos, sin liderazgo y sin apoyo internacional, no pudieron plantarle cara al la China de Mao.

Pronto compartiré la tercera parte del texto.

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