El "Big bhang": Mi experiencia más psicodélica en Udaipur

Hace unos días una persona cercana me dijo que era normal bajar la guardia durante un viaje. Lo decía en referencia a una experiencia desagradable que tuve hace poco, fruto del exceso de relajación y confianza. El ambiente ocioso de Udaipur, una ciudad preciosa llena de lagos, vegetación y arquitectura antigua, también es propicio para que uno se abra a experiencias nuevas. Para mí esa novedad se llamaba bhang: una bebida con hojas de cannabis muy popular en la India. No soy un consumidor habitual de ningún tipo de estupefacientes, a menos que incluyamos el alcohol, pero esta vez me dejé llevar sin sospechar que la experiencia no sería muy bonita.

En mi segundo día en Udaipur llegó Janko, un amigo serbio residente en Vietnam que conocí en mi último viaje por la India. Tras pasar unas horas hablando y poniéndonos al día salimos a comer. Después de la comida Janko me convenció para ir a tomar una limonada con bhang a un puesto cercano. Me dijo que hacía cinco días la había tomado y el efecto era muy suave, por lo cual accedí a la propuesta - me imaginaba un efecto parecido a tomar una o dos cervezas. La tienda que vendía la bebida estaba tapada con una tela, probablemente para evitar problemas con las autoridades. Se veía como un lugar clandestino pero ni siquiera esto levantó mis sospechas. Janko pidió una versión fuerte de la bebida porque la última vez el efecto que sintió había sido muy suave. El vendedor molió una bola de color marrón oscuro y agregó un polvo blanco a la bebida - quiero pensar que era azúcar, pero he tenido mis dudas. El sabor de ese mejunje no era agradable: sabía a una mezcla de limonada y tierra y aparte de la dulzura (el polvo blanco debía ser azúcar...) también se notaba un gusto salado.

Durante una hora no sentí ningún efecto de la bebida. Janko y yo tomamos un autorickshaw hasta la puerta de entrada al palacio de Monzón, a unos kilómetros de Udaipur, y cuando llegamos empecé a tener una sensación extraña y desagradable en el estómago. Poco a poco la sensación se convirtió en un cansancio y malestar generalizado, por lo cual decidí volver al hostal. Cuando el tuktuk nos dejó delante de la puerta de Brahmpole, a unos cinco minutos de nuestro hostal, empezamos a caminar por las callejuelas angostas de la ciudad. Poco después una mujer local nos avisó: “Rasta nahi hai” (“No hay camino”) y, en efecto, topamos con una pared - era un callejón sin salida. Volvimos a la calle principal y nos adentramos en otro pasadizo que resultó ser otro callejón sin salida. Janko y yo no nos lo podíamos creer. Eran las seis de la tarde y el sol ya se había retirado, dejando el cielo teñido de color azul oscuro. Sentía que el barrio era un laberinto sin salida hostil y amenazante que consistía en pasajes estrechos indistinguibles entre ellos. Mi percepción de la distancia estaba claramente alterada, ya que las calles parecían acortarse y alargarse como si fueran de plastilina. Incluso lugares que Janko y yo habíamos visto antes parecían completamente distintos y desconocidos. Todo lo que nos rodeaba era absolutamente surrealista. Cerca del hostal vimos un grupo de monos langures en los árboles pero hoy no estoy seguro si los vimos de verdad. Nos dimos cuenta de que algo no iba bien: el bhang era mucho más fuerte de lo que pensábamos.

Finalmente llegamos al hostal y me acosté en mi cama pero en cuanto cerré los ojos empecé a tener visiones que consistían en fusiones imposibles de diferentes cosas que habría visto en algún momento de mi vida o tal vez eran inventos de mi mente drogada. Además, noté que estoy hipersensible al sonido. Me parecía oír conversaciones que llegaban desde la terraza y sonidos de todo el barrio. No estaba seguro si eran sonidos reales o productos de mi imaginación pero la cacofonía resultó tan insoportable que pronto me tapé las orejas con unos tapones para oídos. Traté de dormir pero mi respiración y el latido del corazón eran tan lentos y débiles que empecé a pensar que podrían llegar a apagarse mientras dormía. En algunos momentos me sentía tan mal que pensaba en llamar la ambulancia. En otra cama del dormitorio Janko parecía respirar con dificultad y no paraba de tomar agua. Yo también tenía la garganta siempre muy seca a pesar de tomar mucha agua. Esto no pintaba bien.

Mi gran preocupación aparte del estado físico y emocional en el que estaba era la cuestión legal. Empecé a visualizar los problemas que podría tener con la policía, la preocupación de mi familia en la India y en Polonia. Llegué a pensar que podría perder mi tarjeta de ciudadano indio no residente (OCI) y acabaría expulsado del país con una prohibición de entrada. Esto seguramente no ocurriría pero en mi mente veía sólo los peores desenlaces de mi aventura con el bhang. Sólo al día siguiente descubrí que la bebida era legal en la India.

Finalmente cené, me acosté a las ocho de la tarde y dormí hasta las ocho de la mañana. Al día siguiente mi cuerpo estaba recuperado pero la mente aún seguía bastante perturbada. No tenía ganas de socializar con nadie y traté de estar solo y en silencio. El trauma duró apenas un día pero en mi cabeza la palabra bhang siempre estará vinculada a la mala experiencia en Udaipur. Mi amigo Janko no paró de pedirme disculpas por haber propuesto tomarlo pero yo nunca le culpé. Al final acepté la propuesta a la ligera como si fuera ir a tomar una cerveza. Por suerte todo acabó bien y hoy puedo decir que aprendí a tener más cuidado con este tipo de sustancias, sobre todo a miles de kilómetros de mi entorno seguro en Polonia y Barcelona.

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