Pangong Tso: Una noche a las orillas del lago celestial

Pangong Tso, a 4350 metros sobre el nivel del mar
En mi tercer día en Ladakh ya me cansé de mirar las impresionantes montañas desde lejos y me sumé a una excursión de dos días en un todoterreno. El plan inicial era cruzar la cordillera de Ladakh, al norte de Leh, y pasar la noche en el valle de Nubra para luego seguir hacia el lago glaciar Pangong Tso en la frontera con Tibet, ocupado por China. Salimos del hostal a las siete en un coche de la marca india Mahindra. Somos tres pasajeras: dos chicas indonesias de mi hostal y yo. El conductor es ladakhi. Después de desayunar unos ‘momos’ - empanadas tibetanas hechas al vapor, emprendemos la subida hacia Khardung La, a veces considerado el puerto de montaña motorizado más alto del mundo, aunque esto es muy relativo (hagan click para leer más).

La carretera es de tierra, con algunas partes cubiertas por asfalto. A la medida que vamos subiendo, hay cada vez más agujeros y a veces tenemos que bajar bastante la velocidad. Aunque parezca que hay espacio sólo para un coche, en varios lugares vemos dos camiones pasando uno al lado del otro. Cada tanto hay señales que advierten sobre los peligros de la velocidad, como "La velocidad y la seguridad nunca coinciden", o que desaconsejan conducir bajo los efectos del alcohol, por ejemplo "Conducir es arriesgado si has tomado whisky" (“Driving risky after whisky”). No faltan mensajes que alaban la cultura del esfuerzo, como "El trabajo es adoración" (“Work is worship”), mensajes religiosos como "Las maneras de rezar son distintas, pero dios es uno", ecologistas como "Cada día es el día de la tierra" y por desgracia los hay también de sexistas, como “No cotillee, déjele conducir” (“Don’t gossip, let him drive”) o “Sé delicado con mis curvas” (“Be gentle on my curves”). La administración de las carreteras fronterizas parece aconsejarnos que conduzca un hombre, y que trate de asociar los caminos con una mujer para evitar accidentes… Recordar a dios y la importancia de la rutina laboral no están de más frente al peligro de los precipicios. En varios momentos miro hacia la izquierda y veo a pocos centímetros de mi puerta un abismo que me pone muy nervioso. Sin embargo, el conductor es muy habilidoso y nunca se muestra alterado ante tal peligro. Es un hombre joven, quizás de mi edad, habla muy poco en un inglés limitado pero de vez en cuando sonríe cuando le comento algo sobre la música ladakhi que suena de los parlantes.

Subiendo hacia el puerto de montaña Chang La
Después de una hora de constante subida, llegamos a South Pullu, un puesto de control militar antes de Khardung La. Hay una cola de camiones y coches esperando las noticias de más arriba, todos los conductores y pasajeros están afuera tomando té o comiendo ‘momos’, los fideos chinos ‘chowmein’ o una especie do comida preparada con fideos, ‘maggi’. Hace bastante frío pero todos llevan abrigos para aguantar temperaturas bajas. Me pongo a hablar con unos italianos y dos hombres barbudos, comerciales del Jammu & Kashmir Bank en su camino a una de las sucursales que se encuentra detrás de la cordillera. Resulta que uno de ellos, Bikramjeet, es un sij del Punjab que vive en Srinagar, la capital de Cachemira. Les pregunto por la situación en la región y el sij me anima a visitarla pero me aconseja evitar zonas frecuentadas por militantes islamistas kashmiris. “Las balas no eligen, alcanzan a cualquiera”, me dice sin saber que acaba de motivarme aún más para viajar a Srinagar e investigar un poco su problema político. Bikramjeet me confiesa que es muy mujeriego y le gusta conocer mujeres allá donde esté viajando. “Ahora aquí llevo una barba larga pero cuando bajo a Delhi me afeito y salgo todo moderno”, me dice con una sonrisa traviesa. Tras unos veinte minutos de espera, nos comunican la mala noticia: Khardung La está intransitable por culpa de una fuerte nevada, y tenemos que regresar a Leh. Bikramjeet me enseña una foto de su amor actual pero ya no hay tiempo: intercambiamos los números y cada uno va a su coche: hoy Khardungla no nos quiere en sus caminos y tenemos que volver a Leh antes de que empeoren las condiciones en la carretera.

La carretera hasta Khardung La
Por suerte los organizadores de la excursión mantienen el plan de viajar a Pangong Tso y bajamos a Leh para empezar a subir otra vez hacia otro de los puertos de montaña transitables más altos del mundo, Chang La. La carretera es parecida a la anterior, con la diferencia de que aquí vemos aún más camiones del ejército, con cadenas en sus ruedas. Hay unas auténticas caravanas de más de veinte, llenos de soldados, herramientas y varios aparatos. Nuestro conductor les fuerza a dejarnos espacio para adelantar sonando la bocina varias veces, y los dejamos atrás. Ningún camión o coche se salva, todos parecen meros obstáculos: torpes y lentos. Veo bastantes lápidas en memoria a los que han caído al vacío. Mirando al precipicio que se extiende a pocos centímetros a mi izquierda, puedo vislumbrar restos de coches y camiones que no han tenido suerte. Me produce un escalofrío imaginar lo que le debió pasar a los pasajeros de esos desafortunados vehículos.

Finalmente entramos en el puerto de montaña de Chang La, a cinco mil trescientos metros sobre el nivel del mar. Salimos a sacarnos unas fotos, comer unos ‘momos’ y tomar un té. El frío es bastante más intenso que en South Pullu y el oxígeno es visiblemente más escaso en el aire. Para no tener taquicardia, tomo respiros muy hondos. Chang La es el punto más alto de nuestro viaje, después del cuál empezamos a bajar hacia el valle de los pueblos Durbuk y Tangtse, ocupado casi entero por el ejército indio. La carretera, ahora asfaltada, pasa en el medio de terrenos militares repletos de barracas, torres de vigilancia y soldados armados con rifles. Un buen porcentaje de ellos son sijs, fácilmente reconocibles por sus turbantes y barbas. A la llegada al pequeño pueblo de Tangtse veo que los sijs hasta tienen su propio regimiento. Decenas de camiones militares transitan en todas las direcciones en esa zona fronteriza. Para subir un poco la moral de los soldados y los viajeros, varias señales de tránsito ofrecen propaganda patriota, a menudo patrocinada por grandes empresas como IndianOil. Una de ellas nos ordena: “Saluden a nuestros valientes soldados!”. Otra señal que me llama la atención no es menos nacionalista: “Proteja la naturaleza – es una gran herencia de la nación”. Para los nacionalistas hegemónicos, todo se convierte en símbolo y posesión de esa comunidad imaginaria que es la nación.

Uno de los valles en el camino hacia Pangong Tso
Entre Tangtse y Pangong Tso se encuentra la parte más bella del camino. En los últimos kilómetros la carretera pasa por un pintoresco valle donde acompaña a un río rodeada de musgos y campos de pasto de un color verde intenso. Mirando alrededor vemos picos que alcanzan más de cinco y seis mil metros de altura, cubiertos de nieve. Durante muchos kilómetros no vemos ningún humano, pero en cambio de vez en cuando aparecen numerosos grupos de caballos. Me duermo durante un rato cansado de tanta adrenalina, y me despierto con una vista bellísima: Estamos a unos veinte metros de la orilla occidental del lago Pangong, con sus aguas reflejando el brillo del sol. Nos acercamos a una pequeña aldea llamada Spangmik para aparcar y sacarnos unas fotos. En la orilla sur del lago hay varias aldeas similares que realmente funcionan como campamentos para turistas, ya que durante el invierno están abandonadas.

El lago Pangong se halla en una impresionante altura de cuatro mil trescientos cincuenta metros sobre el nivel del mar (4350!). Sólo en Tibet y Nepal hay lagos más altos, también de origen glaciar. Pangong está por encima de muchas nubes, unido con el mismo cielo a través del impecable reflejo en las aguas frías y perfectamente limpias. Al menos dos terceras partes del lago están en Tibet. La cordillera que se puede apreciar mirando desde Spangmik hacia el este es la mítica Karakorum, la región del planeta con más glaciares sin contar las zonas polares. Es una tierra totalmente inhóspita y casi inhabitada. El agua de Pangong están siempre fría y salvo algunas especies de aves está igualmente inhabitada que la cordillera vecina.

La entrada en el valle de Pangong Tso
Llegamos a un pequeño hospedaje familiar para pasar la noche, y pronto empieza a oscurecer. Me siento afuera y observo como la oscuridad empieza a devorar el paisaje del valle. A las seis de la tarde ya sólo veo los contornos de las montañas, y puedo intuir su presencia a lo lejos. De repente me doy cuenta del silencio casi total, como el que recuerdo de mi excursión al Teide, en Tenerife. Miro al cielo y me quedo impresionado por la gran cantidad de estrellas que lo invaden. Pronto me veo forzado a entrar a la cabaña del hospedaje por culpa del gran aliado de la oscuridad: el frío. Me pongo a escribir en el comedor de la cabaña, pero me empiezan a temblar las manos del frío, y, en extensión, tiembla toda la mesa. Deben hacer unos menos cuatro o menos seis grados. Ceno e intento leer un libro con la temperatura bajando rápidamente. Finalmente me rindo a las ocho y me tumbo en mi cama tapado con una manta muy gruesa.

Recordaré la noche en la orilla de Pangong Tso como una de las más largas de mi vida. A las ocho apago la luz para no molestar a mis compañeras de viaje. Intento dormir pero pasan minutos, cuartos de hora y no lo consigo. Noto el cuerpo pesado pero la mente está muy despierta. Empiezo a repasar mi vida en Barcelona y pensar en el futuro después del viaje. Pasan dos o tres horas y sigo desvelado, deseando que ya sea de madrugada. Finalmente el sueño se apodera de mí, pero no debe durar mucho: Me despierto de repente con la habitación inmersa en una oscuridad total. Miro el teléfono: son las tres y media. Me giro decenas de veces y ninguna posición es la adecuada. En un momento me pongo boca arriba y el corazón me empieza a acelerar y latir muy fuerte. Me da un susto importante sentir que no controlo el latido, pero con la respiración honda y regular logro calmarlo. El cuerpo puede tener reacciones muy inesperadas en estas condiciones inhumanas.

La vista de la orilla occidental del lago
Por fin llega el amanecer y los rayos descongelan la naturaleza de Pangong. Noto mi cabeza muy pesada. No soy capaz de concentrarme en nada y el mundo parece un poco surrealista: no entiendo del todo la realidad que tengo delante. Veo que las chicas indonesias están igualmente hechas polvo después de una noche sin pegar un ojo. He estado más de diez horas en mi cama y me hace ilusión dar un paseo. Caminando hacia el lago me doy cuenta de que me falta coordinación de movimientos, y si no ando con cuidado, me puedo caer fácilmente en tierra plana. El lago está precioso: sus aguas iluminadas por el sol parecen de papel de plata. Los picos nevados del otro lado también reflejan los rayos y todo el valle se llena de luz. En poco tiempo hemos pasado de la oscuridad completa a una iluminación descomunal.

En la cabaña nuestro conductor se ha bañado en agua fría y ya está listo para salir. Las chicas y yo elegimos sacrificar la higiene personal y esperar la vuelta a Leh para ducharnos en agua caliente. El viaje de vuelta dura seis horas y pasamos otra vez por el valle de Tangtse, el majestuoso Changla y empezamos a bajar a los menudos tres mil quinientos metros de altura que separan Leh del nivel del mar. Durante estos dos días, todos los sitios a los que nos llevó el conductor eran de sus conocidos o amigos ladakhis. Durante el camino saluda a otros conductores, o las trabajadoras que reparan y limpian la carretera – todas ladakhis, ni una persona hindi-parlante de rasgos más indios. Hasta mi último día en Ladakh sentí que estoy rodeado de dos sociedades paralelas que coinciden en el espacio pero realmente no comparten casi nada.

Conversaciones incompatibles y vuelta a Delhi

El valle de Tangtse
El mismo día por la tarde subo a la terraza para ver el atardecer. El sol ya se está acercando a la cordillera y pronto desaparece detrás de su dentadura afilada, tiñendo las finas y fibrosas nubes de amarillo. Cuando ya no puedo ver nada bajo al comedor, lleno de huéspedes a estas horas. Hay un grupo de seis jóvenes artistas de Bangladesh preparando sus proyectos para una exposición de arte que se celebraba dos días después. Están escuchando rock y cantautores de Bengala, y me llama la atención la suavidad de su idioma. Bengala ha sido siempre conocida por su amor a la literatura, música y poesía, y la reputación que tienen los bengalís en el subcontinente es de gente muy culta. Algunas de ellas estudian en Calcuta, otras han venido sólo por la exposición en un tren con transbordo en Calcuta hacia Delhi y avión a Leh. Me cuentan que como ciudadanos de Bangladesh, no pueden acercarse a ninguna zona fronteriza, como el valle de Nubra, Kargil o los lagos Pangong Tso y Tso Moriri, lo cual, básicamente, les restringe a estar toda la semana en Leh y los alrededores. Cuando expreso mi incredulidad ante lo que considero una limitación muy injusta, un chico de Delhi se entromete en la conversación defendiendo esa política de su estado. Es un joven de veinte años, hijo de un trabajador del ministerio de defensa, por lo cual no me sorprende su postura, pero una de las chicas de Bangladesh se indigna y la conversación de incendia un poco. El chico de Delhi insiste que esas limitaciones están justificadas por motivos de seguridad. Le pregunto qué problemas ha tenido la India con Bangladesh o Bhutan (supuestamente también incluido en el listado de países cuyos ciudadanos tienen prohibido acercarse a la frontera) últimamente y me habla de terrorismo. Corto la discusión cuando se envalentona y me dice que apoya la política de Trump en cuanto a la inmigración. Me sorprende escuchar ese argumento aunque aparentemente es común entre la clase privilegiada en la India. Lo que no entienden es que dichas políticas de Estados Unidos les afectarían a ellos en primer lugar. Privilegiados aquí, subalternos en el “primer mundo”…

Un camión del ejército indio bajando de Chang La
Pero también conocí a gente más liberal esa noche, sobre todo de Delhi. Hubo varios jóvenes que habían estudiado administración de empresas, como el internacionalmente conocido curso de MBA (Master of Business Administration). Me sentí identificado con su laicismo y su forma de ver las relaciones humanas, exenta de prejuicios. En cambio, en la India aún no ha llegado la crisis de confianza en el capitalismo que experimentamos en muchos países de Europa occidental. Las voces críticas con el neoliberalismo son minoritarias, como también ocurre por ejemplo en Polonia, aún profundamente convencida de que es el modelo ideal. Los jóvenes indios de clase media sienten que el país ha progresado con la apertura al capital extranjero, y seguramente tendrán razón si lo miro desde su punto de vista. La economía india no para de crecer desde hace décadas, y ciertas clases sociales se han beneficiado de ello. La infraestructura en ciudades grandes es más moderna que en muchos países europeos, como es el caso del metro de Delhi. De todas maneras, la desigualdad y la pobreza siguen siendo un problema que azota a una gran parte de la población. Como sucede en otros países del llamado “sur global”, y en menor medida en el norte, los frutos del “progreso” no han sido repartidos equitativamente.

La mayoría de los turistas en el hostal son indios, aunque hay también algunos extranjeros. Hay dos chicas catalanas que han venido a hacer trekking, y no paran de hacer excursiones de varios días a la montaña. Kostas, un taxista griego de mediana edad viene a la India a menudo porque se siente a gusto, y la gente local le parece mucho más educada y agradable que en su país. Se queja de la mentalidad materialista de sus compatriotas, cree que aquí la gente vive feliz sin muchas necesidades materiales y no se desespera por el dinero como en Europa. Un chico alemán ha llegado a Ladakh tras visitar varios países como Japón, Corea del Sur e Irán durante la pausa entre dos semestres. Recomendó visitar Irán, por tener precios bajísimos y poco turismo. Le comento que si todos empezamos a viajar a los lugares desconocidos, se harán conocidos y perderán su encanto para los viajeros que buscan lo que muchos definen como “autenticidad”.

Vistas del Himalaya desde el avión a Delhi
El último día me despido de toda la gente, me saco fotos con varias personas, y me voy caminando al aeropuerto. Llego al muro con alambre de púa y placas con un aviso, o quizás una amenaza: “Los intrusos serán disparados mortalmente”. Por si acaso me alejo un par de pasos hacia el borde de la vereda. Para salir de Ladakh, igual que para entrar, tengo que rellenar un formulario con datos personales. En el avión tengo la suerte de ocupar un asiento al lado de la ventana, lo cual me permite admirar el Himalaya durante la mayor parte del vuelo. La cordillera se estrecha hasta el horizonte, con picos blancos y valles de colores más oscuros. Allá a lo lejos en el oeste seguramente está el K2 y el Nanga Parbat, pero no sabría diferenciarlos de los demás picos desde la distancia. Desde las alturas las fronteras dejan de existir: el Himalaya parece un solo país y su gente seguramente se parece más entre sí que a los habitantes de las llanuras hacia el sur. Después de una hora sobrevolando la cordillera más alta del mundo, la montaña se acaba bruscamente y empieza el terreno plano. Pronto las vistas de la tierra se distorsionan por culpa de una fina capa de smog. Esa niebla tóxica, creada por la quema de restos de cultivos en Haryana y Uttar Pradesh, estados que rodean Delhi, nos avisa de que hemos llegado a la capital. Se acabó la tranqulidad y el aire fresco, pero me siento preparado para disfrutar de un fin de semana aquí.

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