Cien horas de soledad en los tiempos del coronavirus

No serán cien años y es poco probable que lleguen a ser cien días, pero el tiempo que llevamos encerrados habrá sido suficiente para que muchas personas empiecen a notar los efectos de esta medida en su salud mental. Yo he sentido un poco de todo estos días, aunque debo admitir que entre los confinados soy un afortunado, ya que he podido mantener mi trabajo y mi sueldo en tiempos muy inciertos para la mayoría de nosotras. Muchas de mis amigas y vecinas en Barcelona han perdido sus ingresos y viven momentos de mucha incertidumbre. Aprovechando esta oportunidad me gustaría mandarles un fuerte abrazo a todas esas personas.

Para mí al principio el confinamiento era una bendición: Por primera vez desde hacía mucho tiempo podía pasar tanto tiempo en casa. Antes cada día estaba lleno de actividades: conciertos, fiestas, fútbol, clases. A menudo sentía que no daba abasto y llegaba al fin de semana exhausto. Durante los fines de semana tampoco descansaba y finalmente volvía al trabajo y mis actividades con la sensación de agobio. Por lo tanto, la parte positiva de esta crisis es que por fin puedo dedicarme a las actividades que me interesan sin ninguna prisa. Hoy es el segundo sábado consecutivo en el que paso horas en el balcón tomando mate, leyendo y escribiendo con tiempo de sobra. Me gustaría disfrutar de esta tranquilidad también en la época post-corona.

Además, el encierro y la ausencia de las prisas resultaron ser los ingredientes ideales para aumentar el sentido de comunidad en mi barrio. Cada día tengo conversaciones muy distendidas con mis vecinos desde el balcón, algo que no había ocurrido nunca antes. Empecé a prestar atención a los habitantes del edificio de enfrente por primera vez desde que me mudé aquí hace ocho años. Los veo en sus ventanas y sus balcones leyendo libros, charlando o aplaudiendo a los sanitarios a las ocho: personas como yo, con sus sueños y sus ideas. Ayer incluso hablé con los vecinos de enfrente sobre la relación entre gatos y perros en casa. No sé si esta transformación de la convivencia vecinal ocurre en todas las comunidades, pero sería una decepción si este espíritu no forme parte de la normalidad que esperamos.

Ayer me puse a sacar fotos con mi cámara nueva desde la ventana del salón que sale al interior de la manzana. Eran casi las ocho y faltaba poco para los aplausos. La tranquilidad que se percibía no es nada común un viernes por la tarde en mi barrio. Me fijé en el cielo y me di cuenta del otro gran cambio comparando con la "normalidad" anterior a la llegada del virus: La total ausencia de las huellas que dejan los aviones. Un cielo tan despejado no se habría visto en Barcelona desde hacía muchas décadas. Pensé que ojalá podamos limitar la cantidad de vuelos en el mundo para reducir nuestro impacto negativo sobre el medio ambiente. Para conseguir eso, los viajes en avión tendrían que encarecer. Tal vez desaparecerían Ryanair, Wizzair e EasyJet y volveríamos a algo que era habitual antes de que aparecieran esas compañías de bajo coste, hoy al borde de la quiebra.

A lo mejor ese cambio tendría que venir de los propios viajeros, porque si la demanda no baja, otras empresas pronto ocuparán el espacio abandonado por Ryanair y otras. A mí personalmente me encanta viajar pero estoy dispuesto a reducir la frecuencia de mis viajes para aportar mi granito de arena a la causa. Quizás viajar debería ser un pequeño lujo, como en el pasado no tan lejano. En vez de ahorrar para una moto o un ordenador nuevo, lo haría para volver a ver los picos nevados del Himalaya o visitar a mi familia en Delhi. Con ese cambio se reduciría drásticamente el impacto negativo del turismo. Por desgracia ese cambio dejaría a muchísima gente sin ingresos, sobre todo en aquellas partes del mundo con alta dependencia del turismo. La economía de aquellas zonas tendría que reinventarse eficazmente para evitar una profunda crisis. El otro riesgo es que viajar se convierta en una actividad solamente asumible para las élites adineradas. De todas maneras, a largo plazo la transformación podría resultar beneficiosa.

Si hablamos de salud mental durante la cuarentena, también en ese aspecto hay un grupo de riesgo. Habrá personas que sacarán un gran provecho de esta situación, y otras que se verán muy perjudicadas. Pienso en toda la gente con depresión y ansiedad, o incluso la que está acostumbrada a un estilo de vida muy activo y socialización intensa, por ejemplo los amantes de los deportes y de la vida nocturna. Me sabe mal por muchos adolescentes que están encerrados con sus padres durante tantas semanas: A los 15-16 años seguramente no es una situación ideal ;) La cuarentena podría ser también un escenario perfecto para una reconciliación familiar o lo contrario: Una ruptura. No quiero ni pensar en las víctimas de violencia de género encerradas ahora con un maltratador...

Yo afortunadamente no soy adolescente y tampoco tengo mucho riesgo de algún conflicto doméstico, salvo las habituales peleas entre nuestros gatos. El confinamiento me ayuda a entender la naturaleza de mi socialización en tiempos "normales". Estoy descubriendo que no estoy nada mal sin pasar los fines de semana pendiente de eventos y bebiendo incontables cervezas en los bares y plazas de Barcelona. He entendido que en buena parte mi intensa vida social era una tapadera a la soledad y el vacío existencial que sentía. Algunas veces me excedía en esos esfuerzos de poner parches a ese vacío. En este sentido quizás estoy mejor ahora: Ya no experimento esa ansiedad de perderme algo importante. Lo realmente importante lo debo cultivar dentro de mí para poder compartirlo mejor con los demás. Espero poder aplicar este aprendizaje cuando se acabe esta pandemia.

Como pueden ver, no estoy tan mal y trato de aprender de esta experiencia, aunque sería muy arrogante de mi parte aconsejar a los demás intentar ver el lado positivo. Tengo vecinos y amigas que han perdido sus ingresos y su preocupación es totalmente comprensible. Mis problemas, en cambio, son las mismas dudas existenciales de siempre o algunas más triviales. Por ejemplo, extraño el fútbol. A veces me pongo a ver videos, como "Los mejores partidos de Messi" o resumenes de partidos del Barça de Guardiola y Luís Enrique. También extraño los partidos que jugaba cada semana con mis amigos. El deporte en casa no me motiva, para mí tiene que haber una recompensa en forma de diversión para que me esfuerce tanto. Echo de menos a mis amigos y amigas, aunque estamos en contacto regularmente y confío en verlos pronto.

Esperemos no tener que pasar ni siquiera cien horas en soledad en estos tiempos del coronavirus. Ahora sólo nos queda esperar. Pronto sabremos hasta cuándo y ojalá hasta la nueva fecha bajen considerablemente los contagios y las muertes.

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