El antisemitismo y la cuestión palestina: Exigir justicia no es odio

En uno de mis textos anteriores expresaba mi indignación con las acciones de Israel contra el pueblo palestino. Al mismo tiempo no quería entrar en la provocación de los que acusan de antisemitismo a cualquier persona que se oponga a las políticas de genocidio cultural y aparthedid del estado de Israel. Sin embargo, pensé que podría dedicar otro texto a desmontar la falacia de ese argumento, además de explicar mi relación con la cultura judía, sobre todo tras la reciente polémica causada por el apoyo de la actriz Emma Watson a las reivindicaciones palestinas. A menudo las personas prejuiciosas se escudan detrás de una relación superficial con individuos de colectivos que sufren discriminación, por ejemplo un homófobo puede arguir a su favor que tiene un amigo gay o un racista que tiene amigos 'de color'. Esto, por supuesto, es una línea de defensa bastante floja, igual que la acusación de antisemitismo antes mencionada.

¿Pero realmente hace falta ser antisemita para pedir el boicot de Israel por su constantes violaciones de derechos humanos? ¿Exigir que la llamada "comunidad internacional" presione a Israel para que empiece a respetar los tratados y acuerdos internacionales y acabe con su apartheid es equivalente a sentir odio hacia los judíos? De ninguna manera. El antisemitismo se define como un prejuicio contra los judíos, por lo cual tendríamos que preguntarnos primero si Israel y sus acciones contra la población palestina representan a todos los judíos del mundo o al menos su mayoría. En el mundo, e incluso en el propio Israel, hay muchos judíos que no comparten el ideal sionista de un estado que reuna a toda su comunidad. La presencia de judíos con pancartas antisionistas es habitual en muchas protestas contra las agresiones de Israel. En el pasado influyentes intelectuales judíos como Stefan Zweig rechazaban la idea de la creación de un estado basado en la identidad religiosa judía en Palestina.

En la actualidad hay varias organizaciones judías que la rechazan, como la International Jewish Anti-Zionist Network. Algunos supervivientes del Holocausto también han criticado el sionismo e incluso han llamado al boicot de Israel. Curiosamente en Europa y Estados Unidos los ataques más feroces provienen de la izquierda, una opción política opuesta al pensamientos e ideologías discriminatorias, mientras que los centristas y las derechas más moderadas salen en defensa de Israel. Sin duda los motivos del aluvión de críticas que recibe el país hebreo no están relacionados con la raza o la religión de sus ciudadanos.

El absurdo de la acusación se hace aún más patente si sustituimos a Israel por otro país. Si atacamos a la India por su asfixiante represión en Cachemira, ¿alguien nos diría que tenemos un prejuicio contra los hinduistas o los indios en general? Si protestamos contra la represión de los uigures por parte del estado chino, ¿acaso esto demuestra sinofobia de nuestra parte? Esas críticas podrían ser motivadas por un prejuicio, pero no es posible establecer esta equivalencia. Tal vez el caso de Israel es un poco diferente porque el antisemitismo es un prejuicio real que en el pasado llevó a uno de los genocidios más terribles de la historia humana. Sin embargo, la tragedia del Holocausto y el absurdo odio contra los judíos aún existente no deberían ser utilizados como un escudo para despejar toda la crítica y desviar el debate hacia un callejón sin salida de reproches e insultos. 

Hay que recordar que la historia del sionismo y los asentamientos judíos en Palestina empezó mucho antes que el Holocausto, ya en el siglo XIX, cuando en el territorio de lo que hoy es Israel sólo vivía una pequeña comunidad de unos tres mil judíos a la que empezaron a sumarse cientos y luego miles de judíos europeos. Las fuerzas políticas derechistas no estaban en contra de la emigración judía a Palenista, más bien todo lo contrario. Además, hoy en día el antisemitismo es mucho más minoritario que antes del genocidio perpetrado por los nazis y sus colaboradores. En los años que llevaron a la guerra y el atroz exterminio ese prejuicio era muy común en Europa, mientras que hoy en día es censurado y castigado. Ni siquiera los partidos de extrema derecha se atreven a hacer declaraciones abiertamente antisemitas. Además, en Europa es un tema obsoleto que no tiene la fuerza para movilizar las masas que sí tiene por ejemplo la inmigración musulmana. Tan sólo los sectores más extremos de la derecha como los neonazis y otros energúmenos trastornados por el odio aún siguen pensando en el pueblo judío como una amenaza o un enemigo.

En mi caso particular, crecí en Polonia, país en el que se llevó a cabo el espeluznante exterminio de más de seis millones de judíos europeos. El antisemitismo ha perdurado hasta el día de hoy en mi tierra natal, pero generalmente está bastante mal visto en círculos liberales sobre todo en las ciudades grandes del país. En mi casa me impregné de una gran simpatía hacia el pueblo judío por su trágica historia de persecuciones, expulsiones y pogroms. Mi madre es una feroz adversaria de todo tipo de discriminaciones, incluído el antisemitismo, mientras que mi padre siempre ha admirado al pueblo judío y el estado de Israel, cuyas políticas siempre ha justificado como una defensa legítima.

También mi querida abuela Henryka contribuyó a mi actitud positiva hacia los judíos con sus recuerdos de la segunda guerra mundial. Memoricé sobre todo la historia de una curandera judía que le salvó la vida cuando mi abuela tenía apenas unos siete años. Su familia estaba huyendo de los nazis hacia el este en septiembre del 1939 y, cuando se encontraban en Ucrania, mi abuela enfermó. Tenía fiebre muy alta que persistía a pesar de los cuidados que recibía. Finalmente la atendió una curandera judía del pueblo en el que habían parado mis familiares. Mi abuela pidió desesperadamente beber un poco de jugo de frambuesas, petición que fue atendida enseguida. Gracias a la atención de la señora, la pequeña Henryka mejoró y vivió setenta años más. Entre otras cosas, fue por ese motivo que a mi abuela le provocaba un profundo rechazo el antisemitismo.

Por supuesto basar nuestras simpatías y antipatías solamente en una experiencia sería una error pero en aquel momento más álgido del antisemitismo en la historia, en el que los judíos sufrían campañas de difamación y deshumanización salvajes, ver la cara humana de bondad y solidaridad en una persona de la minoría perseguida era decisivo para mi abuela. Por desgracia demasiada gente se incorporó de una forma pasiva o activa a la corriente antisemita que arrastró a todo el continente violentamente hacia la cascada de la locura más terrible que jamás cometió una sociedad. Hablo de una sociedad porque la comunidad judía fue condenada por las autoridades nazis con el beneplácito de amplios sectores de la población, y no sólo alemana.

Hoy pienso que el Holocausto fue una tragedia para la joven Polonia de los años veinte y treinta, que murió entre guetos, campos de concentración, expulsiones y desplazamientos de fronteras. El país perdió para siempre su carácter multicultural y plurilingüe por culpa de la paranoia racista de los nazis y sus colaboradores, también presentes entre los polacos. Desde entonces nos hemos encerrado en nuestra aparente homogeneidad de una sociedad blanca y católica, mirando con sospecha cualquier desvío de esa teórica semejanza de raza y credo. Hace algo más de ochenta años los judíos constituían el diez por ciento de la población polaca. La mayoría polaca y lituana era católica, pero convivía también con importantes comunidades ortodoxas que hablaban sobre todo bielorruso y ucraniano. La invasión nazi y el terror de la ocupación acabaron para siempre con esa jóven Polonia multicultural que trataba de reconstruirse tras ciento veintitres años borrada del mapa. Como pueden entender, lamento profundamente esa catastrófica pérdida.

La conciencia antiracista e igualitaria es el resultado inevitable del conocimiento de la historia humana. Siempre he sentido simpatía por la diáspora judía porque ha sido víctima de una terrible e injusta persecución. Salvo contadas excepciones como el levantamiento en el gueto de Varsovia en el 1943, las comunidades judías siempre habían aguantado el dolor de la pérdida y la injusticia sin resistencia violenta. Hasta que se hartaron y tomaron una tierra ajena como suya propia. Una minoría víctima de varios hostigamientos se convirtió en hegemónica y su carácter cambió. Con el apoyo de varias potencias europeas y Estados Unidos, el nuevo estado libró una guerra contra la población local y la despojó de su sobiranía y su dignidad.

Hoy en día tenemos que diferenciar entre la identidad judía y la constante opresión que ejerce el estado de Israel contra los palestinos en nombre de esa identidad. Es perfectamente compatible simpatizar con las reivindicaciones de la comunidad judía como las compensaciones por el Holocausto, y estar en contra de su representación más expansiva y violenta: el sionismo. Por otro lado, me parece de un fanatismo retorcido apoyar ciégamente cualquier acción de Israel porque nos apena el trágico pasado de la comunidad que supuestamente representa. Recurrir a la acusación de antisemitismo para silenciar el debate en torno a la cuestión palestina es extremadamente simplista, y, por suerte, no está funcionando.


La imagen del texto proviene de una noticia en The Guardian.

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