La aventura nepalí (5): Katmandú

Tras sobrevivir el viaje más sufrido en mi vida entre Taplejung y Birtamode en el este de Nepal, por fin iba a zarpar hacia la capital de Nepal, Katmandú. El trayecto entre Birtamode y Katmandú sería bastante más largo: más de quince horas en un autobús nocturno que salía a las cinco y media y llegaba a las nueve de la mañana. Las primeras horas del viaje transcurrieron sin ocurrencias interesantes. La carretera por las llanuras ofrecía vistas de pueblos somnolientos y ciudades no mucho más animadas. Pronto se hizo de noche y ya no podíamos ver mucho más.

De haber viajado durante el día probablemente habría notado cómo cambia el paisaje después de Hetauda en las llanuras del Terai, donde la carretera hacia el norte empieza a ascender y donde empieza la región geográfica llamada Pahad, o sea la precordillera del Himalaya de entre ochocientos y cuatro mil metros de altura. Aparte del paisaje, también cambia el clima, del tropical y subtropical en el Terai se vuelve más templado en el Pahad. Katmandú y su área metropolitana, a la que pertenecen otras ciudades históricas como Lalitpur (Patan) y Bhaktapur, se encuentra en un valle rodeado de cordilleras de entre dos mil y dos mil setecientos metros de altura. Su población de dos millones y medio de personas la convierte en la conurbación más grande del país. Pero mientras analizaba estos datos, aún estaba sentado en el autobús.

Cuando empezó a amanecer y los pasajeros se despertaron, el vehículo trataba de superar el último tramo del viaje, con la carretera ya cuesta arriba. En el mapa la distancia entre Hetauda y Katmandú no parece importante - son apenas ochenta y cinco kilómetros, pero si tenemos en cuenta la complejidad del terreno, los desniveles y el tránsito, este último tramo puede alargarse tanto como los casi cuatrocientos kilómetros entre Birtamode y Hetauda. Además, ese día la carretera estaba en obras, por lo cual pasamos esas últimas horas del viaje en un monumental atasco, con sólo un carril abierto. La fila de coches inmovilizados se veía hasta mucho más adelante en la autovía serpenteante. En muchos tramos era más rápido avanzar a pie que en un vehículo y era un poco frustrante ver como nos adelantaban peatones. De todas maneras, me sentía afortunado de estar en el autobús, con algo de espacio para mis piernas y un asiento bastante cómodo, lo cual era un lujo si lo comparaba con el hacinamiento en el viaje anterior.

Finalmente llegamos a Katmandú alrededor de las diez de la mañana. Nos alojamos en el barrio de Thamel, el más popular de Katmandú entre los viajeros. En ese momento mi compañera de viaje Aly ya llevaba varios días con la salud delicada y decidió buscar una habitación cómoda por su cuenta, mientras que yo aposté por una habitación con diez literas bastante barata en un hostal. Por desgracia no supe más nada de Aly, ya que se le había roto el teléfono y no sabía dónde estaba alojada. Me parece haberla visto desde la distancia en Pokhara unas semanas más tarde, pero no tuve tiempo para comprobar si realmente era ella. A menudo las amistades de viajeros son ese tipo de alianzas temporales que se disuelven en cuanto cambian las circunstancias.

Mi hostal llamado Shantipur, o sea literalmente “la ciudad de la paz”, resultó ser no sólo económico sino también limpio y agradable. Para el barrio de Thamel, donde dominan edificios mayoritariamente bajos, el Shantipur es una auténtica torre. Cada una de las tres primeras plantas tenía tres baños, una habitación privada y dos habitaciones grandes con varias literas. En la cuarta planta había una cafetería y más arriba una terraza con vistas impresionantes del valle de Katmandú y las montañas que lo rodean. A pesar de que mi habitación estaba casi siempre llena, pude disfrutar de bastante tranquilidad y privacidad. No dormía tan bien desde que me había ido de la casa de mi tío en Delhi una semana antes. Después de dos viajes largos e incómodos, el hostal era el refugio ideal para descansar y recuperar las fuerzas. Cada día pasé muchas horas leyendo en la cama o escribiendo en la cafetería. En las noches subía a la terraza para cenar y tomar unas cervezas en buena compañía de otras personas viajeras.

La cafetería no era muy grande: había una barra y tres mesas bajitas, alrededor de las cuales unos pequeños colchones cubiertos con mantas servían de asientos, bastante más cómodos que cualquier silla. En la pared había un televisor en el que a menudo sonaba música nepalí e india. La cafetería ocupaba la azotea del edificio y estaba muy bien iluminada gracias al gran tamaño de las ventanas que ofrecían una bonita vista de unos ciento ochenta grados. Para ver más, había que subir a la terraza por una escalera empinada.

La pequeña terracita consistía en otras mesitas bajas y colchones con cojines y mantas alrededor. Cada noche este pequeño y acogedor espacio se poblaba de viajeros y amigos de los trabajadores del hostal, entre los cuales se encontraba mi amiga María, originalmente de Mallorca pero residente en Katmandú hace muchos años. A veces aparecía también Berta, una catalana que vive entre Barcelona y Katmandú y trabaja en el sector turístico. Después de cuatro años ambas hablaban algo de nepalí y estaban bien adaptadas a las costumbres y condiciones del país. Una noche María me presentó a sus amigos provenientes del estado español y también residentes en Katmandú. Eran unas diez personas y, para mí sorpresa, casi todos eran catalanoparlantes de Catalunya y Baleares. Algunas personas estaban involucradas en trabajos benéficos mientras que otras trabajaban en el sector turístico.

Los chicos de la cafetería tenían tal vez unos veinte años y venían a trabajar con mucho entusiasmo y buen humor. Su amabilidad sin servilismo y su manera de relacionarse con los clientes natural y respetuosa hacían que en el pequeño local reinara un ambiente agradable y distendido. Normalmente había al menos tres o cuatro personas entre la cocina y la barra y en la noche venía uno o dos más. Cuando había menos clientes casi siempre uno de los chicos aprovechaba el momento para tomar la guitarra colgada en la pared de la cafetería y tocar canciones de rock nepalí, sobre todo de las bandas Nepathya y Albatross. Los chicos cantaban muy bien y se me hacía agradable escucharlos mientras tomaba un té y escribía mis apuntes del viaje.

Fue en la terraza durante uno de mis días de descanso cuando conocí a Premkumar y Vithushan, dos tamiles, el primero del estado indio de Tamil Nadu y el segundo de Sri Lanka. Premkumar se encontraba en Katmandú empezando un viaje realmente ambicioso: su objetivo era recorrer a pie el tramo nepalí del Himalaya, más de ochocientos kilómetros desde el extremo este hasta la frontera occidental con la India. Como supe más tarde, tuvo que abandonar su plan al inicio del viaje, pero cuando nos conocimos estaba muy ilusionado. Vithushan vino por las conexiones más humanas y no se planteaba caminar tanto pero también le hacía mucha ilusión estar en Nepal. Mientras que Premkumar sentía una devoción casi religiosa por el Himalaya, Vithushan estaba feliz conociendo a otros viajeros internacionales en los hostales de Nepal. Me pareció una persona muy bondadosa y sociable que se nutría de las amistades que hacía en los diferentes lugares que visitaba. Premkumar y yo buscábamos la aventura más que las amistades pero aún así disfrutamos mucho del ambiente multicultural del Shantipur.

Ese mismo ambiente se respiraba en todo el barrio de Thamel, lleno de tiendas de recuerdos, ropa y equipaje para senderismo y escalada en alta montaña. Calles enteras estaban ocupadas por agencias de viaje que organizan excursiones y aventuras en el Himalaya. No faltaban restaurantes modernos que sirven pastas, pizza, hummus y hamburguesas que doblaban el precio de la comida nepalí de los locales más humildes, que además era mucho más rica. Durante un paseo en mi primera noche escuché música en vivo desde varios bares y hasta vi un bar irlandés. En las calles se veían muchos turistas occidentales y la vida nocturna de Thamel parecía adaptada a su gusto. Sin embargo, yo no sentía nostalgia de Europa, su música y su forma de pensar y me retiré al hostal bastante temprano.

A pesar de todo el turismo masivo, Thamel me pareció un lugar agradable, limpio y tranquilo comparado con, por ejemplo, Pahaarganj en Delhi. Tanto Thamel como Pahaarganj son las “bases de operaciones” para los viajeros que llegan a Nepal y la India respectivamente: lugares de paso en los que uno descansa y organiza los siguientes viajes. De todas maneras, el barrio turístico de Katmandú está lejos del caos de su equivalente en la capital india. El tránsito no genera tanta tensión y ruido y las calles están mucho más despejadas y ordenadas. Los trabajadores de restaurantes y tiendas no captan clientes de la misma manera insistente e invasiva que en tantos lugares en la India. En muchos cruces de las calles estrechas se encuentran pequeños templos hindúes y stupas (santuarios) budistas que añadían una sensación de paz y tranquilidad al barrio. La vida en Thamel parecía fluir sin prisa, a un ritmo mucho más relajado al que yo estaba acostumbrado tras mis viajes por la India. Sin embargo, esa relativa paz y tranquilidad fueron interrumpidas en el año 2015 por un devastador terremoto que sacudió el centro de Nepal, causando importantes daños también en Katmandú.

En uno de mis últimos días en Katmandú salí a comer con María que llevaba ya varios años viviendo y trabajando allá. Justamente se encontraba viajando por Nepal durante el terremoto que acabó por cambiar su vida, ya que decidió quedarse en el país asiático y dedicarse al trabajo benéfico. Mientras que otros extranjeros huían de Nepal por miedo a las réplicas del terremoto, ella sintió que lo correcto era seguir en el país y ayudar a la población local a superar las devastadoras consecuencias del seísmo. Después de dos semanas de fuertes réplicas hubo otro terremoto de casi igual magnitud que otra vez causó mucha destrucción y pérdida de vidas. Casi nueve mil personas murieron y cientos de miles quedaron sin casa a consecuencia de los violentos temblores. En el valle de Katmandú muchas casas y templos históricos sufrieron importantes daños. Las célebres plazas reales (Durbar Squares) de Katmandú, Bhaktapur y Patan fueron reducidas a escombros y algunos templos y palacios tuvieron que ser reconstruidos por completo.

En 2019 aún quedaban algunos vestigios de la catástrofe: edificios semiderruidos, algunos escombros. De todas maneras, la vida de la metrópoli debió seguir su curso y tras cuatro años un viajero medio seguramente no notaba muchas afectaciones, al menos en zonas turísticas como Thamel. Debo reconocer que conocí muy poco de Katmandú, ya que sólo la visité durante una semana. Sin ninguna duda la capital de Nepal merece mucha más atención de la que le presté, por lo cual mi intención es visitarla otra vez cuando la pandemia afloje.

Aquí les comparto algunas fotos del valle de Katmandú:

El templo Nyatapola en Bhaktapur, en el área metropolitana de Katmandú

La stupa buddista del barrio capitalino de Boudha

El templo Nyatapola en Bhaktapur, en el área metropolitana de Katmandú

El templo Nyatapola en Bhaktapur, en el área metropolitana de Katmandú

Un edificio antiguo en el centro histórico de Bhaktapur

El templo Nyatapola en Bhaktapur, en el área metropolitana de Katmandú

Unos templos hinduistas en el centro histórico de Bhaktapur

El centro histórico de Bhaktapur

El centro histórico de Bhaktapur

La stupa buddista del barrio capitalino de Boudha

El centro histórico de Bhaktapur

Una tienda de tambores en el barrio de Thamel

Un templo en el centro histórico de Katmandú

Un ornamento en la fachada del templo

Una parte ornamental de la fachada del templo

Un palacio en el centro histórico de Katmandú, con la fachada reforzada con palos de madera

Unos templos destruídos en el terremoto del 2015. Aún había bastantes escombros en la ciudad.

La plaza real (Durbar Square) de Katmandú

La plaza real (Durbar Square) de Katmandú

La plaza real (Durbar Square) de Katmandú

La plaza real (Durbar Square) de Katmandú

La vista de Katmandú desde la terraza de mi hostal hacia las montañas Shivpuri al norte

La vista de Katmandú desde la terraza de mi hostal hacia las montañas Shivpuri al norte

 

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