El antiimperialismo ingenuo y el westsplaining que indignan a la Europa Central y Oriental

Llevamos ya más de dos semanas de terribles noticias desde Ucrania que sufre una despiadada agresión rusa desde el sur, el norte y el este. La invasión tomó a mucha gente por sorpresa, a pesar de que la concentración del ejército ruso en la frontera con Ucrania había sido detectada el año pasado y hacía varias semanas leíamos y oíamos advertencias sobre el inminente ataque. Era difícil de creer que Putin optaría por la vía militar pero al final el déspota del Kremlin dio la fatídica orden a sus tropas. Ante esta invasión absolutamente injustificable la respuesta a nivel mundial ha sido mayoritariamente condenatoria, sobre todo en Europa y los países "anglosajones" fuera de ella, pero también hay voces discordantes y no necesariamente desde la derecha política.

En mi Polonia natal mantenemos un vínculo muy estrecho con Ucrania y nos solidarizamos con nuestros vecinos en estas horas aciagas independientemente de la ideología que mueve a cada uno. Tal vez sólo la extrema derecha guarda un incómodo silencio, mientras que desde la izquierda lo tenemos muy claro: el pueblo ucraniano está sufriendo por culpa de las ambiciones imperialistas de Putin y tenemos que estar a su lado. Los partidos de izquierdas como Razem, los entornos anarquistas y LGTBI: todos están ayudando en lo que consideramos una lucha contra una agresión repugnante de una potencia mundial a un vecino más vulnerable. Por desgracia, muchos de nuestros teóricos aliados en la izquierda occidental no comparten este punto de vista, lo cual ha causado bastante indignación en Europa Central y Oriental.

Hace diez años que vivo en Barcelona pero es la primera vez que tengo la impresión de estar en un lugar surrealista, alejado de la cruda realidad que viven mis seres queridos a dos mil kilómetros de aquí. El 8 de marzo salí a participar en la marcha feminista con una amiga polaca y nos sorprendió una pancarta que leía “Ni Rusia, ni OTAN”, como si la invasión de Ucrania fuera una pugna de dos imperios y como si los ucranianos y su voluntad no importaran. Hace una semana hablé sobre este tema con unos jóvenes antifascistas que tampoco querían posicionarse al considerar que era un conflicto entre dos bandos igualmente malvados. Unos días más tarde leí “OTAN dissolució” escrito en un muro de mi barrio, como si la culpa de la invasión fuera de la OTAN y no de Putin y la cúpula del Kremlin. Además, en las redes sociales leo muchos comentarios en castellano y catalán que idealizan la lucha por la independencia del Donbás y asocian a Ucrania con el neonazismo.

Desafortunadamente las opiniones de una buena parte de la izquierda occidental (incluída la española, catalana y latinoamericana) y las declaraciones de varios de sus referentes intelectuales no están en sintonía con la condena incondicional de la invasión. Autores y activistas tan influyentes como Noam Chomsky, Naomi Klein y Yannis Varufakis han enfocado sus críticas en el expansionismo de la OTAN y el imperialismo de Estados Unidos, obviando la amenaza que supone el imperialismo ruso. Esta postura ha provocado mucha indignación en los países que comparten frontera con Rusia y que han sufrido en carne propia las ambiciones territoriales de su vecino, ya que converge peligrosamente con el discurso del Kremlin e ignora cuál es el rol de las izquierdas en este tipo de conflictos que es defender a la parte agredida.

Hay pocas cosas que las izquierdas teman más que ser acusadas de complicidad con el imperialismo. El rechazo de esa ideología es tan grande que últimamente muchos hemos caído en la trampa de buscar tramas expansionistas de la OTAN y Estados Unidos en todas partes e ignorar o hasta tolerar otros imperialismos, no menos peligrosos que el occidental. Numerosos publicistas de izquierdas de Europa Central y Oriental rechazan claramente este antiimperialismo que consideran ingenuo o hasta cínico (a veces ha sido tildado hasta de idiota), ya que percibe el mundo como un juego de estrategia entre imperios con esferas de influencia que hay que respetar.

Una de las preguntas recurrentes en este debate plantea el siguiente problema hipotético: "¿Qué haría Estados Unidos si un día Canadá se aliara con Rusia y China económicamente y militarmente?". La respuesta no la tiene nadie pero este argumento que justifica la invasión es absolutamente irrelevante. Ucrania es un país independiente que llevaba un tiempo alejándose de Rusia y acercándose a sus vecinos occidentales por voluntad propia de sus ciudadanos. Si a alguien le parece válido plantear este escenario hipotético es que ha asumido las reglas de juego de los imperios como Rusia y Estados Unidos o aún peor: ha aceptado que esto es un juego, obviando las millones de vidas que están en riesgo.

La retórica que apunta hacia la OTAN y Estados Unidos como los culpables de la invasión rusa peca de la arrogancia propia del mismo imperialismo que supuestamente combate, ya que sólo concibe el mundo en función de las acciones del "occidente" y no las decisiones autónomas de los países de Europa Central y Oriental. Los antiimperialistas occidentales suelen hacer hincapié en la pertenencia de Ucrania a la esfera de influencia de Rusia al ser una antigua república soviética, como si fuera algo inamovible y como si no importara lo que piensan los ucranianos i las ucranianas. Para Putin la caída de la Unión Soviética fue la peor "catástrofe geopolítica" del siglo XX pero para los países que ganaron su independencia fue una oportunidad para ejercer su derecho a la autodeterminación como estados libres. Ignorar los anhelos de los países pequeños para complacer a un imperio es bastante incoherente con las ideas políticas de la izquierda, sobre todo si se declara antiimperialista.

Quizás lo que más indigna a una buena parte de la izquierda en los antiguos países satélites de la Unión Soviética o de sus antiguas repúblicas es justamente la suposición de que Ucrania ha sido manipulada y utilizada por la OTAN y por Estados Unidos. Suponer esto equivale a ignorar la voluntad propia del pueblo ucraniano que, como vemos ahora, tenía razones muy sólidas para querer blindarse de la posible agresión rusa e integrarse en la Unión Europea y la OTAN - nos guste o no dicha alianza militar. Las encuestas en Ucrania lo dejan bastante claro: sus ciudadanos prefieren integrarse en la Unión Europea antes que estrechar lazos con Rusia, a lo que Putin respondió con una invasión. ¿Acaso pensaba que así los ucranianos cambiarán de opinión y aceptarán encantados volver a estar bajo el control ruso?

Esta reducción de Ucrania a un estado-colchón perteneciente a la esfera de influencias rusa contra su voluntad debería ser absolutamente inaceptable para cualquier izquierdista. Debería primar la voluntad de los ucranianos que, al igual que los polacos, lituanos, letones o estonios, no quieren ser peones en ningún juego entre imperios sino que quieren decidir su futuro libremente y sin miedo. De la misma manera no quieren que nadie interfiera en sus decisiones sobre las alianzas económicas y militares. No hay que olvidar que estos países decidieron entrar en la OTAN para garantizar su defensa. Juzguen ustedes mismas si fue una decisión razonable viendo lo que está ocurriendo en Ucrania.

Para los países de Europa Central y Oriental pertenecer a la OTAN es, desgraciadamente, una manera de blindarse contra las ambiciones territoriales del "gran hermano" ruso. Como ciudadano de Polonia  me da alivio saber que mi país pertenece a la organización, a diferencia de Ucrania, y no es precisamente por amor a ella. Para los países de nuestra zona es un pacto defensivo ante una amenaza de agresión absolutamente real, confirmada con la invasión de Putin. Es algo que defienden incluso nuestros partidos de izquierdas como el Razem polaco y que aparentemente la izquierda occidental no quiere aceptar. Sin embargo, me gustaría pedirle a esa izquierda que deje de aleccionarnos sobre nuestras alianzas y criticarnos por querer garantizar nuestra seguridad. El día que las relaciones con Rusia sean de colaboración y fraternidad en vez de 'bullying' chovinista del vecino más grande podremos hablar, pero por ahora por favor no nos digan que no entremos en o que salgamos de la OTAN porque sus países no están en primera línea de fuego como los nuestros.

No podemos tolerar más que se nos trate como estados de la esfera de influencia de Rusia, cosa que una buena parte de la izquierda occidental da por sentado, ignorando que llevamos más de tres décadas en el mapa como países independientes y democráticos. Desde la izquierda de Polonia y otros países de la región las declaraciones de Naomi Klein y otros intelectuales occidentales sobre la invasión de Ucrania nos suenan a traición. Varufakis diciendo que Ucrania debería mantenerse neutral es un vergonzoso westsplaining de los privilegiados que no tienen la amenaza en sus fronteras. La propaganda del Kremlin que intenta presentar a Rusia como una fortaleza asediada por sus enemigos ha sido asumida como verdad por esos intelectuales que se limitan a proponer un acuerdo entre los imperios de Washington y Moscú para no provocar más a Putin. El discurso de la fortaleza asediada choca abiertamente con la realidad de una Rusia que intenta imponer su voluntad a los estados vecinos a base de amenazas y chantajes, presumiendo de un ejército poderoso y moderno con armas nucleares a su disposición. La política de apaciguamiento de Putin a costa de los países limítrofes de Rusia me recuerda demasiado a los esfuerzos de Francia y Gran Bretaña con otro dictador para evitar la segunda guerra mundial a toda costa. Ya sabemos cómo acabó aquella estrategia...

Seguramente los antiimperialistas occidentales ven en Rusia un contrapeso al imperialismo occidental y un heredero de la Unión Soviética que despertaba mucha simpatía entre la izquierda en general, a pesar de que en realidad era una expresión más del imperialismo ruso que le permitió establecer un dominio absoluto sobre Europa Central y Oriental, los países caucásicos y cinco estados de Asia Central. Hoy en día Rusia está gobernada por un dictador y es imposible defender sus intereses desde posiciones izquierdistas. Vladimir Putin lleva más de veinte años en el poder, ya sea como presidente o como primer ministro, elegido siempre en elecciones muy controvertidas, con la oposición política real aniquilada a base de detenciones arbitrarias, amenazas y sanciones.

No debemos olvidar a los numerosos activistas, periodistas, antifascistas y políticos de oposición que han sido asesinados, amenazados de muerte o apalizados en la Rusia de Putin. Recordemos que su gobierno ha cerrado varios canales de televisión contrarios a la invasión de Ucrania, ha limitado el acceso a las redes sociales y detiene a los manifestantes que salen a las calles a protestar contra la guerra. Por si la falta de libertad de expresión fuera poco, las políticas del Kremlin son extremadamente conservadoras en materias sociales como los derechos del colectivo LGTBI, discriminado y perseguido en Rusia. Me pregunto si realmente ese es el lado que quieren defender los izquierdistas occidentales en su intento de combatir el imperialismo de Estados Unidos y Europa. ¿De verdad tenemos que elegir entre un imperialismo y otro?

Sin embargo, hay todavía más argumentos que oigo o leo en este debate que me suenan a excusas. Por ejemplo, algunas de las voces disidentes se niegan a participar en la oleada de solidaridad con Ucrania alegando el racismo en la diferencia entre el trato que reciben en las fronteras las personas refugiadas de Ucrania y las personas no blancas procedentes de otros países. No les falta razón a los críticos, ya que hace poco en la frontera polaca con Bielorrusia morían de frío y hambre migrantes sirios, afganos y africanos, víctimas de la cruel indiferencia y racismo institucional de Europa (Tanto la UE como Bielorrusia y Putin), mientras que hoy aceptamos a cientos de miles de ucranianos con los brazos abiertos. Como una persona que ha sufrido racismo en carne propia me indigna muchísimo que valoremos las vidas humanas de formas tan distintas según su procedencia, religión y color de piel. Sin embargo, sería absurdo e injusto no solidarizarse con los ucranianos por este motivo en nombre de la lucha contra el racismo y la xenofobia. Hoy en día los mismos sectores que el año pasado ayudaban a los migrantes no europeos y denunciaban su dramática situación ayudan a los refugiados que llegan de Ucrania porque queremos apoyar a las víctimas de cualquier injusticia.

Para acabar quería responder a algunas de las excusas más absurdas de los que se niegan a posicionarse o directamente defienden la invasión rusa. Por ejemplo, la existencia de un batallón neonazi Azov integrado en el ejército ucraniano. Son unos mil energúmenos que sirven para desacreditar a todo un pueblo de más de cuarenta millones de personas y tacharlos de nazis, incluyendo al presidente Zelenskiy, de origen judío. Es la misma propaganda que promueve el Kremlin, que lleva varias décadas apoyando a la extrema derecha en su propio país. Otro de los argumentos son las represiones en Ucrania a la población prorrusa, como la masacre de Odesa en 2014 perpetrada por miembros de la extrema derecha ucraniana. Sin duda ha habido reacciones injustificables a la rebelión prorrusa que Putin utilizó para anexionarse Crimea y mandar personal militar a Donetsk y Lugansk. No fue la primera vez que Rusia utilizaba la excusa de proteger a la población rusohablante para aumentar su territorio y amenazar a un país vecino, ya lo hizo en Georgia unos años antes. Tolerar este imperialismo disfrazado de apoyo a minorías amenazadas y justificar una invasión con estos argumentos es simplemente lamentable.

Recordemos también que Rusia prometió proteger la sobiranía de Ucrania en el Memorándum de Budapest y, a diferencia de la declaración verbal de la OTAN de no tener intenciones de expandirse hacia el este, aquel documento según el que Ucrania entregaba sus armas nucleares heredadas de la Unión Soviética a Rusia a cambio de garantías de seguridad era un acuerdo formal que Putin rompió ya dos veces. Desde posiciones izquierdistas no se puede tolerar la destrucción y la pérdida de miles de vidas de civiles y militares. Es absolutamente inaceptable que haya más de dos millones de refugiados que ya salieron del país y muchos miles que pasan los días escondidos en búnkers y estaciones de metro. Todo esto por las ambiciones imperialistas de un líder megalómano que ni siquiera reconoce a los ucranianos como una nación soberana.

No hay que tener dudas frente a la siniestra amenaza que representa Putin no sólo para Europa Central y Oriental sino también para la paz y el bienestar en el mundo, incluyendo la propia Rusia. Espero que la invasión de Ucrania contribuya a una nueva conciencia antibélica y antiimperialista transversal que no tolere las ambiciones de Putin en nombre de una mal entendida oposición al imperialismo occidental. Pero más que nada espero que la izquierda occidental finalmente reconozca la voluntad propia y los derechos de los pueblos de nuestra región, ya que estamos hartos de la amenaza imperialista en nuestras fronteras y de los discursos paternalistas de nuestros teóricos aliados occidentales.

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