Delhi, patria limpia y sana y la popularidad de Narendra Modi

En mayo de 2019 estaba volviendo de Nepal a Delhi para pasar mi último mes de viaje por la India antes de regresar a Europa. El vuelo de Katmandú duró solamente una hora y diez minutos. Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Indira Gandhi, las pantallas de publicidad anunciaban la temperatura: cuarenta grados. Pasé del aeropuerto directamente a la estación de metro, por lo cual no noté el calor hasta llegar al barrio de Pahaarganj.  Mientras las escaleras mecánicas me acercaban a la superficie, en mi mente me preparaba para el caos, ruido y olor habituales en esta parte de la ciudad, y me pregunté si podré soportar la temperatura. Al salir recibí la primera ola de aire caliente y seco que me resultó más llevadero que la extrema humedad del casi pegajoso aire de Calcuta durante los monzones. En Pahaarganj los olores agradables de la comida callejera se mezclan con algunos menos agradables, pero la fusión no molesta, más bien todo lo contrario: me sentí en casa, ya que estaba en el barrio que mejor conocía en Delhi.

Tras salir de la estación del tren tuve mi primer encontronazo con una persona que insistía en venderme algo u ofrecerme algún servicio. Con una mochila pesada crucé casi toda Main Market Road, la calle principal barrio, y llegué a mi hostal habitual declinando educadamente algunas ofertas de otros vendedores. Wasim, el chico cachemir con el que había desarrollado una amistad la última vez era ahora el responsable en la recepción y me reconoció inmediatamente.

La primera tarde era agradable: Después de cambiar mis euros a rupias indias, recargar el saldo del teléfono y apagar la sed con un jugo de mango, subí a la cafetería de un amigo, ubicada en una terraza con vistas a la bulliciosa Main Market Road. Abhishek y sus amigos estaban disfrutando de unos porros de hachís mientras jugaban en sus teléfonos. La cerveza y la alegría de ver caras conocidas me hicieron relajar y empecé a contar mis viajes por Nepal. Después de cenar un rico aloo gobi, o curry de coliflor con patata, tomamos más cerveza y jugamos un par de rondas de un popular juego de cartas.

Patria limpia, patria sana… patria hindú?

Al día siguiente me mudé a otro barrio, Saket, en el sur de Delhi. Decidí pasar unos días en la zona de las ruinas de varias de las antiguas capitales de Delhi y otros monumentos que me quedaban por ver. La parte del barrio en la que me alojé no era muy acogedora. La vereda de la calle principal estaba completamente desmantelada, con agujeros que mostraban la alcantarilla en forma de un río oscuro y maloliente. En ambos lados de la carretera yacían unos auténticos vertederos de basura: pajitas de plástico, sobrecitos de paan, platos y vasos de un solo uso. Era un paisaje poco agradable pero decidí quedarme para conocer otras partes de la capital.

Luchar contra la basura en la India me parecía una batalla perdida. Una gran parte de la población no es consciente de la gravedad del problema. Al principio de mi estancia en el país asociaba el origen de este desastre ecológico con la poca consciencia y educación de las masas de la clase trabajadora. Sin embargo, luego me di cuenta de lo equivocado que estaba. A menudo eran los indios educados de clase media, los mismos que suelen lamentar la contaminación de sus ciudades, los que tiraban basura por las ventanas de sus coches a la calle o las colillas de sus cigarrillos a la acera.

La consciencia ecológica está muy verde en la India, que actualmente está en su etapa de modernización y crecimiento económico a costa de todo lo demás. La modernidad requiere plástico, mucho plástico. Tuve la impresión de que la campaña gubernamental Swachh Bharat Abhiyan (Misión India Limpia) enfocada en la limpieza y la salud no había tenido mucho éxito y la contaminación seguía creciendo, al igual que el nacionalismo y el fundamentalismo hindú, también promovidos por el gobierno. Sin embargo, el objetivo principal de la campaña con lema Swachh Bharat, Swasth Bharat (“India limpia, India saludable”) era la construcción de aseos para millones de personas sobre todo en zonas rurales. En ese apartado las autoridades se jactaban de haber liberado el país de zonas de defecación al aire libre, aunque esa información estaba muy disputada.

Narendra Modi y el hindutva 

Unos días después de mi vuelta a la India, el 23 de mayo, era un día muy importante para el país: El anuncio del resultado de las elecciones. Habían sido las elecciones más grandes del mundo con más de novecientos millones de votantes habilitados y un mes entero para votar a lo largo y ancho de toda la India. En mi hostal en Saket el joven encargado y sus amigos estaban viendo la tele e inmediatamente se confirmó lo que todos sabíamos desde hacía meses: ganó el Bharatiya Janata Party (BJP) del primer ministro Narendra Modi. Era un resultado previsible, ya que la oposición estaba en la cuerda floja. El líder del Indian National Congress (o simplemente Congress), Rahul Gandhi, no había logrado despejar las dudas sobre su capacidad para liderar el país.

En el otro lado, Modi fortaleció su posición gracias al conflicto con Pakistán en marzo y un discurso nacionalista y fundamentalista hindú. A pesar de antagonizar a las castas más bajas y las minorías religiosas, y ser bastante impopular en el sur del país, el BJP ganó con una abrumadora mayoría absoluta. Durante todos mis viajes anteriores había visto la cara de Narendra Modi en todos los carteles que anunciaban la terminación o comienzo de proyectos de construcción de carreteras, líneas de metro u hospitales. Un día encontré en uno de los periódicos más leídos del país, el ‘Hindustan Times’ varias páginas seguidas que describían los logros del gobierno de BJP en materia de seguridad para las mujeres, entre otras cosas. El partido de Modi supo crear una imagen de un partido de la modernización y, al mismo tiempo, el guardián de las tradiciones y la religión hindú.

La figura del primer ministro merece una mención aparte. A sus casi setenta años de edad era un hombre corpulento de estatura media. Su pelo y vello facial de color blanco le prestaban un aura de una persona sabia. Si no hubiera sabido nada de la ideología que representa, su rostro serio y mirada intensa me habrían podido transmitir confianza y tranquilidad. En muchos carteles aparecía con una leve sonrisa que le daba un toque de una persona seria, responsable y al mismo tiempo simpática. La ropa tradicional que siempre viste constaba de una túnica larga de color blanco llamada kurta y un chaleco ornamental. La elegancia de su imagen era innegable. Parecía un hombre sabio, carismático y fiel a las tradiciones ancestrales: Un líder ideal para una gran parte de la comunidad hindú.

Pero Narendra Modi no era un santo ajeno a los conflictos y prejuicios terrenales, lo cual demostraba su historial como gobernador. Por encima de todo, se le achacaba la culpa de los trágicos disturbios en el estado de Gujarat en el año 2002 considerados una respuesta de los elementos más radicales de la comunidad hindú, con el beneplácito de las autoridades, a la quema de un tren en Godhra en el que viajaban peregrinos hindués por parte de una multitud de musulmanes el 27 de febrero de 2002. La reacción de los fundamentalistas hindúes en Gujarat fue un ataque organizado a las personas musulmanas y sus propiedades. Los disturbios más graves ocurrieron en la entonces capital, Ahmedabad, pero también en otras ciudades y pueblos del estado. Cientos de personas fueron masacradas, quemadas vivas, violadas o gravemente lesionadas. Miles de musulmanes fueron desplazados de sus barrios, pueblos y ciudades y miles de casas, negocios, mezquitas, santuarios y coches pertenecientes a ciudadanos musulmanes sufrieron graves daños.

Cabe destacar que el ministro jefe del estado de Gujarat en aquel momento era justamente Narendra Modi, que fue acusado de fomentar el odio hacia la comunidad musulmana con palabras incendiarias. Modi calificó la quema del tren en Godhra como un atentado terrorista perpetrado por el servicio de inteligencia de Pakistán con la colaboración de islamistas locales, a pesar de no tener pruebas. Las acusaciones contra Modi y sus gobernantes de haber incitado a la violencia eran tan serias, que hasta el Reino Unido y Estados Unidos le prohibieron la entrada en su territorio durante algo más de diez años.
En cada uno de los ataques la multitud disponía de listados de los negocios llevados por musulmanes y las direcciones de sus casas. Además, los ciudadanos que llamaban la policía aterrorizados para pedir ayuda tuvieron como respuesta: “No tenemos órdenes de salvarlos”. La complicidad de Modi y las autoridades guyaratís en las masacres es bastante evidente, aunque la cúpula del gobierno local nunca fue formalmente declarada culpable.

Cuando Modi y su BJP se hicieron con el control del país, la situación de las minorías religiosas empeoró. La culminación de las políticas fundamentalistas de Modi fue la revocación del estatus especial del estado de Jammu y Cachemira, habitado por una mayoría musulmana, y la controvertida ley de ciudadanía que prácticamente excluye a los musulmanes en situación irregular, mientras otorga la ciudadanía a todas las demás comunidades religiosas. Modi y su BJP se adhieren a una ideología llamada hindutva, literalmente “hinduidad” y en términos políticos supremacismo hinduista. Los seguidores de esa corriente buscan la hegemonía de la mayoría hinduista en un estado que se definió laico desde su nacimiento en 1947.

Hoy en la India del hindutva las autoridades cambian nombres de ciudades que tengan algo que ver con el pasado musulmán, como Allahabad en el estado norteño de Uttar Pradesh, que se convirtió en Prayagraj o Aurangabad que pasó a llamarse Chhatrapati Sambhaji Nagar. Esto forma parte del programa político del partido de Narendra Modi que intenta hinduizar el país y desconectarlo de su rica herencia de las épocas de dominación musulmana. Mientras en las calles del norte de la India se habla un hindi coloquial mezclado con urdu, desde las instituciones se promueve una lengua más pura que prefiere palabras rescatadas del sánscrito en lugar de sus equivalentes de origen árabe y farsi.

Peor aún, el BJP se apoderó de los medios de comunicación más importantes del país a través de los magnates más ricos del país como Gautam Adani y Mukesh Ambani, ambos aliados con el partido del hindutva. La persecución de la oposición política, encarcelamiento de periodistas y activistas y silenciamiento de voces disidentes hace que la India se convierta en un estado cada vez menos libre y democrático. Sin embargo, la sociedad india es increíblemente diversa y diferentes grupos tienen sus intereses que muchas veces no están alineados. Es un fascinante amalgama de religiones, castas, naciones, tribus y clases sociales que nunca coincidirán para adaptar la misma perspectiva. Esa diversidad es lo que puede salvar el país del descenso a una versión india del fascismo.

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