Cachemira (5): El barrio de islas y muelles y el bar de mala muerte

El cuarto día empezó a llover ligeramente desde la mañana. Salí a la hora de comer a recorrer la ciudad, con un par de lugares marcados en el mapa. Primero caminé hacia el barrio de Karapura, atravesado por múltiples canales y brazos del lago Dal. El mal tiempo le dio un aire muy melancólico a la ciudad. Las calles y senderos se llenaron de barro y la falta de luz solar suprimió todo color del paisaje urbano. Los seres más infelices ese día eran los numerosos perros callejeros cuyas miradas de sufrimiento me daban mucha pena. En Srinagar estos animales son bastante maltratados. Fui testigo de varias situaciones en las que la gente local ahuyentaba a un perro callejero que buscaba comida con palos o piedras. Sólo una vez vi a un hombre alimentáldolos con trozos de carne desde la ventanilla de su carnicería. En general el destino de los perros callejeros en la India suele ser triste pero en Srinagar se me partía el corazón cuando veía el miedo que me tenían incluso si les miraba desde la distancia.

Solamente los niños y niñas que salían de las escuelas parecían no estar afectados por el paisaje de desolación de la ciudad. Para llegar a Karapura tuve que salir de la calle principal a un muelle de madera largo, conectado con otros muelles que llevan a las casas construidas en unas islas y penínsulas. Me crucé con varias personas hasta que una mujer me preguntó en urdu qué hacía en el barrio y entablamos una conversación. Le dije que vine a hacer fotos y ella me explicó que viene de la comunidad chiita de Cachemira que se concentra mayoritariamente en el barrio de Karapura.

Unos minutos después estaba tratando de sacar una foto de uno de los muelles cuando dos chicas de unos diez años empezaron a atravesarlo para estorbarme. Entre risas se me cruzaron delante tres veces y viendo que les hacía tanta gracia no pude evitar sonreír. Los niños y los animales consiguen llenar mi alma de ternura hasta en los peores momentos, cuando llueve y hace frío afuera y por dentro.

Para mi sorpresa, las chicas se acercaron y me pidieron que les hiciera unas fotos. Esto ya me pareció demasiado atrevido en una sociedad como la cachemir y empecé a mirar a mi alrededor con nerviosismo por si había algún familiar masculino suyo viéndonos. Temía no por mi seguridad sino por ellas, sabiendo que podrían meterse en problemas por hablar con un hombre desconocido y pedirle una foto.

Después de visitar Karapura seguí caminando durante una hora para llegar al santuario islámico Hazratbal, famoso gracias a una reliquia muy especial: un pelo… ¡del mismo profeta Mahomá! La reliquia se expone una vez al año al público y goza de mucha popularidad entre los fieles que vienen en grandes números a verla. El santuario tiene una ubicación privilegiada en la orilla del lago Dal y su cúpula y minarete de grandes dimensiones se ven desde el otro lado del lago.

El siguiente lugar a visitar fue el gurudwara (templo) sij Chati Patshahi, donde tomé un par de fotos y hablé con uno de los fieles, un hombre de unos cincuenta años que dijo trabajar para la policía local. Me comentó que la situación política en el estado de Jammu y Cachemira es estable en estos momentos. Entendí que la situación debió ser insoportable hace unos años si la actual es considerada estable. Después de visitar el gurudwara volví a Dal gate tras haber caminado casi treinta kilómetros.

En el hospedaje me sentía un poco ignorado, teniendo en cuenta el trato que había recibido en otros lugares de la India. En los ocho días que pasé en Srinagar hablé tal vez dos o tres veces con la esposa del propietario y tuve más contacto con Dildar, el hombre que ayuda con la limpieza de las habitaciones. Dildar no es cachemir, viene del pueblo de Uri que se encuentra muy cerca de la línea de control, la frontera disputada entre la India y Pakistán. No habla cachemir sino urdu y es en ese idioma que nos comunicamos, aunque mi nivel no me permitió más que unas conversaciones básicas. Llegué a pensar que quizás la presencia de un hombre soltero en la pensión incomodaba un poco a la familia del propietario. Tal vez nunca sabré el motivo pero no me sentí tan bienvenido como en otros lugares de la India.

Ese día llegué al punto más bajo de mi estado de ánimo. Ya había visitado muchos lugares de la ciudad pero sentía que no estaba disfrutando. Sin duda estaba aprendiendo mucho cada día, pero ese aprendizaje me costó mucho esfuerzo. Me tuve que obligar a salir de la cama cada mañana por el frío y el mal tiempo afuera. La tensión por la situación política que percibía en Srinagar también contribuyó a mi bajón. Tal vez por ese último motivo no conecté mucho con los lugareños y acabé sintiéndome bastante solo. En Srinagar apenas se veían turistas extranjeros y los turistas indios venían sobre todo en grupos grandes de familias.

Para aliviar un poco la densa melancolía que sentía por la noche salí a un bar de mala muerte en un callejón oscuro cerca del paseo de la costa del lago Dal. Me tomé dos cervezas en un tiempo récord inmerso en una nube de humo de tabaco y rodeado de hombres locales, borrachos de verdad, no como yo. Lo único  merecedor de mención que me ocurrió fue mi intento de sacarme una ‘selfie’ con la cerveza y la reprimenda del camarero que me dijo que no estaba permitido. Probablemente en Srinagar nadie quiere que se sepa que toman alcohol, ya que supuestamente está muy mal visto. Era curioso ver esa cara oculta de la ciudad. Finalmente la dosis de alcohol que tomé fue suficiente para que me sintiera algo más ligero y cayera en un sueño profundo de vuelta en la cama.

El tiempo no mejoró ni siquiera al día siguiente. Salí a visitar el palacio Pari Mahal y varios jardines de la época del Imperio mogol como el jardín Nishat o Shalimar Bagh. No era la mejor temporada para visitarlos ya que las flores aún no habían empezado a florecer, sin embargo en mi último día en Srinagar fui al jardín Badam Wari y me sorprendió ver los cerezos en flor. Finalmente el cielo se apiadó de la humanidad deprimida y levantó el colchón de nubes de los picos nevados del Himalaya. Los generosos rayos del sol derritieron el hielo en la médula de mis huesos. Por fin después de una semana deprimente disfruté como nunca de la simple sensación del calor del sol en mi piel.

Para mi deleite el día siguiente amaneció aún mejor, aunque ya me tenía que ir. Hice la maleta, desayuné y salí a la parada de autobuses. Justo cuando abandonaba Cachemira el cielo se despejó completamente para mostrarme las mejores vistas de las impresionantes cordilleras nevadas que rodean el valle. Estaba feliz porque volvía a Delhi, donde me siento como en casa acompañado de mi familia, pero al mismo tiempo me dio pena no haber podido disfrutar de este tiempo durante los ocho días que pasé en Srinagar.

El autobús me dejó en el primer punto de control donde escanearon mi mochila y luego volví a subir al mismo vehículo que me llevó a la terminal de salidas. Tuve que pasar por otro control de equipaje en el que me pidieron sacar la mitad de las cosas. Por desgracia no fue el último chequeo al que la seguridad del aeropuerto sometió a los pasajeros. Tras pasar por la puerta de embarque, en el túnel que lleva al avión nos hicieron pasar por otra inspección del equipaje y cosas que llevábamos encima. Por si eso fuera poco, pasé por un control más en el aeropuerto de Jammu, ya que mi vuelo no era directo. 

Cuando finalmente llegué al piso de mi tío en Delhi eran las nueve de la noche. Tenía la sensación de haber vuelto de una realidad completamente distinta, muy alejada de Delhi en muchos sentidos. Sin embargo, lo más importante ese día era el calor agradable y el sol del que disfrutaría durante los próximos días en Delhi y Calcuta :)

Los textos anteriores:

El tour por la ciudad vieja

El templo Shankaracharya y la llamada más arriesgada

El viaje interminable de Delhi a Srinagar

Una breve explicación del conflicto

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