Cachemira (3): El templo Shankaracharya y la llamada más arriesgada
En mi segunda noche me despierto a las 5:40 de la madrugada con los llamados del muezzin local a rezar. Pronto le respondieron las voces de otros muezzins y sonó como si todo el valle estuviera gritando “Alá akbar” pero de diferentes maneras, con diferentes tonos y melodías. Parecía una competición entre ellos. Algunos gritaban con voz ronca y desagradable, como el de la mezquita más cercana, y otros cantaban dulcemente. Era interesante pero molesto por ser de madrugada y por la duración de los llamados que siguieron durante unos veinte o treinta minutos, lo cual no ocurre en otras partes de la India. Tal fue el volumen del sonido que ni siquiera ponerme tapones en los oídos me ayudó a reducir mucho el estorbo de la pasión religiosa de las mezquitas. Estos llamados luego volverían a sonar varias veces al día.
El día amaneció muy frío ya que el sol estaba tapado con nubes. Tras desayunar en un restaurante cercano, volví a descansar en la cama cubierto con un par de mantas gruesas. Por curiosidad abrí Google Maps para estudiar la región y me sorprendió la cercanía de ciudades como Islamabad y Kabul. En línea recta la primera está a menos de 250 kilómetros y la segunda a menos de 700. No es mucho pero entre cada una de ellas hay gigantescas cadenas montañosas que separan los valles y llanuras en las que se encuentran Srinagar, Islamabad y Kabul. Además, hay cadenas todavía más inquebrantables entre el Valle de Cachemira y las capitales de Pakistán y Afganistán: las de la enemistad entre los estados.
Cuando finalmente cerré Google Maps ya era la hora de comer y salí a un restaurante cercano. Después empecé a caminar a lo largo de la orilla del lago Dal para subir al monte Shankaracharya, conocido también como Takht-i-Sulaiman (Silla de Salomón), para ver el templo Shankaracharya. En la entrada de la carretera hacia el templo pasé por un control del ejército en el que los soldados inspeccionaron mis documentos. Los militares intentaron convencerme de que el camino al templo es muy largo y tenía que tomar un taxi pero yo insistí en caminar. Para acortar distancias subí por caminos muy escarpados en vez de seguir la carretera que zigzagueaba demasiado. Finalmente llegué al templo tras unos cuarenta minutos de ascenso para pasar por otro control del ejército. El templo Shankaracharya es el más antiguo en el valle, aunque no se sabe bien en qué siglo fue construido. Me pareció curioso que un templo hindú domine el paisaje del valle con una identidad fuertemente arraigada en el islam. El templo en sí no me llamó mucho la atención, quizás porque valoro los templos solamente por su valor estético que, en este caso, no se acerca mucho en su belleza a muchos templos que ya había visto en varias partes del país.
La anécdota del día llegó después, mientras bajaba de la montaña. De repente se me ocurrió una idea muy insensata: hacer una videollamada con una amigo baluch de Pakistán. Había pensado antes en llamarlo desde Srinagar y tuve dudas pero finalmente pensé que no pasaría nada grave. Tras menos de un minuto de llamada en el que le mostré el paisaje de Srinagar y la montaña Shankaracharya, mi teléfono se apagó solo. Cuando lo volví a encender y llamar a mi amigo, volvió a pasar lo mismo a pesar de que tenía la batería cargada. Al intentar mandarle mensajes de voz en Whatsapp, se me cortaban después de unos segundos. En ese momento me asusté y pensé que me había metido en un lío con consecuencias imprevisibles. Empecé a bajar de la montaña muy deprisa pensando que abajo tal vez me detendría la policía, pero, a pesar de una importante presencia militar en la carretera que rodea el lago Dal, nadie me hizo caso. Respiré muy aliviado.
Más tarde le conté la situación a un hombre local para saber cuán irresponsable había sido mi acción. El hombre me dijo que el ejército seguramente tenía un bloqueador de señal móvil (en inglés “jammer”) e interceptó la llamada. Según él, podría ser muy arriesgado hacer llamadas al otro lado de la frontera desde Cachemira, teniendo en cuenta la situación política. Por suerte, hasta hoy en día no he sido detenido ni interrogado. Procuraré tener más cuidado la próxima vez.
El día amaneció muy frío ya que el sol estaba tapado con nubes. Tras desayunar en un restaurante cercano, volví a descansar en la cama cubierto con un par de mantas gruesas. Por curiosidad abrí Google Maps para estudiar la región y me sorprendió la cercanía de ciudades como Islamabad y Kabul. En línea recta la primera está a menos de 250 kilómetros y la segunda a menos de 700. No es mucho pero entre cada una de ellas hay gigantescas cadenas montañosas que separan los valles y llanuras en las que se encuentran Srinagar, Islamabad y Kabul. Además, hay cadenas todavía más inquebrantables entre el Valle de Cachemira y las capitales de Pakistán y Afganistán: las de la enemistad entre los estados.
Cuando finalmente cerré Google Maps ya era la hora de comer y salí a un restaurante cercano. Después empecé a caminar a lo largo de la orilla del lago Dal para subir al monte Shankaracharya, conocido también como Takht-i-Sulaiman (Silla de Salomón), para ver el templo Shankaracharya. En la entrada de la carretera hacia el templo pasé por un control del ejército en el que los soldados inspeccionaron mis documentos. Los militares intentaron convencerme de que el camino al templo es muy largo y tenía que tomar un taxi pero yo insistí en caminar. Para acortar distancias subí por caminos muy escarpados en vez de seguir la carretera que zigzagueaba demasiado. Finalmente llegué al templo tras unos cuarenta minutos de ascenso para pasar por otro control del ejército. El templo Shankaracharya es el más antiguo en el valle, aunque no se sabe bien en qué siglo fue construido. Me pareció curioso que un templo hindú domine el paisaje del valle con una identidad fuertemente arraigada en el islam. El templo en sí no me llamó mucho la atención, quizás porque valoro los templos solamente por su valor estético que, en este caso, no se acerca mucho en su belleza a muchos templos que ya había visto en varias partes del país.
La anécdota del día llegó después, mientras bajaba de la montaña. De repente se me ocurrió una idea muy insensata: hacer una videollamada con una amigo baluch de Pakistán. Había pensado antes en llamarlo desde Srinagar y tuve dudas pero finalmente pensé que no pasaría nada grave. Tras menos de un minuto de llamada en el que le mostré el paisaje de Srinagar y la montaña Shankaracharya, mi teléfono se apagó solo. Cuando lo volví a encender y llamar a mi amigo, volvió a pasar lo mismo a pesar de que tenía la batería cargada. Al intentar mandarle mensajes de voz en Whatsapp, se me cortaban después de unos segundos. En ese momento me asusté y pensé que me había metido en un lío con consecuencias imprevisibles. Empecé a bajar de la montaña muy deprisa pensando que abajo tal vez me detendría la policía, pero, a pesar de una importante presencia militar en la carretera que rodea el lago Dal, nadie me hizo caso. Respiré muy aliviado.
Más tarde le conté la situación a un hombre local para saber cuán irresponsable había sido mi acción. El hombre me dijo que el ejército seguramente tenía un bloqueador de señal móvil (en inglés “jammer”) e interceptó la llamada. Según él, podría ser muy arriesgado hacer llamadas al otro lado de la frontera desde Cachemira, teniendo en cuenta la situación política. Por suerte, hasta hoy en día no he sido detenido ni interrogado. Procuraré tener más cuidado la próxima vez.
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