La coronacrisis mundial: Entre la preocupación y la esperanza

Tengo la certeza de ser sólo una de las mil millones de personas que escriben en estos momentos sobre el virus que amenaza con arrasar con el (des)orden social y económico del mundo. Las cosas han cambiado muy rápido: Hace tan sólo una semana estaba en una calçotada con un grupo de más de cincuenta personas bailando, comiendo y tomando cava. El fin de semana pasado aún pensaba en los diversos placeres que ofrece la vida que hoy ya me resultan lejanos e inalcanzables. Hace tres días mi empresa nos animó a trabajar desde casa y el viernes pasado finalmente las autoridades del estado español han anunciado medidas muy extremas: el confinamiento de todo su territorio...

Cuando el virus se dio a conocer al mundo por primera vez en Wuhan, quizás nadie se imaginaba que sería capaz de infestar casi todos los países del mundo tan sólo un par de meses más tarde y hacer temblar los fundamentos de muchas sociedades. Poco después el virus apareció en Irán y otros países asiáticos y empezamos a tener los primeros casos en Europa, pero yo todavía estaba tranquilo pensando que todo estaba bajo control. Al enterarme de las medidas que tomó Italia para frenar la expansión de la enfermedad, aún me parecía una decisión extrema y hasta exagerada. Hoy ya no pienso así. Es más: Creo que nos hacen falta esas medidas para sofocar la invasión del SARS-CoV-2.

Estos días he recordado una de mis novelas favoritas: "La Peste" de Albert Camus. No tanto porque las historias sean comparables sino por el miedo generalizado que inspiran las epidemias. Los personajes de "La Peste" respondieron a la amenaza mostrando su lado más altruista y responsable. El coronavirus por supuesto no dejará en su camino a tantos muertos como la epidemia de la novela, pero sigue siendo un peligro importante. He pensado en historias aún más apocalípticas, como "El ensayo sobre la ceguera" de Saramago o "El mecanoscrito del segundo orígen" de Manuel de Pedrolo. En ambas novelas ocurren catástrofes inimaginables, mucho peores que lo que estamos viviendo. Hace un par de días mi subconsciencia me sugirió ver un clásico de la ciencia ficción - "Doce monos", en la que la humanidad es casi aniquilada por un virus creado en un laboratorio.

Estamos muy lejos de todas esas catástrofes ficticias, pero en estos momentos me doy cuenta de que todo lo que ha construido la humanidad es un gigante con pies de barro. El SARS-CoV-2 quizás no acabará con nosotros y nuestras delusiones de paz y bienestar, pero lo podría conseguir otro virus más letal, un meteorito o un accidente nuclear. Si en Europa pensábamos que nunca nos afectaría nada grave, estábamos equivocados. Ahora vemos lo frágil que es la estructura que nos sustenta y lo arbitrario que es el dinero. Ahora nos enteramos de que la libertad también depende de factores ajenos a nuestra voluntad.

Sin ninguna duda estamos ante un evento sin precedentes: una amenaza que puede acabar con el mundo como lo conocemos. El colapso del sistema sanitario y de la economía son escenarios reales que podrían tener consecuencias catastróficas. Para evitar que esto ocurra, todos tenemos que mostrar lo mejor que tenemos como humanos: solidaridad, empatía, sentido de comunidad y responsabilidad. Los ejemplos de otros países como China o Taiwán nos muestran que el aislamiento social es actualmente la mejor manera de sofocar al virus. Por mucho que nos duela cambiar nuestro estilo de vida, ante esta pandemia debemos hacer el esfuerzo. El gimnasio, las fiestas, los museos y el cine pueden y deben esperar.

Como bien dijo una publicista polaca en un artículo que leí ayer, tenemos que entender que más que estar en peligro (aunque también), nosotros SOMOS el peligro: para las personas del grupo de riesgo, para el sistema sanitario y en consecuencia para todo el país. Las personas jóvenes y saludables seguramente nos recuperaremos sin problemas, pero pensemos en nuestros padres y abuelos, pensemos en los médicos que están en primera línea luchando para salvar a las personas en estado grave. Como muestra un artículo muy interesante publicado en ‘Medium.com’, cuanto más limitemos el contacto con otras personas, menos personas morirán y antes podremos controlar la expansión de esta pandemia.

Me preocupa mucho esta crisis, sobre todo la posibilidad de que la pandemia llegue a extenderse en los países más vulnerables del planeta. En Europa tendremos que renunciar nuestra comodidad y libertad y sobre todo el privilegio que supone vivir en un continente que aprovecha su ventaja histórica surgida de la explotación de las colonias para mantener su bienestar y paz. Peor lo pueden pasar los países que no disfrutan de esas condiciones, o sea: más de tres cuartas partes de la población mundial. Pienso en la India, en las millones de personas en la calle en ciudades extremadamente contaminadas. Pienso en su precario sistema de salud y me da miedo lo que pueda suceder allá si el virus empieza a descontrolarse. No será lo mismo una pandemia acá en Barcelona que en Nueva Delhi, Calcuta o Mumbai…

Será curioso ver cuáles son las consecuencias de esta pandemia. Me pregunto si varias semanas de distanciamiento nos volverán más fríos y desconfiados o todo lo contrario: extrañaremos tanto el calor humano que volveremos a buscarlo con más ganas que nunca. Sin duda el virus dejará huella en la sociedad. Finalmente nos hemos dado cuenta de que la estabilidad es una ilusión falsa y este aprendizaje podría traer cambios sociales profundos. Quizás la sociedad entenderá mejor la gran importancia de tener un sistema sanitario gratuito y de calidad. Tal vez nos daremos cuenta de que el dinero es mucho menos significante que los lazos que nos unen a otros seres queridos. Espero que dejemos de lado el materialismo y el egoísmo.

También me gustaría que la respuesta de los estados frente a esta crisis nos haga entender que también podemos dar una respuesta coherente y contundente a la amenaza del cambio climático. Cuando derrotemos al virus, deberíamos exigir medidas radicales a nuestros gobiernos: limitar aún más las emisiones de gases de efecto invernadero, abandonar los combustibles fósiles, invertir en energía limpia y tecnología que permita reducir el impacto de las actividades humanas sobre la naturaleza. Ahora es cuando nos enteramos de que la economía no es lo primero y que hay otras cosas por delante que requieren adaptarla a las necesidades de la población. Si hay voluntad política, todo se puede.

Es difícil predecir lo que puede ocurrir a partir de ahora, ya que el panorama cambia cada día. Esperemos que todo el mundo sea responsable y solidario y que los gobiernos hagan todo lo posible para que no escaseen los alimentos y medicamentos. Estoy convencido de que saldremos de esto, ojalá también reforzados y mejorados como sociedad y como humanidad. Desde mi casa les mando mucho cariño y un fuerte abrazo para todos y todas.

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