La crisis climática, el greenwashing y la responsabilidad individual

Desde que tengo memoria he oído hablar del impacto negativo de las actividades humanas en el medioambiente y el clima de la tierra. En los años ochenta y noventa se hablaba sobre todo del peligro que suponía el agujero de la capa de ozono que asustó lo suficiente a los humanos para que tomaran decisiones drásticas de prohibir ciertos materiales nocivos y substituirlos por otros. También se ponía mucha atención en la deforestación con el fin de producir papel, probablemente mucho más utilizado antes de que se extendieran el uso de los ordenadores en las casas y las oficinas. En la escuela e incluso en la universidad (ya en los años 2004-2009) utilizábamos hasta los márgenes en nuestros cuadernos e imprimíamos en las dos caras de las hojas para ahorrar papel.

Hoy en día casi nadie se preocupa por la capa de ozono, básicamente porque se está recuperando, y es quizás el único éxito de la humanidad en su lucha contra el cambio climático. Tampoco se habla tanto del papel, tal vez porque hay temas mucho más urgentes y preocupantes: la rápida pérdida de la biodiversidad, la acidificación de los océanos, la deforestación para la agricultura, la escasez de agua potable en muchas zonas, la contaminación del aire, el calentamiento global y el derretimiento del hielo en las zonas polares. En 2021 fuimos testigos de desastrosas inundaciones (Alemania, Bélgica, China, Londres) e incendios, en gran parte posibles gracias a la inestabilidad del clima. Las noticias de los científicos que investigan el cambio climático también son desalendatoras. Hace poco los científicos confirmaron algo que temían desde hacía tiempo: que la selva amazónica está emitiendo mucho más CO2 del que absorbe por culpa de la deforestación. Debería ser un aviso: El cambio climático ya nos está afectando y lo hará cada vez más.

Todo esto pone en peligro la supervivencia de la vida en la tierra que puede volverse insoportable en las próximas décadas si no se toman decisiones drásticas de nuevo. ¿Pero quién debe tomarlas? Siento que a nivel individual cada vez más personas están actuando. Muchos de mis amigos y amigas han reducido su consumo de productos de origen animal o lo han abandonado por completo. He conocido a personas que han dejado de viajar en avión o lo hacen sólo para viajes intercontinentales, cosa que me planteo también cuando la Unión Europea invierta más en los trenes interestatales. Veo que cada vez más personas preguntan por productos ecológicos como detergentes y cosméticos. En mi barrio han abierto muchas tiendas de productos a granel cuya clientela crece notablemente. Aunque esa tendencia sea todavía minoritaria, podría decir que una parte de la población se ha dado cuenta de la gravedad de la situación y ha empezado a buscar soluciones a nivel individual.

Sin embargo, la mala noticia es que las acciones individuales son claramente insuficientes, ya que la contaminación proviene sobre todo de las industrias como la de los combustibles fósiles, el transporte o la industria cárnica. La transición hacia fuentes de energía renovables y ecológicos está siendo demasiado lenta y el sector de la carne sigue arrasando con miles de hectáreas de selvas y bosques. En el fondo ningún gobierno se ha tomado muy en serio la amenaza climática . Mientras algunos han tomado unas medidas, los países que más contribuyen al cambio climático no han demostrado el compromiso necesario en la cumbre climática en Glasgow del año pasado.

Los grandes impedimentos en la realización de los objetivos de cada una de esas cumbres tienen nombres y se llama capitalismo, imperialismo y nacionalismo, interrelacionados entre ellos. El primero le otorga un enorme poder al sector privado y deja los gobiernos sin el poder suficiente para tomar medidas como por ejemplo mayores límites de emisiones. Cualquier gobierno tiene que tener en cuenta los lobbis de diversas industrias, en caso contrario se expone al peligro de perder el poder. Una de las pesadillas más grandes de los gobiernos es una importante crisis económica y todos harán lo que pueden para evitar que ocurra. En otras palabras, la economía es la preocupación más importante de las administraciones. Imponer medidas extremas para frenar el cambio climático expondrían a los ejecutivos al riesgo de perder el mandato en las siguientes elecciones o incluso antes. El capitalismo ha erosionado la democracia con esa dependencia cortoplacista y ha pervertido el sentido del concepto de libertad con su "libre mercado" y su "neoliberalismo", que han creado una cultura de materialismo y consumismo desenfrenado de productos en gran parte prescindibles o completamente inútiles. Cualquier decisión que limite la capacidad de los individuos y las empresas de consumir libremente y acumular capital va en contra de esa falsa libertad capitalista, mientras en muchos países del sur global el cambio climático se cobrará miles de víctimas cada año. Dificilmente podremos frenarlo si las sociedades y sus políticos no le plantan cara a esta ideología tan destructiva. 

Las dos ideologías aliadas del capitalismo, el imperialismo y el nacionalismo empeoran la situación impulsando una carrera económica y armamentística entre los países a costa del medioambiente, la clase trabajadora y las cada vez menos numerosas tribus indígenas que desean vivir lejos de nuestra civilización destructiva. Ningún estado sacrificará su crecimiento económico en nombre de la lucha climática si no lo hacen todos los estados de una manera solidaria. Nadie querrá quedar en desventaja si los demás estados continúan con el business as usual. El capitalismo no sólo ha erosionado la democracia sino que también ha reducido la cooperación y solidaridad entre los estados a un vínculo puramente comercial. Por supuesto que hay excepciones y ejemplos de solidaridad sin intereses económicos, pero un compromiso tan importante como reducir las emisiones de una manera conjunta parece superar a los líderes que nos llevan hacia el precipicio.

Hace tiempo que estamos siendo bombardeados con campañas para reducir nuestra huella ecológica, o sea el impacto de nuestras acciones sobre el medioambiente. Curiosamente, estas campañas a menudo forman parte de la estrategia de las mismas compañías e industrias que más contaminación producen a nivel global, como las petroleras. Multinacionales como BP y otras petroleras han financiado importantes campañas en las que nos explican cómo deberíamos mitigar el perjuicio que inevitablemente causamos al planeta. Del mismo modo varias aerolíneas ofrecen un pago adicional para compensar la huella ecológica del viaje. De esta manera las companías desplazan la responsabilidad por las emisiones a los individuos al mismo tiempo que se presentan como empresas responsables que cuidan del medioambiente. Esa estrategia se llama greenwashing y es absolutamente cínica. Del mismo modo los cazadores se presentan como conservacionistas o los granjeros como amantes de animales. La verdad es que es un engaño que desmonta muy bien el siguiente documental del excelente canal ecológico, DW Planet A de la cadena alemana Deutsche Welle:

Por ese motivo detesto el término "huella ecológica" y siento rabia cuando las multinacionales tratan de dejar la resolución de la catástrofe climática en las manos de los individuos. Sin embargo, prescindir de las acciones individuales pensando que nuestro impacto es insignificante sería un error grave. No podemos delegar absolutamente toda la responsabilidad en los gobiernos si aceptamos que cada persona tiene un impacto sobre su entorno. Por muy pequeño que sea, ese impacto resulta decisivo si lo multiplicamos por el número de personas que deciden tomar medidas o caen en la resignación y no las toman. También debemos recordar que existen movimientos políticos comunitarios que surgen en la sociedad y a menudo son más determinantes que las autoridades. Si nuestros representantes no se atreven a plantarle cara a los lobbis más poderosos, los ciudadanos tenemos que organizarnos de manera colectiva sin olvidarnos de nuestra responsabilidad como individuos. 

Tenemos bastante más poder de lo que pensamos como votantes y consumidores. Por ejemplo, podemos elegir a líderes más comprometidos con la lucha climática y limitar nuestro impacto con decisiones cotidianas: comprar productos alimentarios a granel y sueltos en vez de los que vienen empaquetados en plástico, comer menos productos de origen animal (o idealmente prescindir de ellos), generar menos resíduos, utilizar el transporte público en lugar del coche, etc. No hay ninguna excusa para no aportar ese granito de arena. Un granito no hace mucha diferencia pero millones de granitos sí. De todas maneras, hacen falta más movimientos sociales que presionen a los gobiernos y hagan un trabajo de concienciación de la ciudadanía. En ese sentido seguramente como sociedad (hablo de varios países europeos en los que he vivido o sigo viviendo) no estamos a la altura del desafío, ya que no veo grandes esfuerzos coordinados desde abajo.

 Para acabar un poquito de humor para que no nos deprimamos tanto:



 La imagen de la entrada proviene de eldiario.es.

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