La aventura nepalí (3): El templo Pathibhara y el esquivo Kanchenjunga

En la primera entrada sobre mis viajes en Nepal conté un poco mi accidentado traslado de la India a Nepal para conocer el país himalayo y cumplir con las estríctas políticas migratorias del gobierno indio. En ese primer etapa conocí a Aly, una chica inglesa que me acompañó durante unos días. En la segunda parte relaté nuestro paso por la bonita localidad de Ilam y sus montes cubiertos con campos de té, así como también la llegada al último pueblo con acceso a una carretera asfaltada en el lejano nordeste de Nepal: Taplejung. Pasamos dos días en el pueblo y el plan para el tercer día era llegar al templo Pathibhara que se encuentra a unos tres mil setecientos metros de altura en la montaña homónima.

Ese día Aly y yo nos levantamos temprano para tomar un todoterreno hacia el inicio de la ruta. Eran quizás las cuatro de la madrugada pero el punto de partida de ‘jeeps’ en Taplejung estaba lleno de personas y coches. Estábamos en la temporada alta de peregrinaje y el templo es uno de los más importantes para los hindúes en Nepal, así que los conductores querían aprovechar hasta el último centímetro cúbico del espacio en su coche antes de emprender el viaje, de modo que no salimos de Taplejung hasta que el todoterreno tenía dieciséis personas apretadísimas en sus tres filas de asientos y dos asientos pequeños en el baúl trasero. El coche subía sin descanso por una ruta de tierra con tramos llenos de barro en el que a veces se quedaba atrapado. Pasamos delante del aeropuerto de Suketar, a dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, el único aeropuerto en el distrito de Taplejung. Finalmente a las seis de la mañana bajamos del coche y tras un desayuno rápido emprendimos el camino hacia arriba, atravesando un bosque bastante denso. En ese momento ya había amanecido y según las recomendaciones de los lugareños deberíamos estar ya en la cumbre de la montaña si queríamos ver el Kanchenjunga. La ruta al templo llevaba todo tipo de decoraciones religiosas tanto hindúes como budistas, especialmente banderas de plegaria, campanas y el tridente del dios Shiva, llamado trishul. Hubo algunas partes bastante escarpadas, aunque en general la subida no fue difícil. Al inicio aún podía avistar la cordillera nevada del alto Himalaya desde la ruta pero poco a poco el tiempo fue cambiando y muy pronto el color azul del cielo cedió al imparable avance de las nubes.

Tras dos horas de ascenso finalmente llegué a la cima sólo para ver que las nubes ya habían escondido el macizo del Kanchenjunga que esperaba ver desde arriba. La cumbre de la montaña tiene forma de cúpula y carece de vegetación, lo cual la convierte en un mirador ideal, pero este día no se veía casi nada. Me senté para observar a los peregrinos que llegaban de todo Nepal para rezar a la diosa Pathibhara Devi y recibir su bendición. Mientras tanto, las nubes se dedicaron a jugar con mis ilusiones de ver el Kanchenjunga, mostrándolo durante unos segundos y cubriéndolo de nuevo, antes de que pudiera sacar mi cámara del estuche. Tras esperar durante una hora y media decidí comenzar el descenso, ya que había perdido la esperanza de tener una buena vista del pico con el cielo despejado y empecé a sentir frío. Entrada la media hora de la bajada me crucé con Aly y una pareja nepalí que le había acompañado desde abajo. Ella se encontraba mal y el ascenso le costaba mucho esfuerzo. Por suerte estaba bien acompañada, por lo cual decidimos reencontrarnos en Taplejung y yo seguí bajando hacia el estacionamiento de los todoterrenos.

Me tomé un descanso en uno de los pequeños pueblos pegados al sendero que viven de los peregrinos. El hambre me condujo al restaurante más próximo y pedí el dal bhat: la comida nacional de Nepal por excelencia. Es un plato de arroz (bhat) con un guiso de lentejas amarillas (dal) y a menudo uno o varios guisos diferentes de verduras. Lo normal es mezclar todos los guisos con el arroz y comerlo con la mano derecha, ya que la izquierda se utiliza para limpiarse tras satisfacer las necesidades fisiológicas en el baño. Existen variedades muy generosas de dal bhat, con tres o cuatro guisos distintos y el pan crujiente papad, pero incluso el más básico, con arroz, lentejas y verduras crudas es muy rico y nutritivo. Además, en lugares más populares se puede pedir otra ración de arroz y guisos sin pagar extra. Durante el mes que estuve en Nepal comí este plato al menos una vez al día y en ningún momento esa nutrición me resultó monótona.

El dueño del restaurante estaba afuera cuando terminé mi plato, por lo cual salí a pagarle. El hombre tenía unos cincuenta años de edad y hablaba inglés bastante bien. Cuando le pregunté cuánto le debía, se tomó un tiempo para mirarme bien y luego empezó a hacerme una serie de preguntas, tal vez para decidir el precio en función de lo bien o mal que le caía. Me preguntó si tenía hijos y de qué casta era mi familia india, lo cual me pilló desprevenido. Finalmente pagué unas 180 rupias nepalíes y nunca voy a saber si el dueño me aplicó un descuento o subió el precio porque le resulté demasiado moderno. Me pareció una persona muy tradicional y religiosa y tal vez decidió cobrarle más a un soltero de treinta y cinco años de la casta de los guerreros, la segunda en la jerarquía por debajo de los brahmins. Como supe más tarde, la sociedad nepalí es igual o aún más estratificada que la india y la pertenencia a una casta sigue siendo un factor determinante en las relaciones sociales.

Así fue mi último día en el lejano este de Nepal. Al día siguiente iba a emprender el largo viaje de vuelta a las llanuras del sur para luego tomar un autobús hacia Katmandú, localizado en el centro del país. Sentí que había sido muy provechoso empezar mi viaje por una región muy poco conocida entre los viajeros, que aún no ha tenido que adaptar su economía y su vida cotidiana a las necesidades del turismo. En Taplejung el turismo internacional es un sector relativamente pequeño. Los extranjeros suelen viajar a Pokhara, Katmandú o la región del monte Everest y no prestan mucha atención a esta parte de Nepal. Los que vienen aquí suelen ser pequeños equipos de himalayistas que vienen a subir el Kanchenjunga. La gran mayoría de los visitantes son peregrinos nepalíes. Gracias a esa ignorancia o preferencia de la comunidad viajera internacional Taplejung vive ocupado de sus propios asuntos, alejado de la dependencia del turismo que viven otras regiones del país. A partir de ese momento vería otro Nepal: aún muy agradable, pero sin duda muy pendiente de los visitantes extranjeros.

Aquí les comparto un par de fotos tomadas durante el ascenso y el descenso de Pathibhara:

La vista hacia la cordillera al norte de la ruta a Pathibhara


La vista hacia la cordillera al norte de la ruta a Pathibhara


La vista hacia la cordillera al norte de la ruta a Pathibhara


La ruta que lleva al templo de Pathibhara


El bosque himalayo que rodea la ruta


La vista hacia la cordillera al norte de la ruta a Pathibhara


La ruta que lleva al templo de Pathibhara


Llegando a la cumbre!


El mítico macizo del Kanchenjunga que vi solamente durante unos segundos


Vista de la cordillera al norte de Pathibhara


La cordillera nevada al norte de Pathibhara


El descenso


El descenso




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