La aventura nepalí (1): el cambio inesperado y el sueño del Kanchenjunga

A finales de abril de 2019 acababa de volver de los estados orientales de la India a Delhi para descansar un par de días antes de emprender el siguiente viaje: a Nepal. En parte planeé la salida al país vecino por culpa de la política migratoria de la India, que sólo permite una estancia máxima de noventa días a los extranjeros aunque tengan un visado de duración más larga. Por lo tanto, cada tres meses tenía que salir de la India aunque fuera por un día. Lejos de preocuparme, aproveché esa aparente incomodidad para visitar Sri Lanka unos meses antes y tras otros tres meses en la India me estaba preparando para salir del país de nuevo rumbo a Nepal. Volví a Nueva Delhi en tren desde el nordeste donde recorrí algunas partes de Bengala Occidental, Sikkim, Assam y Meghalaya. Tras el viaje de casi veinte horas me quedé unos días descansando en la casa de mi familia. 

Un día antes de mi viaje a Katmandú estaba desayunando con mi tío Rajiv y leyendo las noticias en Hindustan Times. Llevaba varias semanas escuchando y leyendo sobre la quiebra de la aerolínea Jet Airways, una de las más grandes en la India, pero no fue hasta aquel momento, cuando vi otra noticia sobre el colapso de la empresa, que se me ocurrió comprobar con qué compañía volaba al día siguiente a Katmandú. Al principio pensé que sería gracioso que fuera justamente Jet Airways. Luego me puse un poco nervioso y empecé a buscar la información entre cientos de correos electrónicos sin importancia que me llegan cada día. Al encontrar el pasaje se confirmaron mis temores: La compañía era la liquidada Jet Airways. Alarmado, se lo comuniqué a mi tío que me miró con una sonrisa que expresaba algo entre incredulidad y gracia, como si hubiera querido decir: “Hay que ser muy boludo”.

¿Qué podía hacer? Era viernes y en teoría el domingo vencían los noventa días de los que disponía para permanecer legalmente en la India. Por lo tanto, tenía dos días para dejar el país y mi vuelo había sido cancelado por la quiebra de la aerolínea. Mi tío y yo nos pusimos a buscar vuelos a Katmandú para el sábado y domingo pero los precios rondaban los quinientos euros y excedían mi presupuesto. Descartada esa opción, me fijé en los autobuses de Delhi hacia la frontera con Nepal más próxima, cerca de Haldwani en el estado de Uttarakhand que queda a unos trescientos treinta kilómetros de la capital. El viaje era barato y duraba unas siete horas pero no me acababa de convencer la idea de llegar a la frontera a las cuatro y media de la madrugada y tener que esperar el transbordo en un pequeño pueblo fronterizo. Además, de la frontera aún me esperaba un viaje de unas veinticuatro horas hasta Katmandú.

En ese momento mi tío encontró un vuelo de Air India a Bagdogra, en el norte de Bengala Occidental, la región que justo acababa de visitar antes de venir a Delhi para tomar mi vuelo cancelado. El pasaje era caro pero era el más asequible de todos y Bagdogra estaba muy cerca del paso fronterizo a Kakarbhitta en la región nepalí de Mechi. Finalmente decidí apostar por esa ruta oriental y volar a la misma ciudad en la que tomé el tren a Delhi unos días antes. Si hubiera mirado mi correo electrónico antes, me habría ahorrado un viaje de más de mil quinientos kilómetros en tren y bastante dinero por el vuelo de vuelta al mismo lugar tan sólo unos días más tarde. Por otro lado, al menos hoy puedo contar esta anécdota que siempre me hace reír.

Al día siguiente llegué temprano al aeropuerto ya que mi vuelo salía a las once y cuarto. Era el veinte de abril, por lo cual vestía ropa de verano que resultó insuficiente contra el frío que me encontré dentro del aeropuerto de Delhi. Siempre me había parecido que en los lugares públicos en la India como trenes, aeropuertos o centros comerciales se abusa del aire acondicionado creando un auténtico clima subpolar. Pero ese día temblaba tanto que probablemente no era por el aire sino que tenía fiebre. Además, la mala calidad de la comida y su alto precio acabaron por hundir mi ánimo. Hay pocas cosas peores en los viajes que comer mal y caro. Por suerte me repuse tanto físicamente como anímicamente tras una hora de siesta en el avión.

Del aeropuerto de Bagdogra tomé un todoterreno compartido hacia el puesto fronterizo entre Panitanki y Kakarbhitta del lado nepalí. Las tres localidades se encuentran en las llanuras de la región geográfica llamada Terai, que se extiende desde el estado de Haryana en la India occidental hasta Bengala Occidental en la India oriental, atravesando todo el sur de Nepal. Esa región situada al pie de los montes abunda en bosques tropicales, especialmente densos en áreas fronterizas entre la India y Nepal. En Terai se encuentran algunos de los más famosos parques nacionales y reservas de tigres, como el parque nacional de Jim Corbett o el parque nacional de Chitwan.

Aún así no pude apreciar demasiado el paisaje desde el coche abarrotado y en vez de mirar por la ventana entablé una conversación con tres jóvenes. Umesh y Priya conocieron a Aly, de Inglaterra en su ciudad de Darjeeling y decidieron acompañarla hasta Kakarbhitta en Nepal. Aly no tenía un plan fijo para su viaje, así que decidió sumarse a mí durante unos días. Mi plan improvisado que concebí apresuradamente cuando decidí volar a Bagdogra era llegar al último pueblo con acceso a una carretera en el nordeste de Nepal: Taplejung. No hacía tanto había visitado Darjeeling y el pequeño estado de Sikkim, fronterizo con Nepal, desde donde vi el mítico macizo del Kanchenjunga (8586 metros s. n. m.). Su nombre significa literalmente “cinco tesoros de las nieves” en tibetano y hace referencia a los cinco picos que lo conforman, el más elevado de los cuales es el tercero en altura del mundo. La vista de esos auténticos tesoros de la naturaleza me impresionó tanto que me quedé con las ganas de verla otra vez. Desde el lado indio sólo pude vislumbrarla dos veces durante unos minutos en los que no estaba tapada con nubes y ahora se me presentaba la oportunidad para verlo desde el otro lado.

Al llegar al paso fronterizo en Panitanki tuvimos que pedir sellos de salida de la India y así pudimos cruzar el puente en el río Mechi que separa la India de Nepal. En Kakarbhitta el trámite para pedir el visado duró apenas cinco minutos y Aly y yo pudimos entrar en Nepal. Nos esperaban Umesh y Priya, con los que pasamos una tarde muy agradable en este pueblo fronterizo, lleno de hoteles y pequeños comercios para turistas. Kakarbhitta no tiene nada particularmente interesante y unos años más tarde escribiendo esto ya no recuerdo ningún rasgo característico de esa localidad. Lo que sí recuerdo es que el ambiente era muy tranquilo y todas las personas que conocimos fueron muy amables con nosotros. Nadie nos insistía a comprar sus productos pero nos atendían agradecidos con una sonrisa si nos acercábamos a algún puesto.

Llegó la noche y tras tomar un par de cervezas nepalíes Gorkha me acosté contento. El viaje que se complicó tanto al inicio seguía adelante y tenía bastante buena pinta. Podía dormir tranquilo, soñando con los cinco tesoros de las nieves.

Comentarios

  1. ¿Será que los cambios de rumbo cuando son tomados con curiosidad y apertura traen buenos recuerdos y personas amables? Por lo menos esa es mi experiencia también!

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